Las luchas antisistémicas y sus distintos pasos

Leonardo Boff*

Hay quienes afirman que es más probable la llegada del fin del mundo que el fin del capitalismo. Esta afirmación, por irónica que sea, revela el genio del capitalismo. Él se instaló desde Occidente y se impuso a todo el mundo, hasta a la misma China. Su objetivo es la acumulación ilimitada suponiendo falsamente que los recursos de la Tierra son también ilimitados. Nada más engañoso y mentiroso, como lo denuncia la encíclica Laudato Sì (n.106), pues la ciencia ha demostrado la Sobrecarga (Overshoot) de la Tierra, cuyos bienes y servicios no renovables y fundamentales para el mantenimiento de la vida se están agotando. Para atender la voracidad desmedida de los países opulentos necesitamos anualmente 1,7 Tierras. No sabemos hasta cuando la Tierra soportará este saqueo sistemático, pero ya nos ha dado señales de que está llegando a su límite, enviándonos eventos extremos, la Covid-19, el calentamiento global y una

 profusión de virus y bacterias.

Lo dramático es que no tenemos a la vista un proyecto de habitación de la Tierra a la vista que pueda ser una alternativa salvadora. Todo indica que de seguir la dinámica del capital con la utilización de todos los medios virtuales, especiamente la IA, conoceremos desastres ecológico-sociales, cada uno más grave que el anterior.

Un poco antes de morir el 5 de junio de 2017 en Quito, François Houtart, entrañable amigo y conocido sociólogo belga, conocedor profundo de América Latina, dejó escrito un artículo inspirador del cual tomamos algunos puntos, que son muy actuales. El título era: “El contenido de las luchas antisistémicas”. Para él estaba claro que la lucha no es solo contra el neoliberalismo sino contra el sistema del capital. Fino marxista y teólogo católico nos legó una vasta obra que merece ser rescatada.

En primer lugar urge deslegitimar el capitalismo señalándolo como el verdadero cáncer de la Tierra que consume todo lo que puede, a través de la competición radical con vistas al enriquecimiento, el saqueo de la naturaleza y la explotación de la fuerza de los trabajadores. Eso significa, en palabras de Houtart, luchar contra las nuevas fronteras de la acumulación: la transformacion de la agricultura campesina en una agricultura productivista capitalista; la privatización de los servicios públicos; lucrarse con las catástrofes naturales o políticas. Esta deslegitimación debe ser antes económica que ética.

En segundo lugar forjar los pasos de las luchas antisistémicas

El primer paso es formar la conciencia de la perversidad humana y ecológica del sistema del capital, que va más allá de la dominación económica y política; influye en la cultura y penetra en lo más profundo de las mentalidades. No le interesa gestar ciudadanos críticos sino simples consumidores y espectadores pasivos de la historia.

Lo fundamental es la articulación de todos los movimientos populares y parte de los grupos políticos progresistas. Todos tienen el mismo adversario, enfatiza Houtart: el capital globalizado especialmente el especulativo (que es la mayor parte del capital) que no produce nada a no ser más dinero. Cada grupo mantiene su identidad pero se articula y une contra el adversario común. Para sumar fuerzas es importante articularse con movimientos antisistémicos del campo político. La lucha debe darse en lo local, en la región, y a nivel nacional tal como ha sido consolidada por los foros sociales mundiales. Dentro del grupo pensar un proyecto de sociedad alternativo, ecodemocrático, popular, que incluya a todos y comenzar a vivirlo en los grupos, como ya se hace en tantos lugares. Es solo una semilla, pero es una semilla fecunda de una nueva sociedad.

En tercer lugar los ejes de un postcapitalismo o de un ecosocialismo del siglo XXI.

No se trata de imponer una doctrina desde arriba, ni de hablar de una sola alternativa. Se trata de recoger lo vivido, reconciliar teoría y práctica en un esfuerzo colectivo en busca de una utopía práctica, dando valor a las utopías mínimas, las de los pequeños pasos, porque el pueblo no muere ni sufre mañana, sino hoy.

Los cuatro ejes del proyecto antisistémico y emancipatorio:

El primero, la utilización sostenible de los bienes y servicios naturales que exige no la explotación sino la simbiosis con la naturaleza.

El segundo, privilegiar el valor de uso sobre el valor de cambio. El capitalismo hace de todo un objeto de cambio para obtener ganancia.

El tercer eje consiste en establecer una democracia generalizada en todos los ámbitos además del político, que se entiende como un ecosocialismo democrático. El poder no es centralizado sino participativo y circular.

Cuarto eje, construir la multiculturalidad, es decir dentro de la Casa Común todas las filosofías, religiones y valores culturales contribuyen a crear la nueva sociedad del buen vivir y convivir. La cultura del capitalismo con su modelo de crecimiento ilimitado no ayuda en nada a esta construcción.

Todo esto que escribimos es seminal, pero tiene la potencia de la semilla que guarda dentro de sí las raíces, el tronco, hojas, las flores y los frutos, en una palabra, el futuro posible. Hay que vivir el esperanzar de Paulo Freire y recordar la reflexión de un israelí con motivo del asesinato de Monseñor Romero: “la esperanza no se mata”.

La urgencia de un pacto social planetario

Leonardo Boff*

Reina demasiada inconsciencia y profundo negacionismo en el mundo, tan graves que pueden costarnos la vida en este planeta. El hecho es que estamos en una nueva fase de la Tierra y de la humanidad: la fase de la irrupción de la Casa Común. La Covid-19 nos dio una lección que todavía no hemos aprendido: no respetó los límites ni las soberanías de las naciones. Mostró que hay una única Casa Común y que toda ella puede verse afectada, pero no hemos sacado ninguna lección de este hecho. Bien dijo el italiano Antonio Gramsci, el gran teórico de la política: la historia nos da lecciones, pero casi no tiene alumnos. Poquísimos han asistido a esta escuela y los que menos la frecuentaron han sido y son los poderosos de este mundo, que piensan más en sus economías que en salvar la vida humana y la de la naturaleza.

Venimos de un tiempo ya pasado y obsoleto, el del Tratado de Westfalia de 1648 que creó la soberanía de los Estados. Después de él, la Tierra y la humanidad cambiaron considerablemente. Los pueblos dispersos por los continentes están volviendo de su exilio milenario y creando la Casa Común, en la cual todos caben dentro (con sus mundos culturales particulares). Gran parte de las tensiones y guerras actuales se hacen dentro de este marco superado de las soberanías nacionales. No hemos despertado al nuevo tiempo de la unificación del mundo y de la especie humana junto con la naturaleza para que podamos salvarnos.

Es urgentísimo que hagamos un pacto social mundial planetario, así como hicimos el pacto social de nuestras sociedades y el de Westfalia: un pacto cuyo fin es la salvaguarda de la vida y de la biosfera, amenazadísimas por la razón enloquecida, pues ha creado los instrumentos para su propia destrucción. Es imperativo un centro plural, democrático, que represente a los pueblos de la Tierra para administrar los problemas planetarios y de la naturaleza y encontrar, democráticamente, una solución para nosotros y para la naturaleza.

Tierra y humanidad son parte de un vasto universo en evolución y tienen el mismo destino. La Tierra forma con la humanidad una única entidad compleja y sagrada, que se ve claramente cuando es observada desde el espacio exterior, como han testimoniado los astronautas. Además, la Tierra está viva y se comporta como un único sistema autorregulado formado por componentes físicos, químicos, biológicos y humanos que la hacen propicia a la producción y reproducción de la vida y por eso es nuestra Gran Madre y nuestro Hogar Común.

La ciencia nos ha mostrado que la Madre Tierra está compuesta por un conjunto de ecosistemas en los cuales ha generado una multiplicidad magnífica de formas de vida, todas ellas interdependientes y complementarias, formando la gran comunidad de la vida. Existe un lazo de parentesco entre todos los seres vivos porque todos somos portadores del mismo código genético de base que funda la unidad compleja de la vida en sus múltiples formas. Por tanto, reina una real hermandad entre todos los seres, especialmente entre los humanos, cosa bellamente descrita por el Papa Francisco en  su encíclica Fratelli tutti (2025): todos, naturaleza y seres humanos como hermanos y hermanas. La humanidad como un todo es parte de la comunidad de vida y el momento de conciencia y de inteligencia de la propia Tierra, haciendo que a través del ser humano, hombre y mujer, ella contemple el universo y nosotros seamos la propia Tierra que habla, piensa, siente, ama, cuida y venera.

Es importante, sin embargo, observar que el contrato social actual ha adquirido un papel inflacionario y exclusivista. Ha propiciado el antropocentrismo, denunciado por la encíclica Laudato sí del Papa Francisco. Ha instaurado estrategias de apropiación y de dominación de la naturaleza y de la Madre Tierra creando una inmensa riqueza para pocos y una humillante pobreza para la mayoría. El modo de producción vigente en los últimos siglos, actualmente globalizado, ha escindido a la humanidad entre los que tienen y comen y los que no tienen y no comen, es decir, no ha conseguido responder a las demandas vitales de los pueblos, dividiendo en dos a la humanidad. Este es un motivo más para establecer un contrato social planetario que englobe a todos, permitiéndoles una vida decente y rica en virtualidades creativas.

La conciencia de la gravedad de la situación crítica de la Tierra y de la humanidad hace imprescindible cambios en las mentes (cuidar de la Tierra como Gaia) y en los corazones (establecer un lazo afectuoso y cordial con todos los seres) y la forja de una coalición de fuerzas en torno a valores comunes y principios inspiradores que sirvan de fundamento ético y de estímulo para prácticas que busquen un modo de vida sostenible. Con este objeto se elaboró La Carta de la Tierra, bajo la coordinación de M.Gorbachov y un grupo de cerca de 20 personas de distintos saberes, en la cual tuve el honor de participar. Durante años se realizó una consulta en todos los estratos sociales para definir tales principios y valores. Resultó un documento de gran belleza y profundidad que puede ser leído en internet. Asumida por la UNESCO en 2003 se propone, además de otros fines pedagógicos, crear las bases de un contrato social planetario. Hoy está siendo divulgada y estudiada en no pocos países, creando un nuevo espíritu con respecto a la Tierra y a la vida. Llegará el día en que podrá ser el fundamento de lo que estamos buscando urgentemente: un contrato social planetario que garantice a todos un buen vivir y convivir dentro de la Casa Común.

Consulte: https://cartadaterrainternacional.org; véase también El Bien Común de la Tierra y de la Humanidad, elaborado por Miguel d’Escoto Brockmann, cuando era Presidente de la Asamblea de la ONU 2008-2009, y Leonardo Boff en: https://mst.org.br, como base para una nueva configuración de la ONU.

Por qué no paramos de hacer guerras

Leonardo Boff*

En estos momentos estamos viviendo tiempos dramáticos con guerras de gran letalidad en Ucrania, en Congo, terribles en la Franja de Gaza con un genocidio a cielo abierto, ante la indiferencia de aquellas naciones que nos legaron los derechos del humanos, la idea de democracia y el ser humano como fin y nunca como medio. Particularmente trágica es la guerra entre Israel e Irán que, si no es contenida, podría generalizarse en una guerra total, con el riesgo de poner fin a la biosfera y a nuestra existencia en este planeta.

La pregunta que quiero plantear es inquietante y muy realista: ¿qué paz es posible dentro de la condición humana tal como se presenta hoy día? ¿Podemos soñar con un reino de paz? Según estamos estructurados como personas, como comunidades, como sociedades, ¿qué tipo de paz? Rechazamos la afirmación: si quieres la paz, prepara la guerra.

Traigo aquí algunas reflexiones que exigen realismo y desafían nuestra voluntad política de construir la paz. Porque la paz no viene dada, la paz es resultado de un proceso de todos los que buscan el camino de la justicia, que protestan contra un tipo de mundo que no deja a los seres humanos ser humanos unos para otros, un israelí con un palestino.

Empiezo recordando algunos datos de las ciencias de la vida y de la Tierra, pues ellas nos ayudan a pensar. ¿Qué nos dicen? Que todos nosotros, el universo entero, venimos de una gran explosión ocurrida hace 13.700 millones de años. Hay  instrumentos que pueden captar el eco de esa inmensa explosión en forma de una minúscula onda electromagnética. Aquella produjo un caos enorme. Nosotros venimos del caos, de la confusión inicial, pero el universo –impregnado de interrelaciones– empezó a expandirse y mostró que el caos no es solo caótico sino que puede ser también creativo. El caos genera dentro de sí órdenes. El proceso cosmogénico crea armonía y, al expandirse creando espacio y tiempo, creó el cosmos. Cosmos, de donde viene la palabra cosmético que todos conocen, es belleza y orden. Pero el caos nos acompaña como una sombra. Por eso el orden es siempre creado contra el desorden y a partir del desorden. Pero ambos, orden y desorden, caos y cosmos siempre van juntos, coexisten juntos.

Y, llegando al nivel humano, ¿cómo aparecen? Aparecen bajo dos dimensiones de sapiencia y de demencia. Nosotros somos homo sapiens sapiens, seres de inteligencia y, simultáneamente, somos homo demens demens, seres de demencia, de negación de la justa medida. En primer lugar somos seres de inteligencia, de sapiencia, es decir, somos portadores de consciencia. Somos seres societarios, cooperativos. Seres que hablan, seres que cuidan, seres que pueden crear arte, hacer poesía y entrar en éxtasis.

Ocupamos ya el 83% de nuestro planeta, ya hemos ido a la luna y a través de una nave espacial hemos ido más allá del sistema solar. Si algún ser inteligente abordara esta nave –que ha salido del sistema solar y va a circular durante tres mil millones de años por el centro de nuestra galaxia– podrá ver mensajes de paz escritos en ella, en más de cien lenguas, como también el llanto de un niño, el sonido de un beso de dos enamorados y fórmulas científicas. La palabra paz está escrita en más de cien lenguas, como mir, peace, shalom, pax, mensaje que nosotros queremos hacer llegar al universo.

Somos seres de paz, y simultáneamente somos seres de violencia. Dentro de nosotros existe crueldad, exclusión, odios ancestrales, cosa que estamos presenciando en nuestro país y principalmente en la guerra contra los palestinos de la Franja de Gaza y en la guerra entre Israel e Irán. Hemos demostrado que podemos ser homicidas, matamos a personas. Podemos ser etnocidas, matamos etnias, pueblos, como los 61 millones de pobladores indígenas de América Latina; es nuestro holocausto, raramente mencionado. Podemos ser biocidas, podemos matar ecosistemas, como gran parte de la Floresta Atlántica, parte de la Amazonia y las grandes selvas del Congo. Y hoy podemos ser geocidas, podemos devastar salvajemente nuestro planeta vivo, la Tierra.

Todo eso podemos ser, el Satán de la Tierra. Y aquí surge la angustiada pregunta: ¿Cómo construir la paz, si somos la unidad de esa contradicción, del caos y del cosmos, del orden y del desorden, de la sapiencia y la demencia? ¿Qué equilibrio podemos buscar, y debemos buscar, en ese movimiento contradictorio para que podamos vivir en paz? La propia evolución nos ha ayudado, ella es sabia y nos ha dado una señal. Ella nos dice que aquello que hace al ser humano ser humano –diferente de otras especies– es nuestra capacidad de ser cooperativos, seres sociales, seres de lenguaje, de diálogo y de reciprocidad.

Cuando nuestros antepasados salían a cazar, no hacían como los chimpacés. Estos, los chimpancés, son nuestros parientes más cercanos, con un 98% de carga biológica en común.

¿Y cómo se dio el salto del mundo animal al mundo humano? Cuando nuestros antepasados salían a cazar no comían privadamente su caza –como hacen los otros animales–, la llevaban a sitios comunes y dividían fraternalmente entre ellos todo lo que recogían como alimento. El salto se dio por la comensalidad, por nuestra capacidad de ser cooperativos y sociales. Y por el hecho de ser cooperativos y sociales surgió el lenguaje, que es una de las definiciones del ser humano. Sólo nosotros hablamos. Por eso, la esencia del ser humano es ser un ser hablante, solidario, cuidadoso y cooperativo.

¿Cuál es la perversidad del sistema bajo el cual todos nosotros sufrimos? Un sistema mundialmente integrado bajo el dominio de la economía de mercado y del capital especulativo. Es un sistema solo competitivo y nada cooperativo. Es un sistema que no ha dado todavía el salto a la humanidad, vive la política del chimpancé, donde cada uno acumula privadamente y no pone en común para otros semejantes suyos.

Pero ya que tenemos las dos dimensiones dentro, de demencia e inteligencia, competitividad y cooperación, es propio del ser humano imponer límites a la competitividad. Es reforzar todas las energías que van en dirección a la cooperación, a la solidaridad, a cuidarnos unos a otros. Haciendo así, reforzamos lo auténticamente humano en nosotros y creamos las bases para una paz posible y sostenible.

Es propio de los seres humanos cuidar. Sin cuidado no se puede salvaguardar la vida, no se expande, fenece y muere. Entonces, la cooperación y el cuidado son los dos valores fundamentales que están en la base de cualquier proyecto productor de paz. No es cerrar la mano, es extender la mano en dirección a otra mano. Es entrelazar las manos creando la corriente de la vida, de cooperación y solidaridad, que son las condiciones que podrán generar la paz entre los humanos.

Cuando cuidamos unos de otros, no temos ya miedo; tenemos seguridad. Seguridad de vivienda, del medio ambiente, de la vida personal. Para exorcizar el miedo apliquemos cuidado. Por esta razón, ya Gandhi –ese gran político humanista– decía que la política es el cuidado de las cosas del pueblo. Es el gesto amoroso con las cosas que son comunes. Política no es gerenciar la economía, las monedas, es cuidar a las personas y al pueblo, es cuidar las grandes causas que hacen la vida del pueblo.

Y, gracias a Dios, en nuestro país, se inauguró una política que da centralidad al cuidado del hambre de nuestra población, que pone como fundamental la titulación de las tierras de los pueblos originarios y de los que viven en favelas.

Nuestro país, bien cuidado, puede ser la mesa puesta para el hambre de todos los brasileros y para el hambre de la humanidad, tal es la grandeza de nuestros suelos productivos. Entonces, debemos dejar resonar el discurso del presidente Lula en todos los foros:

“No necesitamos guerra, necesitamos paz. No necesitamos miles de millones de dólares para construir la máquina de muerte, podemos reordenar ese dinero para propiciar vida, expandir la vida, dar futuro a la vida. En lugar de la competición poner la cooperación. En lugar del miedo poner el cuidado. En lugar de la soledad de quien sufre, la compasión de quien se inclina sobre el caído, sufre con él, lo levanta y camina con él”.

En nuestra búsqueda de paz queremos borrar la palabra enemigo; hacer de todos los seres humanos, aliados; hacer de todos los que están lejos, próximos y a los próximos hacerlos hermanos y hermanas.

Cuando preguntaron al maestro Jesús “quién es mi prójimo”, él no respondió. Contó una historia que todos conocemos, la del buen samaritano. Ahí Jesús deja claro quién es el prójimo. “Prójimo es aquel de quien estoy próximo”. Depende de nosotros hacer a todos los humanos –hombres y mujeres de las distintas razas, procedencias, inscripciones ideológicas– hacerlos nuestros prójimos. No dejar que sean enemigos, sino aliados y compañeros.

Nos mostramos como seres humanos cuando compartimos el pan. Compartir el pan es ser com-pan-ñero, como el propio origen de la palabra sugiere: cum panis, aquel que comparte el pan para entrar en comunión con el otro. Nacemos como seres de com-pan-ñerismo. ¿Cuál es nuestro desafío? Asumir como proyecto personal, proyecto político aquello que nuestra naturaleza en su dinámica pide: construir una sociedad de cooperación, de cuidado de unos a otros. El Papa Francisco nos legó esta seria advertencia: “estamos todos en el mismo barco: o nos salvamos todos o no se salva nadie”.

La Carta de la Tierra a su vez también advirtió que debemos “formar una alianza global, para cuidar de la Tierra y cuidar unos de otros, en caso contrario nos arriesgamos a nuestra destrucción y a la de la diversidad de la vida”. Una alianza de cooperación con la naturaleza y no contra la naturaleza; un desarrollo que se hace con la naturaleza y no a costa de la naturaleza.

La paz puede ser construida. No una mera pacificación como propone el presidente Trump, sino la paz tan bien definida por la Carta de la Tierra “como la plenitud que resulta de la correcta relación consigo mismo, de la correcta relación con el otro, con la sociedad, con otras vidas, con otras culturas y con el Todo del cual somos parte”. En una palabra, la paz como un proceso de justicia, de cooperación, de cuidado y de amorización. Ese es el fundamento que nos da la percepción de que la paz es posible y que puede ser perpetua.

Importa no sólo oponernos a la guerra sino conseguir la paz. Entonces la paz exige compromiso; para él queremos invocar fuerzas, también aquellas que van más allá de nuestras fuerzas. El universo es una inconmensurable red de energías, todas ellas beben en la Fuente originaria de donde todo viene y proviene a la cual los cosmólogos llaman El abismo generador de todos los seres y los cristianos llamamos Creador. Queremos que la paz del Creador refuerce la búsqueda de la paz humana. Entonces lo que parece imposible se vuelve posible, una sonriente y feliz realidad.

*Leonardo Boff ha escrito Cuidar de la Casa Común: cómo retrasar el fin del mundo, Vozes 2024.

Traducción de MªJosé Gavito Milano

Por qué no paramos de hacer guerras

Leonardo Boff*

En estos momentos estamos viviendo tiempos dramáticos con guerras de gran letalidad en Ucrania, en Congo, terribles en la Franja de Gaza con un genocidio a cielo abierto, ante la indiferencia de aquellas naciones que nos legaron los derechos del humanos, la idea de democracia y el ser humano como fin y nunca como medio. Particularmente trágica es la guerra entre Israel e Irán que, si no es contenida, podría generalizarse en una guerra total, con el riesgo de poner fin a la biosfera y a nuestra existencia en este planeta.

La pregunta que quiero plantear es inquietante y muy realista: ¿qué paz es posible dentro de la condición humana tal como se presenta hoy día? ¿Podemos soñar con un reino de paz? Según estamos estructurados como personas, como comunidades, como sociedades, ¿qué tipo de paz? Rechazamos la afirmación: si quieres la paz, prepara la guerra.

Traigo aquí algunas reflexiones que exigen realismo y desafían nuestra voluntad política de construir la paz. Porque la paz no viene dada, la paz es resultado de un proceso de todos los que buscan el camino de la justicia, que protestan contra un tipo de mundo que no deja a los seres humanos ser humanos unos para otros, un israelí con un palestino.

Empiezo recordando algunos datos de las ciencias de la vida y de la Tierra, pues ellas nos ayudan a pensar. ¿Qué nos dicen? Que todos nosotros, el universo entero, venimos de una gran explosión ocurrida hace 13.700 millones de años. Hay  instrumentos que pueden captar el eco de esa inmensa explosión en forma de una minúscula onda electromagnética. Aquella produjo un caos enorme. Nosotros venimos del caos, de la confusión inicial, pero el universo –impregnado de interrelaciones– empezó a expandirse y mostró que el caos no es solo caótico sino que puede ser también creativo. El caos genera dentro de sí órdenes. El proceso cosmogénico crea armonía y, al expandirse creando espacio y tiempo, creó el cosmos. Cosmos, de donde viene la palabra cosmético que todos conocen, es belleza y orden. Pero el caos nos acompaña como una sombra. Por eso el orden es siempre creado contra el desorden y a partir del desorden. Pero ambos, orden y desorden, caos y cosmos siempre van juntos, coexisten juntos.

Y, llegando al nivel humano, ¿cómo aparecen? Aparecen bajo dos dimensiones de sapiencia y de demencia. Nosotros somos homo sapiens sapiens, seres de inteligencia y, simultáneamente, somos homo demens demens, seres de demencia, de negación de la justa medida. En primer lugar somos seres de inteligencia, de sapiencia, es decir, somos portadores de consciencia. Somos seres societarios, cooperativos. Seres que hablan, seres que cuidan, seres que pueden crear arte, hacer poesía y entrar en éxtasis.

Ocupamos ya el 83% de nuestro planeta, ya hemos ido a la luna y a través de una nave espacial hemos ido más allá del sistema solar. Si algún ser inteligente abordara esta nave –que ha salido del sistema solar y va a circular durante tres mil millones de años por el centro de nuestra galaxia– podrá ver mensajes de paz escritos en ella, en más de cien lenguas, como también el llanto de un niño, el sonido de un beso de dos enamorados y fórmulas científicas. La palabra paz está escrita en más de cien lenguas, como mir, peace, shalom, pax, mensaje que nosotros queremos hacer llegar al universo.

Somos seres de paz, y simultáneamente somos seres de violencia. Dentro de nosotros existe crueldad, exclusión, odios ancestrales, cosa que estamos presenciando en nuestro país y principalmente en la guerra contra los palestinos de la Franja de Gaza y en la guerra entre Israel e Irán. Hemos demostrado que podemos ser homicidas, matamos a personas. Podemos ser etnocidas, matamos etnias, pueblos, como los 61 millones de pobladores indígenas de América Latina; es nuestro holocausto, raramente mencionado. Podemos ser biocidas, podemos matar ecosistemas, como gran parte de la Floresta Atlántica, parte de la Amazonia y las grandes selvas del Congo. Y hoy podemos ser geocidas, podemos devastar salvajemente nuestro planeta vivo, la Tierra.

Todo eso podemos ser, el Satán de la Tierra. Y aquí surge la angustiada pregunta: ¿Cómo construir la paz, si somos la unidad de esa contradicción, del caos y del cosmos, del orden y del desorden, de la sapiencia y la demencia? ¿Qué equilibrio podemos buscar, y debemos buscar, en ese movimiento contradictorio para que podamos vivir en paz? La propia evolución nos ha ayudado, ella es sabia y nos ha dado una señal. Ella nos dice que aquello que hace al ser humano ser humano –diferente de otras especies– es nuestra capacidad de ser cooperativos, seres sociales, seres de lenguaje, de diálogo y de reciprocidad.

Cuando nuestros antepasados salían a cazar, no hacían como los chimpacés. Estos, los chimpancés, son nuestros parientes más cercanos, con un 98% de carga biológica en común.

¿Y cómo se dio el salto del mundo animal al mundo humano? Cuando nuestros antepasados salían a cazar no comían privadamente su caza –como hacen los otros animales–, la llevaban a sitios comunes y dividían fraternalmente entre ellos todo lo que recogían como alimento. El salto se dio por la comensalidad, por nuestra capacidad de ser cooperativos y sociales. Y por el hecho de ser cooperativos y sociales surgió el lenguaje, que es una de las definiciones del ser humano. Sólo nosotros hablamos. Por eso, la esencia del ser humano es ser un ser hablante, solidario, cuidadoso y cooperativo.

¿Cuál es la perversidad del sistema bajo el cual todos nosotros sufrimos? Un sistema mundialmente integrado bajo el dominio de la economía de mercado y del capital especulativo. Es un sistema solo competitivo y nada cooperativo. Es un sistema que no ha dado todavía el salto a la humanidad, vive la política del chimpancé, donde cada uno acumula privadamente y no pone en común para otros semejantes suyos.

Pero ya que tenemos las dos dimensiones dentro, de demencia e inteligencia, competitividad y cooperación, es propio del ser humano imponer límites a la competitividad. Es reforzar todas las energías que van en dirección a la cooperación, a la solidaridad, a cuidarnos unos a otros. Haciendo así, reforzamos lo auténticamente humano en nosotros y creamos las bases para una paz posible y sostenible.

Es propio de los seres humanos cuidar. Sin cuidado no se puede salvaguardar la vida, no se expande, fenece y muere. Entonces, la cooperación y el cuidado son los dos valores fundamentales que están en la base de cualquier proyecto productor de paz. No es cerrar la mano, es extender la mano en dirección a otra mano. Es entrelazar las manos creando la corriente de la vida, de cooperación y solidaridad, que son las condiciones que podrán generar la paz entre los humanos.

Cuando cuidamos unos de otros, no temos ya miedo; tenemos seguridad. Seguridad de vivienda, del medio ambiente, de la vida personal. Para exorcizar el miedo apliquemos cuidado. Por esta razón, ya Gandhi –ese gran político humanista– decía que la política es el cuidado de las cosas del pueblo. Es el gesto amoroso con las cosas que son comunes. Política no es gerenciar la economía, las monedas, es cuidar a las personas y al pueblo, es cuidar las grandes causas que hacen la vida del pueblo.

Y, gracias a Dios, en nuestro país, se inauguró una política que da centralidad al cuidado del hambre de nuestra población, que pone como fundamental la titulación de las tierras de los pueblos originarios y de los que viven en favelas.

Nuestro país, bien cuidado, puede ser la mesa puesta para el hambre de todos los brasileros y para el hambre de la humanidad, tal es la grandeza de nuestros suelos productivos. Entonces, debemos dejar resonar el discurso del presidente Lula en todos los foros:

“No necesitamos guerra, necesitamos paz. No necesitamos miles de millones de dólares para construir la máquina de muerte, podemos reordenar ese dinero para propiciar vida, expandir la vida, dar futuro a la vida. En lugar de la competición poner la cooperación. En lugar del miedo poner el cuidado. En lugar de la soledad de quien sufre, la compasión de quien se inclina sobre el caído, sufre con él, lo levanta y camina con él”.

En nuestra búsqueda de paz queremos borrar la palabra enemigo; hacer de todos los seres humanos, aliados; hacer de todos los que están lejos, próximos y a los próximos hacerlos hermanos y hermanas.

Cuando preguntaron al maestro Jesús “quién es mi prójimo”, él no respondió. Contó una historia que todos conocemos, la del buen samaritano. Ahí Jesús deja claro quién es el prójimo. “Prójimo es aquel de quien estoy próximo”. Depende de nosotros hacer a todos los humanos –hombres y mujeres de las distintas razas, procedencias, inscripciones ideológicas– hacerlos nuestros prójimos. No dejar que sean enemigos, sino aliados y compañeros.

Nos mostramos como seres humanos cuando compartimos el pan. Compartir el pan es ser com-pan-ñero, como el propio origen de la palabra sugiere: cum panis, aquel que comparte el pan para entrar en comunión con el otro. Nacemos como seres de com-pan-ñerismo. ¿Cuál es nuestro desafío? Asumir como proyecto personal, proyecto político aquello que nuestra naturaleza en su dinámica pide: construir una sociedad de cooperación, de cuidado de unos a otros. El Papa Francisco nos legó esta seria advertencia: “estamos todos en el mismo barco: o nos salvamos todos o no se salva nadie”.

La Carta de la Tierra a su vez también advirtió que debemos “formar una alianza global, para cuidar de la Tierra y cuidar unos de otros, en caso contrario nos arriesgamos a nuestra destrucción y a la de la diversidad de la vida”. Una alianza de cooperación con la naturaleza y no contra la naturaleza; un desarrollo que se hace con la naturaleza y no a costa de la naturaleza.

La paz puede ser construida. No una mera pacificación como propone el presidente Trump, sino la paz tan bien definida por la Carta de la Tierra “como la plenitud que resulta de la correcta relación consigo mismo, de la correcta relación con el otro, con la sociedad, con otras vidas, con otras culturas y con el Todo del cual somos parte”. En una palabra, la paz como un proceso de justicia, de cooperación, de cuidado y de amorización. Ese es el fundamento que nos da la percepción de que la paz es posible y que puede ser perpetua.

Importa no sólo oponernos a la guerra sino conseguir la paz. Entonces la paz exige compromiso; para él queremos invocar fuerzas, también aquellas que van más allá de nuestras fuerzas. El universo es una inconmensurable red de energías, todas ellas beben en la Fuente originaria de donde todo viene y proviene a la cual los cosmólogos llaman El abismo generador de todos los seres y los cristianos llamamos Creador. Queremos que la paz del Creador refuerce la búsqueda de la paz humana. Entonces lo que parece imposible se vuelve posible, una sonriente y feliz realidad.

*Leonardo Boff ha escrito Cuidar de la Casa Común: cómo retrasar el fin del mundo, Vozes 2024.

Traducción de MªJosé Gavito Milano