Leonardo Boff: ecología, espiritualidad y liberación

Juan José Tamayo*

       Carta abierta en su 87 cumpleaños

       Querido Leonardo

No quiero faltar a la celebración de tu 87 cumpleaños el día 14 de diciembre. Te escribo para expresarte mi amistad y mi reconocimiento en tu largo caminar por la senda de la liberación de las personas más vulnerables, de los colectivos empobrecidos, de los pueblos oprimidos y de la naturaleza depredada.

Nuestros encuentros

Nos conocimos hace cuarenta y ocho años. Fue en 1977 en la Semana Internacional de Teología sobre “Jesucristo en la historia y en la fe”, organizada por la Fundación Juan March. En ella intervinieron algunos de los teólogos europeos más prestigiosos, entre ellos, el francés Christian Duquoc, los alemanes Walter Kasper, Ernts Käsemann y Wolfhart Pannenberg y el español José María González Ruiz.

Eras el teólogo más joven, el único no europeo, el teólogo venido del Sur que discutía de igual a igual y en profundidad con tus colegas del Norte, con lo más granado de la teología europea. Tu conferencia versó sobre Jesucristo liberador desde la América Latina oprimida. No fue un discurso fácil, y menos aún demagógico, sino riguroso, aunque desde una lógica distinta de la eurocéntrica: la de los oprimidos, que rompía las reglas de la lógica de los satisfechos.

Recuerdo que en uno de los debates con Pannenberg, quizá el más tenso y de mayor altura intelectual de toda la semana, el teólogo alemán te recordó que la teología es la inteligencia de la fe. A lo que tú respondiste: “Profesor, lleva usted razón, pero es también aliento de vida y fuerza de liberación para los pobres y oprimidos”.

Tres años después volvimos a encontrarnos en Asturias en un Congreso sobre la III Conferencia del Episcopado Latinoamericano celebrada en Puebla (México) con la presencia del secretario general del CELAM, monseñor Quarrachino, que se comportó de manera autoritaria y verbalmente violenta contigo, pero sin aportar una sólida argumentación a tus críticas. Fue en aquel encuentro donde empezamos a forjar nuestra amistad, que dura hasta hoy.

De entonces para acá muchos han sido nuestros encuentros en Congresos de teología de la liberación en diferentes lugares del planeta, preferentemente en España y en varios países de América Latina, amén de nuestra comunicación epistolar permanente, las reseñas de nuestros libros y tus prólogos a mis libros La teología de la liberación en el nuevo escenario político y religioso (Tirant, Valencia, 2011, 2ª ed.) y Cristianismo radical (Trotta, Madrid, 2025, 3ª ed.), que nunca dejaré de agradecerte suficiente.

En 1999 escribí el libro Leonardo Boff. Ecología, mística y liberación (Desclée de Brouwer, Bilbao, 1999). En él recojo la larga conversación que mantuvimos durante varios días en mi casa de Madrid en octubre de 1997, hago un perfil intelectual tuyo y ofrezco una exposición sistemática de tus principales aportaciones en el campo teológico, pero prestando atención también a tus estudios sobre ecología, cosmología y antropología. El libro conserva la misma actualidad de entonces, ya que abordamos los temas mirando al futuro.

Volvimos a encontrarnos varias veces en los Foros Sociales Mundiales, donde creamos el Foro Mundial de Teología y Liberación (FMTL). Recuerdo dos de esos encuentros: el de Porto Alegre (Brasil), celebrado en 2005 bajo el lema “Teología para Otro Mundo Posible” y el de Belem de Pará (Brasil) en 2009 cuyo tema fue “Tierra, Agua y Teología para otro Mundo Posible”. Retengo en la memoria el vivo diálogo que mantuviste en el Foro de 2009 con tu compatriota la ecologista Marina Silva. No recuerdo si participaste en el FMTL de Nairobi (Kenia) bajo el título “Espiritualidad Para Otro Mundo Posible”.

Antes de la pandemia nos encontramos varias veces en Ciudad de México, Puebla de los Ángeles y Monterrey en los Congresos organizados por el colectivo Amerindia y la Fundación Valores. Recientemente hemos participado, virtualmente en el 41 y el 44 Congreso de Teología, organizados por la Asociación española de Teólogas y Teólogos Juan XXIII y otros colectivos cristianos de base. Tus conferencias fueron muy bien acogidas y evaluadas.

La del 21 Congreso fue “Hacia una Iglesia samaritana y cuidadora de la naturaleza”, en la que hablaste de la confrontación de dos paradigmas civilizatorios: el del dominus, dominador de la naturaleza, y el del frater, del hermano y de la hermana, inspirado en la encíclica del papa Francisco Fratelli tutti. La del 24 Congreso giró en torno a “Caminos de Paz: Shalom y justicia”. “La paz -dijiste- solo es posible en la medida en que las personas individuales y las colectividades se predispongan a desarrollar organizadamente la convivencia, el respeto, la cooperación y el amor”.

Preguntas que te interpelan

Durante los ochenta y siete años de vida has hecho un fecundo itinerario que se bifurca en múltiples sendas: la experiencia religiosa, la teología, la ecología, la política, la academia, los foros mundiales de teología y liberación dentro de los Foros Sociales Mundiales, los congresos de Amerindia, el acompañamiento a las comunidades eclesiales de base, al MST…

“Caminante no hay camino, se hace camino al andar”, dice Antonio Machado. Tú has hecho camino al andar dejando huella por donde has pasado y sigues pasando. Y siempre desde el pensamiento crítico, desde la experiencia de la ternura, del corazón, desde el amor a la Pacha Mama y del seguimiento de Jesús de Nazaret, el Cristo Liberador, sobre el que escribiste la primera cristología latinoamericana históricamente significativa en 1972. Luego vendrían otras de colegas y amigos, entre ellas las de Juan Luis Segundo y Jon Sobrino.

Te reconozco como uno de los teólogos más innovadores de la teología latinoamericana, que propones una ética centrada en las “virtudes para otro mundo posible”, en la construcción de una fraternidad sororal eco-humana y de una teología del cautiverio y de la liberación

“Lo mejor de la religión -escribía Bloch en el frontispicio de su libro El ateísmo en el cristianismo– es que crea herejes”. Creo que tú eres un excelente ejemplo de este aforismo, cambiando quizá “hereje” por “heterodoxo”. Ahí radica la creatividad en todos los campos de tu ser, tu saber y tu quehacer humano en los que has trabajado y sigues trabajando sin descanso. Tu vida y tu pensamiento demuestran que eres un intelectual que rompe esquemas (y algunos cráneos endurecidos de colegas, obispos y algún inquisidor, otrora mecenas tuyo), abres nuevos horizontes y propones alternativas donde parece que no hay salida o se cree que la salida es una sola.

Te reconozco como uno de los teólogos más innovadores de la teología latinoamericana, que propones una ética centrada en las “virtudes para otro mundo posible”, en la construcción de una fraternidad sororal eco-humana y de una teología del cautiverio y de la liberación.

En tu quehacer teológico has sabido compaginar ejemplarmente, durante más de cinco décadas, el rigor metodológico y la denuncia profética, otra manera de hacer teología y el compromiso político con los pobres de la tierra y con la naturaleza oprimida, cuyos gritos has sabido escuchar y a los que has querido responder desde la razón cordial y la ética del cuidado. El rigor metodológico lo demuestras con el recurso a la doble mediación de la teología de la liberación: socio-analítica y hermenéutica, que se aprecia en todas las páginas de tus libros y en los artículos con los que nos sorprendes a menudo por ser reflexiones a pie de página llenas de profundidad y de sabiduría vital.

Utilizas la mediación de las ciencias humanas y sociales para un mejor conocimiento de la realidad, para descubrir los mecanismos de opresión que atentan contra la vida de los pobres y de la naturaleza y para liberar a la teología de su -quizá falsa-, neutralidad social, de su -supuesta- neutralidad política y de su -sólo aparente- indiferencia ética.

Recurres a la hermenéutica, necesaria para el estudio y la interpretación de los textos fundantes del cristianismo y para no caer en el fundamentalismo, una de las manifestaciones más perversas de las religiones que, siguiendo el refrán latino corruptio optimi pessima, convierten el vino espumoso de los orígenes en vinagre imbebible. A través de la hermenéutica analizas el pre-texto y el con-texto de dichos textos, descubres su sentido primigenio emancipador y preguntas por su significación y sentido hoy a la luz de los nuevos desafíos y de las nuevas preguntas que nos plantea la dura realidad. No como otros colegas, que dan respuestas del pasado a preguntas del presente. Todo lo contrario. Intentas aportar respuestas creativas a las preguntas de cada realidad histórica.

Una realidad que hemos construido nosotros y nosotras, en la que no podemos instalarnos cómoda y acríticamente, sino que estamos llamados a de-construirla para re-construirla de manera creativa e inclusiva y un mundo en el que quepan todos los mundos, lema del Movimiento Zapatista. Desmientes así el viejo adagio conformista del pensamiento conservador: “las cosas son como son y no pueden ser de otra manera” y compartes, más bien, la afirmación del filósofo de la esperanza y de la utopía, Ernst Bloch, que inspira buena parte de nuestra teología: “Si los hechos no coinciden con el pensamiento, peor para los hechos”.

Eres considerado, y con razón, uno de los principales cultivadores de la teología de la liberación (TL). A ella accediste a partir del impacto que te produjeron las favelas de Petrópolis, donde llevaste a cabo un intenso trabajo socio-pastoral desde comienzos de la década de los setenta del siglo pasado. Tu reflexión teológica en clave liberadora nació, asimismo, de la necesidad de dar respuesta a las preguntas que te planteó un grupo de sacerdotes comprometidos con el mundo indígena de la selva amazónica hace ahora cinco décadas:

– ¿Cómo anunciar la muerte y la resurrección de Jesús a indígenas que están siendo exterminados y muriendo por las enfermedades de los blancos?

– ¿Cómo anunciar la buena noticia de la salvación a las poblaciones explotadas?

– ¿Cómo hablar de Dios inteligiblemente, y no de manera cínica, a personas indígenas que viven la experiencia de lo sagrado en contacto con la naturaleza?

Las experiencias vividas en el mundo de la pobreza extrema, de la marginación cultural y de la depredación de la naturaleza, por una parte, y la necesidad de responder a las preguntas que surgían de ahí, por otra, te llevaron a dedicarte por entero, profesional y vitalmente, a fundamentar la nueva metodología de la teología de la liberación, que comenzaste haciéndola en tiempos del cautiverio, vivido durante la dictadura brasileña y los regímenes militares del continente latinoamericano, que parecían “eternos”.

La ecología, en el corazón de tu teología

La teología y el cristianismo en general apenas han mostrado interés por la ecología. Tú has llenado ese vacío llevando a cabo una reflexión teológica en perspectiva ecológica, que cuestiona la supuesta – ¡y falsa!- fuerza emancipadora del paradigma científico-técnico de la modernidad. Un paradigma selectivo, centrado en el ser humano, que ni es universalizable ni integral, ¡ni siquiera humano!

Como alternativa propones un nuevo paradigma en el que el ser humano no compita con la naturaleza, sino que esté en diálogo y comunicación simétricos con ella, con relaciones de sujeto a sujeto, y no de sujeto a objeto. El ser humano y la naturaleza conforman un entramado de relaciones multidireccionales caracterizadas por la interdependencia y no por la autosuficiencia, por la fragilidad del mundo y la vulnerabilidad humana, y no por la omnipotencia, la insolencia y la arrogancia. Se establece, entonces, un pacto entre todos los seres del cosmos regido por la solidaridad cósmica, la fraternidad-sororidad sin fronteras, sin gremialismos ni tribalismos, y el cuidado, virtud fundamental de la ética eco-humana. Es “la opción Tierra”, título de uno de tus libros más bellos, que reseñé junto a otros en BABELIA-EL PAÍS.

Muchas somos las personas que seguimos tus lecciones de ecología integral, entre ellos el Papa Francisco en su encíclica Laudato Si’. Sobre el cuidado de la casa común, de 2015, que se inspira en tus textos y en tu testimonio de amor a la tierra, y se inicia con el Cántico de las criaturas, que tantas veces has citado: “Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sustenta, gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba… Esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella”. La encíclica se hace eco de tus críticas al antropocentrismo, incluido el antropocentrismo cristiano.

“La razón no puede florecer sin esperanza, ni la esperanza puede hablar sin razón” escribe Ernst Bloch en su magna obra El principio esperanza, que leíste en alemán durante tus estudios en Munich y citas con frecuencia. Razón y esperanza o, mejor, optimismo militante, docta spes, son lo que mejor define tu vida, tu, tu obra. A tus 87 años sigues practicando la “esperanza contra toda (des)esperanza”.

Espiritualidad liberadora

No quiero terminar sin decir unas palabras sobre la espiritualidad en tu vida y tu obra, inseparable de la liberación de los seres humanos empobrecidos y de la naturaleza depredada.

“Lo que sustenta la práctica y la teoría (teología) liberadoras -escribes- es una experiencia espiritual de encuentro con el Señor en los pobres. Por detrás de toda práctica innovadora de la Iglesia, en la raíz de toda teología verdadera y nueva se esconde latente una experiencia religiosa típica. Esta constituye la palabra-fuente; todo lo demás resulta de esta experiencia totalizadora, es esfuerzo de traducción en los marco de una realidad históricamente determinada”.

Leonardo BoffLeonardo Boff | EFE

La espiritualidad eco-humana lleva derechamente a la práctica del cuidado, que constituye la esencia del ser humano y que defines como una relación no agresiva ni destructiva, sino amorosa y respetuosa con la realidad, con el planeta como totalidad, con los ecosistemas, con nuestro cuerpo, con nuestro ser interior. Se trata de un arte, más que de una técnica, e inaugura un nuevo paradigma de convivencia tridimensional: ser humano-vida-tierra. El presupuesto del cuidado es que los seres humanos somos parte de la naturaleza y miembros de la comunidad biótica y cósmica, y tenemos la responsabilidad de protegerla y regenerarla.

El cuidado activa nuestra sensibilidad hacia nosotros mismos y hacia todo lo que nos rodea. Comporta el reconocimiento y el respeto de la dignidad y los derechos de las otras y los otros y de la naturaleza. Si los seres humanos no nos cuidamos terminamos por deshumanizarnos. Si no cuidamos la naturaleza, que es nuestro hogar, nos quedamos a la intemperie, sin lugar donde vivir. El cuidado representa el lado subjetivo, afectivo, actitudinal, y la cultura constituye el eje vertebrador de la nueva relación eco-humana, que reformulas así: “O cuidamos la vida en todas sus formas, especialmente la vida humana, y cuidamos nuestra casa común, la Tierra, o podemos poner en peligro nuestra presencia en este planeta”[1].

El cuidado revoluciona la concepción de la inteligencia y de la razón que ha estado vigente durante siglos en la cultura occidental y que privilegiaba su carácter instrumental, analítico, utilitarista y funcional y se traducía en el principio “conocer es dominar”. En el nuevo paradigma se corrige tal concepción y se pone el acento en la razón sensible, cordial, compasiva y utópica. La ética del cuidado lleva a la compasión, que consiste en ver, sentir, vivir y pensar la realidad desde las víctimas, identificarse con sus sufrimientos y hacerlos propios[2].

No alargo más esta epístola, que solo quiere ser una expresión de amistad y una manifestación de agradecimiento. A veces has sido acusado de utópico, acusación que comparto contigo. No se dan cuenta nuestros críticos de que esa acusación, más que un insulto, es un elogio. Como en el poema de Eduardo Galeano, la utopía te sirve para caminar, que no es poco teniendo las piernas tan quebradas, razón por la cual, como dije en tu presentación en el Congreso de Amerindia de 2017 en la Ciudad de México, no puedes ni quieres arrodillarte ante el poder, cualquiera fuera este, incluido el del Vaticano. ¡Todo un milagro! El milagro de la esperanza y la utopía. Ad multos annos, Leonardo.

Tu amigo en la tribulación y la esperanza,

*Juan José Tamayo Director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones “Ignacio Ellacuría”

Universidad Carlos III de Madrid

[1] Leonardo Boff, El cuidado necesario, p. 32.

[2] He desarrollado el tema de la compasión en Juan José Tamayo, La compasión en un mundo injusto, Fragmenta, Barcelona, 2023, 2ª ed.

¿Hay límites para la crueldad humana?

Leonardo Boff*

La masacre policial del día 28 de octubre en el Complejo del Alemán y de la Peña en Río de Janeiro constituye un crimen de agentes del Estado, con una gran letalidad, 121 víctimas. Es terrible que el 57% de la población haya aprobado la carnicería en la cual se cortaron cuerpos, se desmembraron y mutilaron cuerpos. Claudio Castro, gobernador de Río, que orquestó la masacre, fue ovacionado en los barrios ricos de la zona sur de Río. La estadística de su aceptación creció considerablemente.

Notables analistas como Paulo Sérgio Pinheiro que fue exministro de los Derechos Humanos y relator especial de la ONU para los crímenes en Siria nos ofrece el sentido real: “La masacre de Río debe entenderse dentro un contexto político más amplio, articulado por Castro y otros gobernadores de extrema derecha. Tras la condena y prisión de su líder máximo y de sus aliados, esos actores políticos buscan utilizar el discurso de la guerra contra el tráfico de drogas para desestabilizar al Estado federal y mejorar sus perspectivas en las próximas elecciones. Además, tratan de alinearse con la narrativa continental de combate al narcotráfico, liderada actualmente por el presidente Trump”.

Seguramente esta manipulación político-electoral de la peor especie, revela la completa erosión de la ética y el vacío de cualquier sentimiento de empatía hacia las víctimas, muchas de ellas inocentes que no tenían nada que ver con el tráfico de drogas. Es la necropolítica hecha modelo, ya que pobres, negros, quilombolas y favelados no cuentan para nada, cómo piensan y dicen. Son ceros económicos y descartables.

Pero esta barbarie de contenido criminal y político remite a una cuestión metafísica e incluso también teológica que lanza un desafío terrible: ¿cómo puede ser tan cruel y malvado el ser humano? ¿Hasta dónde puede llegar su inhumanidad? Ante los genocidios actuales en Gaza, en Ucrania, en Sudan, como teólogo, otros y yo nos interrogamos horrorizados:

“¿Dónde estaba Dios en aquellas circunstancias terribles? ¿Por qué permitió el triunfo de la barbarie? ¿Por qué guardó silencio? ¿Por qué permitió que en un siglo y medio desde el comienzo de la colonización/invasión europea, según las investigaciones más recientes, hubiera 61 millones de víctimas de personas de los pueblos originarios del continente Abya Yala? Y el asesinato de 10 millones de congoleses que el insensato rey Leopoldo II de Bélgica, que hizo de aquellas tierras su hacienda personal, ordenó a finales del siglo XIX y comienzos de XX, 10 millones de personas, niños mutilados sin manos y sin piernas. ¿Quién se acuerda de esa crueldad? Y sufrimos porque esos millones de negros y negras ¿no eran también hijas e hijos suyos, nacidos en el amor de Dios? ¿Por qué no los ayudó ya que podía, por qué no lo hizo?

La teología no tiene ninguna respuesta, guarda un silencio sufrido pero no consigue, como Job, dejar de interrogar a Dios, proclamado en los cantos litúrgicos y en las CEBs como el Señor de la historia, bueno y misericordioso. Cuando la fe enmudece sólo nos quedan los gritos de esperanza que vienen en forma de quejas, como los propios salmos están llenos, e incluso Cristo en la cruz gritó: “Eli, Eli lemá sabactáni”: Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado? Resignado, entregó su espíritu a Dios, hecho misterio oculto.

Pero no es solo un problema teológico, es también una indagación filosófica. ¿Quién es, finalmente, el ser humano y cómo puede ser tan inhumano y sin piedad frente a sus semejantes? Durante siglos y siglos, desde que tenemos noticia de tiempos inmemoriales, Caín siempre ha estado presente en el devenir de la historia. La maldad se ha vuelto banal y ha sido incorporada en las sociedades humanas. Como señalaba la filósofa Hannah Arendt: “el mal puede ser banal pero nunca inocente”. Es fruto de una intención perversa que odia, quiere estrangular y asesinar al otro, sea en la convivencia familiar, social, y en las guerras que siempre han existido en la historia. Todas las religiones, caminos espirituales y éticos buscan limitar la extensión de la maldad humana. Pero siempre persiste.

Se dice que es propio de la condition humaine el hecho de que seamos seres de inteligencia y simultáneamente de demencia, poseídos por la pulsión de muerte junto con la pulsión de vida, seres de luz acompañada de sombra, el satán de la Tierra y también su ángel de la guarda. Es verdad, somos todo eso. Pero estas verificaciones describen fenomenológicamente un dato innegable, aunque no lo explican. ¿Por qué tiene que ser así? ¿No podía ser diferente?

Aquí sentimos los límites de la razón que no puede todo. Alguna comprensión de la maldad no viene por la razón teórica, expuesta más arriba, sino por la razón práctica. Esto significa: el mal está ahí no para ser entendido sino para ser combatido. Combatiéndolo nos viene alguna comprensión, pues el ser humano aprende a imponer límites a su maldad reforzando todo lo que puede la dimensión de luz y de bondad. Pepe Mujica, expresidente de Uruguay nos legó un inspirador mensaje: “fui derrotado, pisado, torturado y casi muerto. Pero siempre me levanté y nunca desistí de mi sueño, de luchar por un mundo mejor para todos”. Tal vez ese es el camino correcto frente al desafío de la crueldad humana. No fue otro el camino de Jesús de Nazaret que fue judicialmente asesinado por causa de su utopía de un reino de justicia, de hermandad, de paz y de acogida de Dios. 

Siguiendo el camino de estos maestros espirituales, que los hay en todas las culturas, seguimos creyendo que la vida vale más que el lucro y la política electoral, y que debe ser siempre respetada como el mayor valor del mundo.


*Leonardo Boff es teólogo, filósofo y escritor. Ha escrito La búsqueda de la justa medida (2 vol.), Vozes 2023; Pasión de Cristo-pasión del mundo,Vozes 1977, premiado como el libro religioso del año en USA.

Traducción de MªJosé Gavito Milano

COP30: ¿Adaptación o Prevención?

Michael Löwy

Michael Löwy es director de investigación en sociología en el Centre Nationale de la Recherche Scientifique (CNRS). Brasilero de origen francés que vive en París, es un gran amigo de Brasil y participa activamente en nuestra realidad político-social. De origen hebreo, es un serio estudioso de la sociología de la religión, de lo mejor de Marx y de Max Weber, y ha dedicado parte de su obra al estudio de la teología de la liberación. Mantengo con él un fructífero diálogo, casi semanal. Me mandó este artículo en francés y ahora aparece publicado en A Terra é Redonda, 26-10-2025. Este artículo es clarificador y al mismo tiempo una alerta acerca de eventuales amenazas para el futuro de la humanidad, pero da espacio para una esperanza que nace de abajo. LBoff

El futuro no será conquistado por la resignación a adaptarse al colapso, sino por el valor de prevenir sus causas.

1.

Como sabemos, la COP30, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, se celebrará este año en noviembre, en Belém do Pará, Brasil.

Ella despierta esperanza, ya que tendrá lugar en un país gobernado por la izquierda, bajo la dirección del presidente Lula. Pero hay que constatar que el mayor contaminante del planeta, Estados Unidos, estará ausente, ya que Donald Trump –negacionista fanático del cambio climático– ha retirado a su país de esta instancia internacional.

Lamentablemente, una reciente decisión de las autoridades brasileras lanza una sombra sobre esta reunión: la autorización para explotar el petróleo localizado en el fondo del mar, cerca de la desembocadura del Amazonas. Los ecologistas brasileros denuncian esa decisión, que representa un peligro enorme —en caso de accidente en las perforaciones marítimas— de una “ola negra” que destruya los frágiles ecosistemas de la selva amazónica.

Además de eso, si las enormes cantidades de petróleo depositadas en el fondo del mar en esa región fueran extraídas, comercializadas y quemadas, eso sería una contribución decisiva para el cambio climático.

En estas condiciones, ¿qué se puede esperar de esta COP30? Hay que decir que el balance de las 29 anteriores no es glorioso: es verdad que se aprobaron algunas resoluciones pero… nunca fueron puestas en práctica. Las emisiones nunca han dejado de crecer, la acumulación de gases de efecto invernadero ha alcanzado proporciones sin precedentes y el límite peligroso de 1,5°C (por encima de la era pre-industrial) ya ha sido alcanzado.

¿Cuáles son las ambiciones de los organizadores de la nueva COP? Podemos tener una idea al leer una entrevista reciente a André Corrêa do Lago, nombrado por Lula para presidir la COP30. Diplomático con larga experiencia en desarrollo sostenible, fue Secretario de Clima, Energía y Desarrollo del Ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil. En esa entrevista Corrêa do Lago declara: “Me gustaría que las personas recordasen la COP30 como una COP de adaptación”.

2.

¿Qué significa esto? Ciertamente, la adaptación a las  consecuencias del cambio climático –incendios forestales, tornados, inundaciones catastróficas, temperaturas insoportables, sequías, desertificación, falta de agua dulce, aumento del nivel del mar, etc. (la lista es inmensa)– es necesaria, especialmente en los países del Sur, primeras víctimas de esos daños.

Pero dar prioridad a la “adaptación” en vez de a la “prevención” es una forma indirecta de resignarse a la inevitabilidad del cambio climático. Es un discurso que se oye cada vez más entre los gobernantes de diferentes países del mundo.

La lógica de ese argumento es simple: como es imposible prescindir de los combustibles fósiles, del transporte globalizado de mercancías, de la agricultura industrial y de otras múltiples actividades económicas responsables del cambio climático, pero necesarias para el buen funcionamiento de la economía capitalista, no nos queda otra posibilidad que adaptarnos.

Si bien en un primer momento la adaptación todavía es posible, a partir de un cierto aumento de la temperatura –¿dos grados? ¿tres grados? nadie puede decirlo– se volverá imposible. ¿Cómo adaptarse si la temperatura sobrepasa los 50 grados? ¿Si el agua potable se vuelve un bien escaso? Podemos multiplicar los ejemplos.

No nos queda mucho tiempo para impedir una catástrofe que pondría en peligro la supervivencia humana en este planeta. Y, al contrario de lo que piensan habitantes de Marte como Elon Musk, no existe un planeta B. Si la COP30 privilegia la adaptación en detrimento de la prevención, quedará en la memoria de las personas como la COP de la capitulación.

Afortunadamente, al mismo tiempo que la COP  se reunirá en Belém do Pará una Cúpula de los Pueblos, en la que participarán movimientos ecologistas, campesinos, indígenas, feministas, ecosocialistas y otros, que discutirán las verdaderas soluciones para la crisis ecológica y tomarán las calles de Belém do Pará para protestar contra la inercia de los gobiernos y afirmar la necesidad de romper con el sistema. Son sembradores de futuro, que rechazan la resignación y el conformismo.

Mojar las raíces en nuestra propia fuente

Leonardo Boff

No hay como negar que estamos en el centro de una formidable crisis planetaria. Nadie sabe hacia dónde vamos. Es aconsejable visitar a historiadores que normalmente tienen una visión holística y una sutil percepción de las principales tendencias de la historia. Cito uno que considero de los más inspiradores, Eric Hobsbawn, en su conocido libro-síntesis La Era de los Extremos (1994). Concluye sus reflexiones con esta consideración:

«El futuro no puede ser la continuación del pasado… Nuestro mundo corre el riesgo de explosión e implosión… No sabemos hacia dónde estamos yendo. Sin embargo una cosa está clara. Si la humanidad quiere tener un futuro que valga la pena, no puede ser mediante la prolongación del pasado o del presente. Si tratamos de construir el tercer milenio sobre esta base, vamos a fracasar. Y  el precio del fracaso, o sea la alternativa al cambio de la sociedad, es la  oscuridad» (p.562).

         La oscuridad puede representar el fin de especie homo. Algo parecido dijo Max Weber en su última conferencia pública en la cual (por fin!) se refiere al capitalismo, encerrado en una ”jaula de hierro” (Stahlhartes Gehäuse) que él mismo no consigue romper. Por eso nos puede llevar a una gran catástrofe: «Lo que nos aguarda no es el florecimiento del otoño, nos aguarda una noche polar, gélida, sombría y árdua» (Cf. M.Löwy, La jaula de hierro: Max Weber y el marxismo weberiano, México 2017). Finalmente el propio Papa Francisco en la encíclica Fratelli tutti (2020), advierte: «Estamos en el mismo barco o nos salvamos todos o no se salva nadie» (n.32).

         Hay una convicción bastante generalizada en el campo ecológico y en notables analistas de la geopolítica mundial: dentro del sistema capitalista, que destaca por la búsqueda ilimitada (sin la justa medida) de ingresos financieros, y crea dos injusticias, una social (creando inconmensurable pobreza) y otra ecológica (devastando  ecosistemas), no hay solución para la crisis actual. Se atribuye a Einstein la frase: «el pensamiento que creó la crisis no puede ser el mismo que nos saque de ella; tenemos que cambiar».

         Como las prometedoras narrativas del pasado sobre el futuro de la humanidad se han frustrado, no pueden ofrecernos rumbos nuevos, excepto tal vez el ecosocialismo planetario que no tiene nada que ver con el socialismo un día existente y fallido. O volver al modo de vida de los pueblos originarios, cuyo saber ancestral o el bien vivir y convivir de los andinos todavía podrían garantizarnos un futuro en este planeta. Pero me parece que estamos tan enredados dentro de nuestra burbuja sistémica que esta propuesta, por sugestiva que sea, se hace globalmente impracticable.

         Cuando llegamos al fin de los caminos viables y solo tenemos  el horizonte a la vista, me parece que no nos queda más que optar por nosotros mismos y desentrañar virtualidades no ensayadas todavía. Somos por naturaleza un proyecto infinito y un nudo de relaciones en todas las direcciones. Debemos sumergirnos dentro de nosotros mismos y mojar nuestras raíces en la fuente originante que brota siempre en nosotros en forma de inquebrantable esperanza, de grandes sueños, de mitos viables y de proyectos innovadores de otro rumbo por delante.

         Al tomar al ser humano como referencia estructuradora no pienso en la antropología de los antropólogos y antropólogas o en otras ramas del saber sobre lo humano, siempre enriquecedoras. Pienso en el ser humano en su radicalidad insondable que ronda la zona del misterio, que cuanto más nos acercamos de él más distante y profundo se presenta. Y sigue siendo misterio en cada conocimiento. Fue la percepción que san Agustín hizo de sí mismo: factus sum mysterium mihi: “me he vuelto un misterio para mí mismo”. Ese misterio es expresión de un misterio mayor que es el propio universo todavía en génesis y expansión. Por tanto, el ser humano-misterio nunca está desconectado de ese proceso del cual forma parte, lo que supera una visión meramente individualista del ser humano. Es importante no olvidar nunca que es un ser de relaciones ilimitadas, hasta con el Infinito. Enumeremos algunos datos que pertenecen  a nuestra esencia, a partir de los cuales se nos concede elaborar nuevas visiones de futuro.

         Ante todo es importante entender al ser humano como Tierra que en un momento de su complejidad comenzó a sentir, a pensar, a amar, cuidar y venerar. Y he aquí que irrumpe en el proceso cosmogénico el ser humano, hombre y mujer. No sin razón es llamado homo o Adam, ambos significando “hecho de tierra, o tierra fértil y arable”.

         En el ser humano es central el amor cuya base biológica mostraron F.Maturana y J.Watson. Dice Watson en su famoso ADN:el secreto de la vida (2005): «el amor nos hace tener cuidado del otro; él hizo posible nuestra supervivencia y éxito en este planeta; ese impulso, creo, salvaguardará nuestro futuro; estoy seguro de que el amor está inscrito en nuestro ADN» (p.414). No habrá ninguna transformación o revolución humana que no vengan imbuidas de amor.

         Junto con el amor surge el cuidado, entendido –de larga tradición– como esencia del ser humano. Como no tiene ningún órgano especializado, es el cuidado de sí mismo, de los otros y de la naturaleza lo que nos asegurará la vida.

         Fue la solidaridad/cooperación de comer juntos, la que en otro tiempo nos permitió dar el salto de la animalidad a la humanidad. Lo que fue verdadero ayer sigue siendo verdadero y esencial hoy, aunque carente. Como ser de relación, la solidaridad y la cooperación están en la base de cualquier convivencia.

         Junto a la inteligencia del cerebro neocortical, hay la emoción del cerebro límbico, surgido hace millones, sede del amor, de la empatía, de la compasión, de la ética y de todo el mundo de las excelencias. Somos seres de sentimientos. Sin un lazo afectivo entre nosotros los humanos y con la naturaleza, todo se degrada y desvanece.

         En nuestro interior prevalece la espiritualidad natural,expresión usada por la new science que goza del mismo reconocimiento que la inteligencia y la emoción. Es anterior a cualquier religión, pues es la fuente de la cual todas beben, cada cual a su manera. La espiritualidad es parte de nuestra esencia y se expresa por el amor incondicional, por la solidaridad, por la transparencia y por todo lo que nos hace más humanos, más relacionales y abiertos.

         La espiritualidad nos permite captar que por debajo de todos los seres hay una Energía poderosa y amorosa que los cosmólogos llaman Abismo generador y sustentador de todo lo que existe. El ser humano puede abrirse a esa Energía de Fondo, puede entrar en comunión con ella y tener una experiencia de encantamiento y veneración ante la grandeur del universo y de quien lo creó.

         Tales valores, siendo realistas, vienen acompañados de sus contrarios –somos sapiens y demens– que no pueden ser reprimidos sino mantenidos en sus límites. Mojando nuestras raíces en esa fuente originante positiva podemos definir otro futuro en el cual el amor, la solidaridad y el bien vivir serán sus fundamentos.