“Debemos respetar la forma como Dios quiso aproximarse a nosotros”

Uno de los mayores intelectuales del país, el teólogo, filósofo y escritor Leonardo Boff, 84 años, acaba de lanzar su nuevo libro La amorosidad de Dios-Abba y Jesús de Nazaret (Editora Vozes). Autor de más de 100 libros, traducidos a prácticamente todas las lenguas modernas, Boff se vuelve, en su nuevo trabajo, hacia la figura del Jesús histórico, el hombre, y el mensaje original que pasó a propagar en la Palestina del siglo I. Mensaje del cual, como afirma en esta entrevista por email a O DIA, la Iglesia se distanció al aliarse con el poder político de las clases dominantes. Lo cual, en su opinión, empieza a cambiar ahora con el Papa Francisco, que vuelve a  acercar la Iglesia al mensaje original de Jesús. 

(Entrevista Bernardo Costa para O DIA)

¿Cuál es la visión central de este nuevo libro suyo y por qué decidió escribirlo?

Hay una antigua discusión sobre en qué momento el hombre Jesús de Nazaret se dio cuenta de que era el Hijo de Dios. La mayoría de los estudiosos evitan esta pregunta por miedo a psicologizar la conciencia de Jesús. A mí siempre me ha preocupado: si Jesús es realmente un hombre como nosotros, nuestro hermano, ¿cómo surgió lentamente su conciencia de ser Hijo de Dios? La concepción tradicional afirma que ya en el seno de María tenía esa conciencia y se relacionaba con el Padre. Esta visión destruye el concepto de encarnación, que es asumir todo lo que es humano y las distintas etapas de la vida, como el bebé que aún no piensa ni habla, y también las limitaciones, las crisis y las superaciones propias de la condición humana. Lloró la muerte de su amigo Lázaro, acariciaba a los niños y nunca criticó a las mujeres, sino que las defendió como a María Magdalena y a la Samaritana.

El libro se atiene más al Jesús histórico que al Cristo de la fe. ¿Por qué es importante no perder de vista al Jesús histórico?

Debemos respetar la forma en que Dios quiso acercarse a nosotros a través de su Hijo, que se encarnó en la condición humana con sus altibajos. No debemos pasar inmediatamente al Cristo de la fe. Debemos partir siempre de la historia concreta de Jesús, de cómo vivía, cómo pensaba, cómo se relacionaba con las mujeres, con los pobres, con los ricos, con el poder y con las amenazas de muerte. Ser cristiano, fundamentalmente, es seguir al Jesús histórico. Él no vino a fundar una nueva religión. Vino a enseñarnos a vivir como él vivió: con amor incondicional, con compasión hacia los que sufren en este mundo, con indignación contra quienes fingían ser piadosos pero eran falsos y fariseos.  Incluso llegó a usar la violencia con quienes hacían negocios dentro del templo de Jerusalén. Y cultivaba una gran amistad con Lázaro y sus hermanas Marta y María.

¿Qué fue y cómo se dio la experiencia mística que tuvo el hombre Jesús de esa amorosidad de Dios-Abba?

Ante el asombro de sus padres, María y José, Jesús desde pequeño se refería a Dios como ‘Papá’ (Abba). Eso era extraño pues los judíos de aquel tiempo, y los de hoy también, muestran tanta reverencia hacia Dios que casi no pronuncian su nombre. Además, en la Biblia judaica, el Antiguo Testamento, jamás aparece esa expresión Abba aplicada a Dios. Es el nombre que los niños usan afectuosamente para su padre o para su abuelo. Que Jesús use esa palabra, Abba, revela cierta intimidad, cierta amorosidad hacia el Dios de la tradición de Abraham, Isaac y Jacob. Pero cuando tenía cerca de 25-26 años oyó que Juan Bautista estaba bautizando a mucha gente en el río Jordán. El bautismo implicaba sumergirse en las aguas del río. Jesús, por curiosidad, fue a ver lo que pasaba allí. Conversó rápidamente con Juan Bautista y con algunos de sus discípulos. Entró en un grupo para dejarse bautizar. Se sumergió como todos. Ellos salieron y él se quedó parado en medio del río. Fue ahí cuando tuvo un profundo choque existencial, una verdadera sacudida en su interior. Tuvo la experiencia profunda de ser el Hijo del Padre, expresada en estas palabras: ‘Tu eres mi Hijo amado y en ti he puesto toda mi alegría’. Jesús tuvo la experiencia de la radical amorosidad de Dios-Padre, como ‘Papá’ (Abba). Quien experimenta así al Padre se siente su Hijo. Las experiencias radicales, dicen los místicos y también los psicólogos, no se dejan expresar con palabras. Así, los evangelistas usan metáforas: una paloma descendió sobre él o se oyó una voz del cielo. Por eso, Jesús fue al desierto. Allí profundizó esta experiencia  y definió cual sería su misión: ni un profeta que transforma piedras en pan, ni un Sumo Sacerdote que introduce una forma religiosa y ética, ni un rey poderoso sobre tierras y pueblos.  Descubrió que debería ser, como está en el profeta Isaías, el Siervo sufriente, que se identifica con los que sufren en este mundo, que debía curar enfermos, consolar a los afligidos e incluso devolver la vida a quien había muerto, como Lázaro o la hija de Jairo. Y vivenció el amor y la ternura infinita de Dios, presente en la palabra Abba.


¿Qué significados y proporciones podría asumir hoy el mensaje que Jesús comenzó a difundir a partir de esta experiencia?

Jesús experimentó el amor radical de Dios por todos, sin importar su condición moral, ya fuera pecador o piadoso cumplidor de los mandamientos. Jesús se acerca a los pecadores, como se consideraba a los recaudadores de impuestos, entra en casa del rico Zaqueo, se encuentra especialmente con los pobres y los oprimidos: a todos quiere anunciar con sus palabras y su ejemplo este mensaje liberador: no temáis, Dios es un Padre amoroso de misericordia infinita. Nadie puede poner límites a su amor y a su misericordia. Todos, pecadores y santos, están bajo el arco iris de la misericordia de este Papá querido (Abba). En otras palabras, dichas también por el Papa Francisco: no hay condenación eterna, es sólo de este mundo, Dios no puede perder a ningún hijo o hija que haya creado con amor. Si perdiera a alguien, no sería a Dios. Como se dice en el libro de la Sabiduría: “Él creó a todos por amor y a nadie con odio, de lo contrario no lo habría creado. Él es el apasionado amante de la vida”. Este mensaje liberador de Jesús es contrario a toda una tradición que anunciaba el Evangelio con el miedo y la amenaza del infierno. Así se ha hecho durante casi todos los siglos, algo que muchas iglesias pentecostales todavía practican.

De qué forma la Iglesia Católica se distanció de ese mensaje original a lo largo de los años? 

La Iglesia se distanció del mensaje liberador de Jesús desde que se alió con el poder político de los emperadores romanos ya en los siglos II-III, comenzando con Constantino y continuando prácticamente hasta nuestros días. En lugar de ser un movimiento, se convirtió en una institución religiosa. Como cualquier institución, ella define quién está dentro y quién fuera, establece doctrinas y leyes, condena y premia. En este contexto, el método del miedo al infierno se utilizaba con todos aquellos que no se sometían a lo que ella ordenaba. A pesar de eso, debemos reconocer que ella guardó los cuatro evangelios, referencia común para todas las iglesias. Dentro de ellas, muchos asumieron el seguimiento de Jesús, pobre y amigo de los pobres, como San Francisco de Asís, la Hermana Dulce, la Madre Teresa de Calcuta y el actual Papa Francisco de Roma. Vivieron el seguimiento de Jesús sin amoldarse (sin desprecio) al camino religioso tradicional.

Usted es amigo y consejero del Papa Francisco. ¿Cómo evalúa los 10 años de su pontificado?

Durante los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI la Iglesia experimentó un retorno a la gran disciplina. Se reveló como un castillo cerrado e inmune a los avances de la modernidad, penetrada, según ellos, por muchos errores y desviaciones. Hubo mucha vigilancia sobre las doctrinas y condena a muchos teólogos, los más progresistas. La renovación de la Iglesia, iniciada por el Concilio Vaticano II (1962-1965), sufrió un retroceso. Se hablaba el invierno de la Iglesia. Con el Papa Francisco, que viene de la periferia donde vive la mayoría de los católicos se ha producido un gran cambio. Este Papa siempre se entendió a sí mismo como un teólogo de la liberación de corte argentino: liberación del pueblo oprimido y de la cultura silenciada. Inauguró una nueva forma de ser Papa, sin los aparatos y títulos heredados aún del Imperio Romano y del Renacimiento. Abandonó el palacio papal y se fue a vivir a una casa de huéspedes, Santa Marta.

¿En qué medida el pontificado de Francisco se aproxima del mensaje original de Jesús?

El Papa Francisco ha traído una primavera a la Iglesia, con un aire de libertad y apertura a todas las diversidades. Ha dicho que la Iglesia debe ser como un hospital de campaña que acoge a todos sin preguntar por su origen, religión o condición moral. Como él dice con frecuencia, “una Iglesia siempre en salida” hacia los problemas humanos, especialmente los de los más pobres y los de la gran pobre que es la Madre Tierra, a la que debemos cuidar como nuestra Casa Común. En mi opinión, está inaugurando una nueva genealogía de Papas que vienen de la periferia de la Iglesia y del mundo y que revelan un nuevo rostro del mensaje liberador de Jesús. Por eso, este Papa habla constantemente del Jesús histórico y del modo en que vivió, es decir, una existencia para los más vulnerables e invisibles. Jesús se distanciaba de la religión estricta de la época, ponía en el centro el amor y la misericordia. No hay que olvidar que fueron los religiosos quienes le condenaron a muerte en la cruz. Su resurrección, que es más que la reanimación de un cadáver, significa una insurrección contra la justicia perversa de la época. Él anticipó el fin bueno del ser humano, realizando todas sus potencialidades. El Papa Francisco actualiza y nos hace más accesible el mensaje original de Jesús, de su misericordia sin límites, tema fundamental de sus pronunciamientos.

¿En qué momentos de la humanidad se ha puesto en práctica el mensaje original de Jesús? ¿Por los hombres o por las mujeres?
Yo diría que en todas las generaciones ha habido mujeres y hombres cristianos que se  sintieron fascinados por la figura y la práctica del Jesús histórico. Han llegado a decir: ‘humano como Jesús, sólo Dios mismo’. No buscaban el poder, sino el servicio a los más desamparados. La lista sería inmensa. Pero sin duda sobresalen Santa Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz, ambos místicos de ojos abiertos y manos trabajadoras. San Francisco de Asís fue quizá quien más se asemejó a Jesús de Nazaret, viviendo entre leprosos y pobres y llamando a todas las criaturas con el dulce nombre de hermanos y hermanas. Y muchas mujeres que también lo seguían y sólo ellas permanecieron al pie de la cruz. De América Latina no podemos dejar de mencionar al obispo y santo, Don Óscar Romero, obispo de El Salvador, que fue asesinado en la misa cuando levantaba el cáliz con la sangre de Cristo que se mezcló con su sangre.

¿Está usted trabajando o dispuesto a trabajar en un nuevo libro? ¿De qué va a tratar?

Vivo dando charlas por todo Brasil y también en el extranjero. Intento imprimir un tono liberador, propio de la teología de la liberación, sobre todo cuando atiendo a grupos de base y movimientos sociales. Además de eso, escribo a menudo, pues ya son más de cien libros. En los últimos años he trabajado intensamente en ecología integral y he colaborado en la formación de una ecoteología de la liberación. Desde 2001 escribo un artículo semanal, que no ha fallado nunca,  y es traducido al español, italiano, alemán y muchos en inglés. Con casi 85 años estoy ya en el atardecer de la vida. Sigo trabajando, en la actualidad sobre la categoría Transparencia, ya que toda nuestra tradición grecolatina se ha estructurado sobre las categorías de Inmanencia y Trascendencia, colocándolas generalmente en oposición. La categoría Transparencia es típicamente cristiana, ya que la Trascendencia penetró en la Inmanencia a través de la Encarnación, haciendo transparentes la realidad humana y divina. La Transparencia es válida para todas las esferas, especialmente para la ética, y de modo particular para la política y para el mundo de los negocios. 

“Debemos respetar la forma como Dios quiso aproximarse a nosotros”

Leonardo Boff

Uno de los mayores intelectuales del país, el teólogo, filósofo y escritor Leonardo Boff, 84 años, acaba de lanzar su nuevo libro La amorosidad de Dios-Abba y Jesús de Nazaret (Editora Vozes). Autor de más de 100 libros, traducidos a prácticamente todas las lenguas modernas, Boff se vuelve, en su nuevo trabajo, hacia la figura del Jesús histórico, el hombre, y el mensaje original que pasó a propagar en la Palestina del siglo I. Mensaje del cual, como afirma en esta entrevista por email a O DIA, la Iglesia se distanció al aliarse con el poder político de las clases dominantes. Lo cual, en su opinión, empieza a cambiar ahora con el Papa Francisco, que vuelve a  acercar la Iglesia al mensaje original de Jesús. 

(Entrevista Bernardo Costa para O DIA)

¿Cuál es la visión central de este nuevo libro suyo y por qué decidió escribirlo?

Hay una antigua discusión sobre en qué momento el hombre Jesús de Nazaret se dio cuenta de que era el Hijo de Dios. La mayoría de los estudiosos evitan esta pregunta por miedo a psicologizar la conciencia de Jesús. A mí siempre me ha preocupado: si Jesús es realmente un hombre como nosotros, nuestro hermano, ¿cómo surgió lentamente su conciencia de ser Hijo de Dios? La concepción tradicional afirma que ya en el seno de María tenía esa conciencia y se relacionaba con el Padre. Esta visión destruye el concepto de encarnación, que es asumir todo lo que es humano y las distintas etapas de la vida, como el bebé que aún no piensa ni habla, y también las limitaciones, las crisis y las superaciones propias de la condición humana. Lloró la muerte de su amigo Lázaro, acariciaba a los niños y nunca criticó a las mujeres, sino que las defendió como a María Magdalena y a la Samaritana.

El libro se atiene más al Jesús histórico que al Cristo de la fe. ¿Por qué es importante no perder de vista al Jesús histórico?

Debemos respetar la forma en que Dios quiso acercarse a nosotros a través de su Hijo, que se encarnó en la condición humana con sus altibajos. No debemos pasar inmediatamente al Cristo de la fe. Debemos partir siempre de la historia concreta de Jesús, de cómo vivía, cómo pensaba, cómo se relacionaba con las mujeres, con los pobres, con los ricos, con el poder y con las amenazas de muerte. Ser cristiano, fundamentalmente, es seguir al Jesús histórico. Él no vino a fundar una nueva religión. Vino a enseñarnos a vivir como él vivió: con amor incondicional, con compasión hacia los que sufren en este mundo, con indignación contra quienes fingían ser piadosos pero eran falsos y fariseos.  Incluso llegó a usar la violencia con quienes hacían negocios dentro del templo de Jerusalén. Y cultivaba una gran amistad con Lázaro y sus hermanas Marta y María.

¿Qué fue y cómo se dio la experiencia mística que tuvo el hombre Jesús de esa amorosidad de Dios-Abba?

Ante el asombro de sus padres, María y José, Jesús desde pequeño se refería a Dios como ‘Papá’ (Abba). Eso era extraño pues los judíos de aquel tiempo, y los de hoy también, muestran tanta reverencia hacia Dios que casi no pronuncian su nombre. Además, en la Biblia judaica, el Antiguo Testamento, jamás aparece esa expresión Abba aplicada a Dios. Es el nombre que los niños usan afectuosamente para su padre o para su abuelo. Que Jesús use esa palabra, Abba, revela cierta intimidad, cierta amorosidad hacia el Dios de la tradición de Abraham, Isaac y Jacob. Pero cuando tenía cerca de 25-26 años oyó que Juan Bautista estaba bautizando a mucha gente en el río Jordán. El bautismo implicaba sumergirse en las aguas del río. Jesús, por curiosidad, fue a ver lo que pasaba allí. Conversó rápidamente con Juan Bautista y con algunos de sus discípulos. Entró en un grupo para dejarse bautizar. Se sumergió como todos. Ellos salieron y él se quedó parado en medio del río. Fue ahí cuando tuvo un profundo choque existencial, una verdadera sacudida en su interior. Tuvo la experiencia profunda de ser el Hijo del Padre, expresada en estas palabras: ‘Tu eres mi Hijo amado y en ti he puesto toda mi alegría’. Jesús tuvo la experiencia de la radical amorosidad de Dios-Padre, como ‘Papá’ (Abba). Quien experimenta así al Padre se siente su Hijo. Las experiencias radicales, dicen los místicos y también los psicólogos, no se dejan expresar con palabras. Así, los evangelistas usan metáforas: una paloma descendió sobre él o se oyó una voz del cielo. Por eso, Jesús fue al desierto. Allí profundizó esta experiencia  y definió cual sería su misión: ni un profeta que transforma piedras en pan, ni un Sumo Sacerdote que introduce una forma religiosa y ética, ni un rey poderoso sobre tierras y pueblos.  Descubrió que debería ser, como está en el profeta Isaías, el Siervo sufriente, que se identifica con los que sufren en este mundo, que debía curar enfermos, consolar a los afligidos e incluso devolver la vida a quien había muerto, como Lázaro o la hija de Jairo. Y vivenció el amor y la ternura infinita de Dios, presente en la palabra Abba.


¿Qué significados y proporciones podría asumir hoy el mensaje que Jesús comenzó a difundir a partir de esta experiencia?

Jesús experimentó el amor radical de Dios por todos, sin importar su condición moral, ya fuera pecador o piadoso cumplidor de los mandamientos. Jesús se acerca a los pecadores, como se consideraba a los recaudadores de impuestos, entra en casa del rico Zaqueo, se encuentra especialmente con los pobres y los oprimidos: a todos quiere anunciar con sus palabras y su ejemplo este mensaje liberador: no temáis, Dios es un Padre amoroso de misericordia infinita. Nadie puede poner límites a su amor y a su misericordia. Todos, pecadores y santos, están bajo el arco iris de la misericordia de este Papá querido (Abba). En otras palabras, dichas también por el Papa Francisco: no hay condenación eterna, es sólo de este mundo, Dios no puede perder a ningún hijo o hija que haya creado con amor. Si perdiera a alguien, no sería a Dios. Como se dice en el libro de la Sabiduría: “Él creó a todos por amor y a nadie con odio, de lo contrario no lo habría creado. Él es el apasionado amante de la vida”. Este mensaje liberador de Jesús es contrario a toda una tradición que anunciaba el Evangelio con el miedo y la amenaza del infierno. Así se ha hecho durante casi todos los siglos, algo que muchas iglesias pentecostales todavía practican.

De qué forma la Iglesia Católica se distanció de ese mensaje original a lo largo de los años? 

La Iglesia se distanció del mensaje liberador de Jesús desde que se alió con el poder político de los emperadores romanos ya en los siglos II-III, comenzando con Constantino y continuando prácticamente hasta nuestros días. En lugar de ser un movimiento, se convirtió en una institución religiosa. Como cualquier institución, ella define quién está dentro y quién fuera, establece doctrinas y leyes, condena y premia. En este contexto, el método del miedo al infierno se utilizaba con todos aquellos que no se sometían a lo que ella ordenaba. A pesar de eso, debemos reconocer que ella guardó los cuatro evangelios, referencia común para todas las iglesias. Dentro de ellas, muchos asumieron el seguimiento de Jesús, pobre y amigo de los pobres, como San Francisco de Asís, la Hermana Dulce, la Madre Teresa de Calcuta y el actual Papa Francisco de Roma. Vivieron el seguimiento de Jesús sin amoldarse (sin desprecio) al camino religioso tradicional.

Usted es amigo y consejero del Papa Francisco. ¿Cómo evalúa los 10 años de su pontificado?

Durante los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI la Iglesia experimentó un retorno a la gran disciplina. Se reveló como un castillo cerrado e inmune a los avances de la modernidad, penetrada, según ellos, por muchos errores y desviaciones. Hubo mucha vigilancia sobre las doctrinas y condena a muchos teólogos, los más progresistas. La renovación de la Iglesia, iniciada por el Concilio Vaticano II (1962-1965), sufrió un retroceso. Se hablaba el invierno de la Iglesia. Con el Papa Francisco, que viene de la periferia donde vive la mayoría de los católicos se ha producido un gran cambio. Este Papa siempre se entendió a sí mismo como un teólogo de la liberación de corte argentino: liberación del pueblo oprimido y de la cultura silenciada. Inauguró una nueva forma de ser Papa, sin los aparatos y títulos heredados aún del Imperio Romano y del Renacimiento. Abandonó el palacio papal y se fue a vivir a una casa de huéspedes, Santa Marta.

¿En qué medida el pontificado de Francisco se aproxima del mensaje original de Jesús?

El Papa Francisco ha traído una primavera a la Iglesia, con un aire de libertad y apertura a todas las diversidades. Ha dicho que la Iglesia debe ser como un hospital de campaña que acoge a todos sin preguntar por su origen, religión o condición moral. Como él dice con frecuencia, “una Iglesia siempre en salida” hacia los problemas humanos, especialmente los de los más pobres y los de la gran pobre que es la Madre Tierra, a la que debemos cuidar como nuestra Casa Común. En mi opinión, está inaugurando una nueva genealogía de Papas que vienen de la periferia de la Iglesia y del mundo y que revelan un nuevo rostro del mensaje liberador de Jesús. Por eso, este Papa habla constantemente del Jesús histórico y del modo en que vivió, es decir, una existencia para los más vulnerables e invisibles. Jesús se distanciaba de la religión estricta de la época, ponía en el centro el amor y la misericordia. No hay que olvidar que fueron los religiosos quienes le condenaron a muerte en la cruz. Su resurrección, que es más que la reanimación de un cadáver, significa una insurrección contra la justicia perversa de la época. Él anticipó el fin bueno del ser humano, realizando todas sus potencialidades. El Papa Francisco actualiza y nos hace más accesible el mensaje original de Jesús, de su misericordia sin límites, tema fundamental de sus pronunciamientos.

¿En qué momentos de la humanidad se ha puesto en práctica el mensaje original de Jesús? ¿Por los hombres o por las mujeres?
Yo diría que en todas las generaciones ha habido mujeres y hombres cristianos que se  sintieron fascinados por la figura y la práctica del Jesús histórico. Han llegado a decir: ‘humano como Jesús, sólo Dios mismo’. No buscaban el poder, sino el servicio a los más desamparados. La lista sería inmensa. Pero sin duda sobresalen Santa Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz, ambos místicos de ojos abiertos y manos trabajadoras. San Francisco de Asís fue quizá quien más se asemejó a Jesús de Nazaret, viviendo entre leprosos y pobres y llamando a todas las criaturas con el dulce nombre de hermanos y hermanas. Y muchas mujeres que también lo seguían y sólo ellas permanecieron al pie de la cruz. De América Latina no podemos dejar de mencionar al obispo y santo, Don Óscar Romero, obispo de El Salvador, que fue asesinado en la misa cuando levantaba el cáliz con la sangre de Cristo que se mezcló con su sangre.

¿Está usted trabajando o dispuesto a trabajar en un nuevo libro? ¿De qué va a tratar?

Vivo dando charlas por todo Brasil y también en el extranjero. Intento imprimir un tono liberador, propio de la teología de la liberación, sobre todo cuando atiendo a grupos de base y movimientos sociales. Además de eso, escribo a menudo, pues ya son más de cien libros. En los últimos años he trabajado intensamente en ecología integral y he colaborado en la formación de una ecoteología de la liberación. Desde 2001 escribo un artículo semanal, que no ha fallado nunca,  y es traducido al español, italiano, alemán y muchos en inglés. Con casi 85 años estoy ya en el atardecer de la vida. Sigo trabajando, en la actualidad sobre la categoría Transparencia, ya que toda nuestra tradición grecolatina se ha estructurado sobre las categorías de Inmanencia y Trascendencia, colocándolas generalmente en oposición. La categoría Transparencia es típicamente cristiana, ya que la Trascendencia penetró en la Inmanencia a través de la Encarnación, haciendo transparentes la realidad humana y divina. La Transparencia es válida para todas las esferas, especialmente para la ética, y de modo particular para la política y para el mundo de los negocios. 

Lo nuevo normal climático – el fin de la especie y la salvación cristiana: respuesta a un desafío

                  Leonardo Boff/Pedro de Oliveira

Un entrañable amigo, reconocido sociólogo, Pedro Ribeiro de Oliveira de Juiz de Fora-MG, tal vez el único que lee todo lo que escribo,me critica y mejora mis ideas, se dejó impactar (helás!) con mi reciente artículoLo nuevo normal climático es amenazador” que trata del cambio irreversible del régimen climático de la Tierra que podrá poner en peligro el futuro de la vida humana. Como es un cristiano crítico y serio me escribió esta provocación que supongo será la de muchos lectores y lectoras. Me permito transcribir su email en su forma coloquial y después mi respuesta también coloquial.

Pregunta de Pedro Ribeiro de Oliveira:

Leonardo, mi hermano,

Acabo de leer tu texto “Lo nuevo normal es amenazador” soltando los perros sobre la inevitable catástrofe climático-ambiental que se está abatiendo sobre la Tierra y quiero sugerirte/pedirte una reflexión teológica sobre la Salvación. ¿Es que ni Jesús puede salvar a la humanidad? ¿Es que su Evangelio del Reino se quedó en nada? ¿Que Él sólo consigue salvar almas? ¿Será que el Hijo del Hombre, después de resucitado por el Espíritu, acabó muriendo por nada?

No sé… Si toda la especie humana, y un montón de otras que van con ella, está condenada a desaparecer, la promesa del Reinado de Dios fue solo una Esperanza que ayudó a una parte (pequeña) de la humanidad a vivir momentos felices anticipándolo en la historia. ¿Dónde está la salvación que Jesús prometió y las Iglesias cristianas han anunciado durante siglos? 

Sólo nos queda el consuelo de que, no habiendo Reinado de Dios en la historia y estando nuestros cuerpos condenados a morir, tendremos una vida eterna y etérea para nuestras almas. Pero si es así, mucha gente hizo el tonto, incluso el mismo Jesús de Nazaret: podía haber enseñado la salvación de las almas sin enfrentarse al Imperio, el Templo y la Cruz.

Como teólogo, te propongo hacer una reflexión sobre la Salvación teniendo como tema de fondo la catástrofe de la vida humana en la Tierra.

Un afectuoso abrazo

Pedro

Pedro Ribeiro de Oliveira, sociólogo, autor de varios libros y articulador nacional del Movimiento Fe y Política.

Respuesta de Leonardo Boff

Pedro, amigo-hermano,

Yo creo que Jesús no vino a cambiar el curso de la evolución. 

Si te cuento la historia de la vida te darás cuenta de que al formarse los continentes (a partir del único gran continente, Pangea) hace 230 millones de años, entre el 75-95% de todas las especies de seres vivos desaparecieron. Pero la Tierra guardó semillas (los quintillones y quintillones de micoroorganismo escondidos en el suelo y a salvo de cualquier amenaza). La Tierra se demoró 10 millones de años para rehacer la biodiversidad. La rehizo y enfrentó otras grandes extinciones posteriores, como aquella de hace 67 millones de años que hizo desaparecer todos los dinosaurios después de haber vivido más de 130 millones de años sobre la Tierra, y tantas otras. Pero la vida, como una especie de plaga siempre sobrevivió. 

Nada impide que nuestra especie, que apareció la última en el proceso de la evolución, violenta y asesina desde el principio del mundo, llegue a su clímax y desaparezca. Pero no desaparece el Principio creador de Dios-Trinidad, de comunión y de amor. De las ruinas hará un nuevo cielo y una nueva tierra,como lo promete el Apocalipsis. 

Recuerda el Viernes santo. Todos los apóstoles huyeron y abandonaron a Jesús. Sólo las mujeres, las generadoras de vida, no le abandonaron y se quedaron al pie de la cruz. El Viviente murió entre gritos de desesperación hasta entregarse, confiado, diciendo: “Padre, en tus manos entrego mi espíritu”(Lc 23,46:mi principio de vida). La resurrección, testemoniada por primero por una mujer,Maria Magdalena, fue una insurrección contra aquella justicia y aquel mundo de muerte que lo condenó. Pero es mucho más:la  resurrección anticipó el fin bueno de la historia humana y del universo. Surgió el “novísimus Adán” (1Cor 15,45).

Yo creo que el misterio pascual (vida-muerte-resurrección), especialmente el viernes santo, no sólo inspiró a Hegel para para la creación de la dialéctica (que él llama“viernes santo teórico”) sino que también nos puede inspirar a nosotros.

Podemos pasar por el viernes santo general y terrenal con todas sus agonías como las de Jesús. Pero no es el fin. Irrumpirá, luego después, lo nuevo que es la resurrección. No como reanimación de un cadáver como el de Lázaro, sino como realización de todas las potencialidades escondidas en Jesús y en nosotros y como la irrupción realmente de aquello que el Apocalipsis atestigua: un nuevo cielo y una nueva tierra. Ellas vendrán de lo alto, es decir, de otra fuente de vida y de otra naturaleza. 

Bien dice Ernst Bloch: el verdadero génesis no está al comienzo, sino al final. Solo entonces Dios, “mirando todo lo que habia hecho y halló que todo estaba muy bueno”(Gn 1,31). Ahora no es todo muy bueno, pues hay tanta maldad y desastres incomprensibles, como el de São Sebastião-SP y la bajada del nivel de agua de los canales de Venecia que están practicamente secos. Pero el fin será bueno.

Como dice el mayor poeta portugués Fernando Pessoa: “soñamos con un mundo que aún no experimentamos”. Ahora al final del nuevo régimen climático, el terrible piroceno (del fuego), vamos a explosionar e implosionar hacia dentro de Dios como le gustaba imaginar a Pierre Teilhard de Chardin. Experimentaremos un mundo nunca vivido antes.

Esta nuestra esperanza vale para la situación calamitosa actual. Reside en la resurrección de Jesús que solo comenzó pero no acabó todavía porque sus hermanos y hermanas que somos todos nosotros, no hemos llegado a la situación de él. La resurrección de Jesús es un proceso no terminado porque sus hermanos y hermanas aún no han resucitado como él. Como lo dice San Paulo:”es en la esperanza que somos salvos”(Rom 8,24).

Me gusta el evangelio original de San Marcos. Termina diciendo Jesús: “id a Galilea, ahí me veréis”(Mc 16,7). Así acaba el texto. Los milagros agregados, es consenso entre los exegetas que son un añadido posterior. 

Por lo tanto, estamos todos  en el camino a Galilea cuando entonces veremos el Resucitado; el Nuevo Ser se manifestará y hará de nosotros también nuevos seres, hombres y mujeres resucitados.

Esta es mi esperanza frente a las turbulencias mortales de la historia, sobre todo de la historia reciente. Lo nuevo, Cristo resucitado, acabará de resucitar y entonces se mostrará como el Cristo cósmico que llena todos los espacios de la Tierra y del Universo. Y nosostros participaremos de esta novedad.

Un grande y fraterno abrazo

Leonardo

Escribi un libro La resurrección de Cristo y la nuestra en la muerte, Trotta,Madrid.