Defender la democracia y fundar una democracia eco-social

Leonardo Boff*

Hoy en día, como pocas veces en la historia, la democracia como valor universal y forma de organizar la sociedad está siendo atacada. Hay una articulación mundial de grupos con mucho poder y dinero que la niegan en nombre de propuestas regresivas, autoritarias que rozan la barbarie.

La democracia, desde sus inicios griegos, se sustenta sobre cuatro pilares: la participación, la igualdad, la interacción y la espiritualidad natural.

La idea de democracia supone y exige la participación de todos los miembros de la sociedad, hechos ciudadanos libres y no meros asistentes o simples beneficiarios. Juntos construyen el bien común.

Cuanto más se ejerce la participación mayor es el nivel de igualdad entre todos. La igualdad resulta de la participación de todos. La desigualdad, como por ejemplo la exclusión de ciudadanos pobres, negros, indígenas, de otra opción sexual, de otro nivel cultural y otras exclusiones, significa que la democracia todavía no desplegó su naturaleza. Por naturaleza ella es, en palabras del sociólogo portugués Boaventura de Souza Santos (injustamente acusado) una democracia sin fin: debe ser vivida en la familia, en todas las relaciones individuales y sociales, en las comunidades, en las fábricas, en las instituciones de enseñanza (de primaria a la universidad), en una  palabra, siempre allí donde los seres humanos se encuentran y se relacionan.

Con la participación de todos en pie de igualdad se crea la posibilidad de inter-acción entre todos, los intercambios, las formas de comunicación libre incluso en forma de comunión, propria de los seres humanos con su subjetividad, identidad propia, inteligencia y corazón. Así la democracia emerge como un tejido de relaciones que es más que el conjunto de los ciudadanos. El ser humano vive mejor su naturaleza de “nudo de relaciones” en un régimen donde prospera la democracia. Ella es un importante factor de humanización, es decir, de gestación de seres humanos activos y creativos.

Finalmente, la democracia refueza la espiritualidad natural y prepara el terreno para su expresión. Entendemos la espiritualidad tal como la entiende hoy la new science, la neurociencia y la cosmogénesis, como parte de la naturaleza humana. No se confunde ni se deriva de la religiosidad, si bien esta puede potenciarla. Tiene el mismo derecho de reconocimiento que la inteligencia, la voluntad, la afectividad. Es innata en el ser humano.Como escribió Steven Rockefeller, profesor de ética y filosofía de la religión en el  Middlebury College de Nova York en su libro Spiritual Democracy and our Schools (2022): «la espiritualidad es una capacidad innata en el ser humano que, cuando es alimentada y desarrollada, genera un modo de ser hecho de relaciones consigo mismo y con el mundo, promueve la libertad personal, el bienestar, y el florecimiento del bien colectivo» (p.10). Ella se expresa mediante la empatía, la solidaridad, la compasión y la reverencia, valores fundamentales para la convivencia humana y de ahí para la vivencia en acto de la democracia. Esta espiritualidad natural refuerza la convivencia pacifica y confiere un aire humanistico y ético a la sociedad

Estos cuatro pilares, en el contexto actual del antropoceno (y sus derivaciones en necroceno y piroceno), en el cual el ser humano surge como el meteoro amenazador de la vida en toda su diversidad hasta el punto de poner en peligro el futuro común de la Tierra y de la humanidad, hacen de la democracia sin fin, integral y natural su antídoto más poderoso. Sostengo la misma opinión de muchos analistas de las actividades humanas con efectos a escala planetaria (la transgresión de 7 de los 9 límites planetarios), de que sin un paradigma nuevo, diferente del que tenemos que no incluye la espiritualidad natural, benigno con la naturaleza y cuidador de la Casa Común, difícilmente escaparemos de una tragedia ecológico-social que traerá grandes peligros para nuestra subsistencia en este planeta.

De ahí la importancia de combatir frontalmente el movimiento nacional e internacional de la extrema derecha que niega la democracia y se propone destruirla. Urge defender la democracia en todas sus formas, incluso en aquellas de baja intensidad (como la brasilera), en caso contrario sucumbiremos.

Recordemos la sabia advertencia de Celso Furtado, el gran economista de Brasil, en su libro Brasil: la construcción interrumpida (1993): «El desafío que se plantea en el umbral del siglo XXI es nada menos que cambiar el curso de la civilización, desplazar su eje de la lógica de los medios, al servicio de la acumulación en un corto horizonte de tiempo, a una lógica de los fines en función del bienestar social, del ejercicio de la libertad y de la cooperación entre los pueblos» (p.70). Ese giro implica fundar una democracia ecosocial que podrá salvarnos.

*Leonardo Boff ha escrito Brasil: concluir la refundación o prolongar la dependencia, Vozes 2018.

Traducción de MªJosé Gavito Milano

Defender a democracia e fundar uma democracia eco-social

Leonardo Boff

Atualmente como poucas vezes na história a democracia como valor universal e forma de organizar a sociedade está sob ataque.Há uma articulação mundial de grupos com muito poder e dinheiro que a negam em nome de propostas regressivas, autoritárias que beiram à barbárie.

A democracia,  a partir  de seus primórdios gregos, se sustenta sobre quatro pilastras: a participação, a igualdade, a inter-ação e  espiritualidade natural.

A ideia de democracia supõe e exige a participação de todos os membros da sociedade, feitos cidadãos livres e não meros assistentes ou simples beneficiários. Juntos constroem o bem comum.

Quanto mais se realizar a participação maior é o nível de igualdade entre todos. A igualdade resulta da participação de todos. A desigualdade, como por exemplo, a exclusão de cidadãos pobres, negros,indígenas, de outra opção sexual, de outro nível cultural e outras exclusões, significa que a democracia ainda não realizou sua natureza. Por natureza ela é, nas palavras do sociólogo português Boaventura de Souza Santos (injustamente acusado) uma democracia sem fim:ela deve ser vivida na família, em todas as relações individuais e sociais, nas comunidades, nas fábricas, nas instituições de ensino (do primário à universidade), numa palavra, sempre lá onde seres  humanos se encontram e se relacionam.

Com a participação de todos em pé de igualdade se cria a possibilidade da inter-ação entre todos, as trocas, as formas de comunicação livre até na maneira de comunhão,  própria dos seres humanos com sua subjetividade, identidade própria, inteligência e coração. Assim a democracia emerge como uma teia de relações que é mais do que o conjunto dos cidadãos. O ser humano vive melhor sua natureza de “nó de relações” num regime onde viceja a democracia. Ela comparece como um alto fator de humanização, vale dizer, de gestação de seres humanos ativos e criativos.

Por fim, a democracia reforça a espiritualidade natural e cria o campo de sua expressão. Entendemos a espiritualidade, como é entendida hoje pela new science, pela neurociência e pela cosmogênese como parte da natureza humana. Ela não se confunde nem se deriva da religiosidade, embora essa pode potenciá-la. Ela possui o mesmo direito de reconhecimento como a inteligência, a vontade, a afetividade. Ela é inata no ser humano. Como escreveu Steven Rockefeller, professor de ética e filosofia da religião no Middlebury College em Nova York  em seu livro Spiritual Democracy and our Schools (2022):“a espiritualidade é uma capacidade inata no ser humano que, quando alimentada e desenvolvida, gera um modo de ser feito de relações consigo mesmo e com o mundo, promove a liberdade pessoal, o bem estar, e o florescimento do bem coletivo”(p.10). Ela se expressa pela empatia, solidariedade, compaixão e reverência, valores fundamentais para o convívio humano e daí para a vivência em ato da democracia.

Estas quatro pilastras, no contexto atual do antropoceno (e suas derivações em necroceno e piroceno),no qual o ser humano surge como o meteoro ameaçador da vida em sua grande diversidade a ponto de colocar em risco o futuro comum da Terra e da humanidade, fazem da democracia sem fim, integral e natural  seu antídoto mais poderoso. Sustento a mesma opinião de muitos analistas das atividades humanas com efeitos em escala planetária (a transgressão de 7 dos 9 limites planetários), que sem um novo paradigma, diverso do nosso que não inclui a espiritualidade natural, benigno para com a natureza e cuidador da Casa Comum, dificilmente escaparemos de uma tragédia ecológico-social que trará grandes riscos para a nossa subsistência neste planeta.

Daí a importância de combatermos frontalmente o movimento nacional e internacional da extrema direita que nega a democracia e se propõe destrui-la. Urge defender a democracia em todas as suas formas, mesmo aquelas de baixa intensidade (como a brasileira), caso contrário sucumbiremos.

Vale a sábia advertência de Celso Furtado em seu Brasil:a construção interrompida (1993):”O desafio que se coloca no umbral do século XXI é nada menos do que mudar o curso da civilização, deslocar seu eixo da lógica dos meios, a serviço da acumulação num curto horizonte de tempo, para uma lógica dos fins, em função do bem-estar social, do exercício da liberdade e da cooperação entre os povos”(p.70). Essa reviravolta implica fundar uma democracia eco-social que nos poderá salvar.

Leonardo Boff escreveu Brasil: concluir a refundação ou prolongar a dependência,  Vozes 2018.

La possibile nuova era di Pax Terrae: la pacesfera

Leonardo Boff

Il secondo quarto del XXI secolo è segnato da conflitti e guerre di grande letalità. Il Comitato Internazionale della Croce Rossa, riferisce in una pubblicazione del 2024, che 60 dei 193 paesi [nel mondo] sono coinvolti in conflitti e guerre, pari al 13% dell’umanità. Le speranze di gran parte della popolazione mondiale, che immaginava che con il crollo dell’Unione Sovietica e la fine della Guerra Fredda avremmo inaugurato un’epoca di collaborazione, coesistenza e pace, sono state infrante.

Niente di tutto ciò è accaduto. Siamo, invece, entrati in un periodo buio e minaccioso dal punto di vista ecologico, con grandi eventi estremi, tifoni, inondazioni e bufere di neve, l’invasione del virus Covid-19 che ha decimato milioni di persone in tre anni, il crescente riscaldamento globale e, peggio di tutto, la minaccia di guerre che includono un genocidio a cielo aperto nella Striscia di Gaza, in conspectu omnium, il rischio di una belligeranza tra potenze militariste che, se intensificata, può portare a una guerra nucleare, con effetti letali e inimmaginabili sulla biosfera e sulla vita umana.

È in questo contesto che i desideri, vere e proprie grida per la pace, si levano da ogni parte. Tuttavia, vi è una generale mancanza di consapevolezza tra la popolazione e un vero e proprio negazionismo da parte di alcuni funzionari governativi e CEO di grandi aziende, riguardo ai rischi che corriamo. Ma vale la pena notare che, lentamente, una parte significativa dell’umanità si sta rendendo conto che ci troviamo su una strada pericolosa, forse senza ritorno, al limite di un abisso in cui potremmo precipitare. Se dovessimo cadere, significherebbe che gran parte della specie umana sarebbe destinata a scomparire.

La storia della Terra abbraccia 4,45 miliardi di anni e ha conosciuto almeno cinque grandi estinzioni di massa, la più grande delle quali si è verificata nel periodo Permiano-Triassico, 252 milioni di anni fa. Ciononostante, come affermò il biologo Edward Wilson, la vita sembra essere una piaga che si rifiuta di estinguersi, anche quando, in passato, circa il 70-80% della massa biotica si era estinta. Ma la Terra si è sempre ricostruita. Dopo ogni grande catastrofe biologica, sembra che la Terra stessa si sia vendicata e abbia richiesto più forza per ricostruire la sua intera biodiversità.

Normalmente, ogni anno, circa 100 specie di esseri viventi cessano di esistere. Hanno raggiunto il loro apice e scompaiono, naturalmente, dalla faccia della Terra. Altre seguiranno. Non sono pochi quelli che si chiedono: non sarà arrivato il nostro turno di aver raggiunto il nostro apice? Allora scompariremo. Uno dei presunti indicatori è la crescita esponenziale della popolazione umana che ha superato gli 8 miliardi e che ha già causato il cosiddetto “Earth Overshoot“, ovvero l’esaurimento di quei beni e servizi naturali non rinnovabili che garantiscono la continuità e la riproduzione delle nostre vite. Il fatto è che abbiamo già impattato i limiti della Terra. Sette degli 11 elementi fondamentali per la vita sono già crollati. Si sono accese tutte le luci rosse.

Vale anche la pena ricordare che abbiamo costruito gli strumenti della nostra autodistruzione, i quali, se attivati volontariamente, da un’IA autonoma o da un incidente qualsiasi, metterebbero a repentaglio l’avventura umana sul pianeta Terra.

D’altra parte, considerando la resilienza della vita in mezzo a tutte le decimazioni che si sono verificate, tutto suggerisce che gli esseri umani non siano entrati nel processo evolutivo avanzato per eliminarla, né per autodistruggersi. Quella che a noi sembra una tragedia potrebbe essere una crisi di transizione da uno stile di vita a un altro, possibilmente superiore, che richiede gravi sacrifici. Ma la vita-parassita resisterebbe ancora una volta e salverebbe gran parte della vita e della civiltà. Inaugurerebbe un’altra era geologica, quella che il grande cosmologo Brian Swimme chiama l’era ecozoica. L’ecozoico-ecologico, quello collegato al pianeta Terra come Casa Comune (oikos = eco: casa in greco), acquisterebbe centralità, come meravigliosamente proposto da Papa Francesco nell’enciclica Laudato Si’: sulla cura della Casa Comune (2015).

La tecno-scienza, l’economia, la politica e la. cultura in generale sarebbero al servizio della cura e della protezione di questo dono sacro che l’universo o Dio ci ha elargito: il pianeta vivente Terra, la Grande Madre, Pachamama e Gaia.

Potrebbe allora accadere qualcosa di inedito. Tutti gli esseri umani, sentendosi parte della natura e suoi custodi, conviverebbero in sinergia con il tutto. Il regno delle necessità sarebbe abbandonato e tutti godrebbero dei benefici del regno della libertà, grati al Creatore, vivendo felici e in pace perenne, sotto la luce e il calore benefico del sole.

Questa utopia si trova negli archetipi più ancestrali dell’inconscio collettivo di tutti i popoli. E questo archetipo potrebbe emergere dall’interno dell’attuale crisi planetaria per fare la propria storia insieme alla natura e alla specie umana. Sarebbe la pazisfera (in portoghese) o pacisfera (in latino), la sfera della pace, della pax Terrae, da sempre sognata e desiderata, fin dall’apparire delle strutture mentali e della coscienza umana, milioni di anni fa in Africa, da dove siamo emersi.

Allora, non si parlerà più di pace, perché essa si è trasformata nell’aria che respiriamo e nel cibo che ci sostiene. Un sogno che vale la pena sognare, forse per accelerarne, chissà, la sua realizzazione.

Leonardo Boff, Breve trattato sulla pace, di prossima uscita. (Traduzione dal portoghese per Gianni Alioti)

La posible nueva era de la Pax Terrae: la pazesfera

     Leonardo Boff

El segundo cuarto del siglo XXI está atravesado por conflictos y por guerras de gran mortalidad.  El Comité Internacional de la Cruz Roja en una publicación de 2024 refiere que 60 de los 193 países miembros están envueltos en conflictos y guerras, lo cual equivale al 13% de la humanidad. Se han frustrado las esperanzas de gran parte de la población mundial que imaginaba que con el colapso de la Unión Soviética y el fin de la guerra fría inauguraríamos tiempos de colaboración, de convivencia y de paz.

Nada de esto ha ocurrido. Al contrario, hemos entrado en un tiempo sombrío y ecológicamente amenazador, con grandes eventos extremos, tifones, inundaciones y nevadas, invasión del virus Covid-19 que en tres años acabó con millones de personas, el creciente calentamiento global y, lo que es peor, la amenaza de guerras que incluyen un genocidio a cielo abierto en la Franja de Gaza, in conspectu omnium, el peligro de que la beligerancia entre las potencias militaristas, una vez escalada, puede originar una guerra nuclear, con efectos letales e inimaginables para la biosfera y para la vida humana.

En este contexto los deseos, verdaderos clamores por la paz, suben de todas partes. Sin embargo, hay en la población una inconsciencia general y un verdadero negacionismo por parte de algunos gobernantes y CEOs de grandes empresas acerca de los peligros a los que estamos siendo sometidos. Pero cabe registrar que lentamente en una parte significativa de la humanidad crece también la conciencia de que estamos en un camino peligroso, tal vez sin retorno, rozando un abismo en el cual podemos caer. Si cayéramos, significaría que gran parte de la especie humana estaría condenada a desaparecer.

La historia de la Tierra tiene ya 4.450 millones de años y ha conocido por lo menos 5 grandes extinciones en masa de seres vivos, la mayor de ellas en el Pérmico-Triásico hace 252 millones de años. Aun así, como afirmó el biólogo Edward Wilson, la vida parece ser una plaga que no se deja extinguir, incluso cuando una vez cerca del 70-80% de la masa biótica se extinguió. Pero la Tierra siempre se rehizo. Después de cada gran catástrofe biológica parece que la Tierra se vengaba y cobraba más fuerza para rehacer toda su biodiversidad.

Cada año de forma regular dejan de existir cerca de 100 especies de seres vivos. Alcanzan su clímax y desaparecen de forma natural de la faz de la Tierra. Otros vendrán. No son pocos los que se preguntan: ¿será que no nos ha llegado el turno de alcanzar nuestro clímax? Entonces desapareceríamos. Uno de los indicativos alegados es el crecimiento exponencial de la población humana que con más de 8 mil millones ya ha ocasionado la Sobrecarga de la Tierra (Earth Overshoot), es decir, el agotamiento de los bienes y servicios naturales no renovables que garantizan la continuidad y la reproducción de nuestras vidas. El hecho es que ya hemos tocado los límites de la Tierra. Siete de los 11 elementos fundamentales para la vida ya han caído. Se han encendido todas las alarmas.

También hay que señalar que hemos construido los instrumentos para nuestra autodestrucción los cuales, activados voluntariamente o por una IA autónoma o por cualquier accidente, pondrían en peligro la aventura humana sobre el planeta Tierra.

Por otro lado, considerando la resiliencia de la vida en todas las extinciones habidas, todo lleva a creer que el ser humano no irrumpió en el proceso avanzado de la evolución para liquidarla ni para autodestruirse. Lo que nos parece una tragedia, podría ser una crisis de paso de un modo de vida a otro posiblemente más alto, a costa de grandes sacrifícios que habría que pagar. Pero la vida-plaga, una vez más, resistiría y salvaría gran parte de la vida y de la civilización. Inauguraría otra era geológica, aquella que el gran cosmólogo Brian Swimme llama era ecozóica. El ecozóico-ecológico, aquello que está ligado al planeta Tierra como Casa Común (oikos=eco: casa en griego) ganaría centralidad, como propuso maravillosamente el Papa Francisco en la encíclica Laudato Sì: sobre el cuidado de la Casa Común (2015).

La tecnociencia, la economía, la política y la cultura en general estarían al servicio del cuidado y de la protección de ese don sagrado con el que el universo o Dios nos ha galardonado: el planeta vivo Tierra, Gran Madre, Pachamama y Gaia.

Entonces algo inédito podría suceder. Todos los humanos, sintiéndose partes de la naturaleza y sus guardianes, convivirían en sinergia con el todo. El reino de las necesidades habría quedado atrás y todos gozarían de los beneficios del reino de la libertad, agradecidos al Creador, viviendo felices y en paz perenne, bajo la luz y el calor benéficos del sol.

Esta utopía está en los arquetipos más ancestrales del inconsciente colectivo de todos los pueblos. Este arquetipo podrá irrumpir desde dentro de la actual crisis planetaria para hacer historia junto con la naturaleza y la especie humana. Sería la pazesfera (en español)o pacisfera (en latín), la esfera de la paz, de la pax Terrae, siempre soñada y ansiada desde el irrumpir de las estructuras mentales y de la conciencia humana hace millones de años en África, de donde surgimos.

Entonces ya no se hablará de paz, pues ella se habrá trasfomado en el aire que respiramos y en el alimento que nos sustenta. Un sueño que vale la pena ser soñado para acelerar, quien sabe, su realización.