Tirar del freno de seguridad: ante la  gravedad de la crisis actual

Leonardo Boff*

Nos encontramos en el corazón de una espantosa y generalizada crisis sobre la forma como habitamos y nos relacionamos con nuestro planeta, devastado y atravesado por guerras de gran destrucción y movido por odios raciales e ideológicos. Además, la era de la razón científica ha creado la irracionalidad del principio de autodestrucción: con las armas ya construidas podemos poner fin a nuestra vida y a la de gran parte de la biosfera, si no de toda.

No son pocos los analistas de la situación mundial que nos alertan sobre  el eventual uso de tales armas de destrucción  masiva. La razón de fondo sería la disputa sobre quién manda  en la humanidad y quién tiene la última palabra. Tiene que ver con el  enfrentamiento entre la unipolaridad sustentada por Estados Unidos y la multipolaridad requerida por China, por Rusia, y eventualmente por el conjunto de los países que forman los BRICS. Si hubiera una guerra nuclear, en ese caso se realizaría la fórmula: 1+1=0: una potencia nuclear destruiría a otra y  juntas acabarían con la humanidad y con una parte sustancial de la vida.

Dadas estas circunstancias, nos vemos en la necesidad de tirar del freno de seguridad del tren de la vida, pues, desenfrenado, puede  precipitarse en un abismo. Tememos que este freno esté ya oxidado y haya quedado inutilizable. ¿Podemos salir de esta amenaza? Tenemos que intentarlo, según el dicho de Don Quijote: “antes de aceptar la derrota, tenemos que dar todas las batallas”. Y las vamos a dar.

Voy a servirme de dos categorías para aclarar mejor nuestra situación. Una del teólogo y filósofo danés Soren Kierkegaard (1813-1885), la angustia, y otra del también teólogo y filósofo alemán, discípulo notable de Martin Heidegger, Hans Jonas (1903-1993), el miedo.

La angustia (O conceito de angústia,Vozes 2013) para Kierkegaard no es solo un fenómeno psicológico, sino un dato objetivo de la existencia humana. Para él como pastor y teólogo, además de eximio filósofo, sería la angustia frente a la perdición eterna o la salvación. Pero es aplicable a la vida humana. Esta se presenta frágil y sujeta a morir en cualquier instante. La angustia no deja a la persona inerte, la mueve continuamente a fin de  crear condiciones para  salvaguardar la vida.

Hoy tenemos que alimentar ese tipo de angustia existencial ante las amenazas objetivas que pesan sobre nuestro destino, que pueden resultar fatales. Ella es algo saludable que pertenece a la vida, no es algo enfermizo a ser tratado psiquiátricamente.

Hans Jonas en su libro O princípio responsabilidade,  (Contraponto, Rio 2006) analiza el miedo a vernos colocados al borde del abismo y caer fatalmente en él. Estamos en una situación de no retorno. Ya no se trata de una ética del progreso o del perfeccionamiento, sino de prevención de la vida contra las amenazas que pueden traernos la muerte. El miedo aquí es sano y  salvador, pues nos obliga a una ética de la responsabilidad colectiva en el sentido de aportar todos su colaboración para preservar la vida humana en la Tierra.

La situación actual a nivel planetario escapa al control humano. Hemos creado la Inteligencia Artificial Autónoma que ya no depende de nuestras decisiones. ¿Quién, con sus miles y miles de millones de algoritmos, impide que ella pueda optar por la destrucción de la humanidad?

En primer lugar tenemos una tarea que cumplir: responsabilizarnos del mal que estamos visiblemente causando al sistema-vida y al sistema-Tierra, sin capacidad de impedirlo o frenarlo, solo aminorando sus efectos dañinos. El sistema de producción mundial energívoro está de tal modo engrasado que no tiene manera ni quiere  parar. No renuncia a sus mantras de base: aumento ilimitado del lucro individual, competición feroz  y la super explotación de los recursos de la naturaleza.

Además de esto, es importante responsabilizarnos también del mal que no supimos evitar física y espiritualmente en el pasado y  cuyas consecuencias se han vuelto inevitables, como las que estamos sufriendo con el calentamiento creciente del planeta y la erosión de la biodiversidad.

El miedo del que estamos poseídos se relaciona con el futuro de la vida y la garantía de poder todavía seguir vivos sobre este planeta. En función de ese desiderátum Jonas formuló un imperativo ético categórico:

Obra de modo que los efectos de tu acción sean compatibles con la permanencia de una vida humana auténtica sobre la Tierra; o expresado negativamente: obra de modo que los efectos de tu acción no sean destructivos para la posibilidad futura de una tal vida; o, simplemente, no pongas en peligro la continuidad indefinida de la humanidad en la Tierra” (Op. cit. 2006, p. 47-48). Yo añadiría “no pongas en peligro la continuidad indefinida de todo tipo de vida, de la biodiversidad, de la naturaleza y de la Madre Tierra”.

Estas reflexiones nos ayudan a alimentar alguna esperanza en la capacidad de cambio de los seres humanos, pues poseemos libre albedrío y flexibilidad.

Pero, como el peligro es  global, se impone una instancia global y plural (representantes de los pueblos, de las religiones, de las universidades, de los pueblos originarios, de la sabiduría popular) para encontrar una solución global. Para eso tenemos que renunciar a los nacionalismos y a las fronteras obsoletos entre las naciones.

Como se puede observar, las distintas guerras hoy en curso son por conflictos entre las fronteras de las naciones; la afirmación de los nacionalismos y la creciente onda de conservadurismo y de políticas de extrema derecha se alejan mucho de esta idea de un centro colectivo para el bien de toda la humanidad.

Debemos reconocer que estos conflictos por las fronteras entre las naciones están despegados de la nueva fase de la Tierra-Casa Común, y representan movimentos regresivos y contrarios al curso irresistible de la historia, que unifica cada vez más el destino humano con el destino del planeta vivo.

Somos solo una Tierra y una sola humanidad a ser salvadas. Y con urgencia pues el tiempo del reloj corre en contra nuestra. Cambiemos nuestras mentes y nuestras prácticas.

*Leonardo Boff ha escrito Habitar la Tierra, Vozes 2022; Tierra madura: una teología de la vida, Planeta 2023.

Traducción de María José Gavito Milano

La urgencia de un humanismo mínimo

    Leonardo Boff*

Mi sentimiento del mundo me dice que posiblemente nunca en la historia de los últimos tiempos hemos vivido, a nivel universal, tanta inhumanidad. Cuando hablo de inhumanidad quiero expresar  el total desprecio del valor del ser humano para otro ser humano diferente, ya sea de etnia (negros, indígenas, palestinos), sea político (fundamentalistas, conservadores), sea de religión (musulmanes, umbandistas), sea de género (mujeres y personas LGBT+). Por unas zapatillas se mata a una persona. Una pequeña discusión de tráfico puede terminar en un asesinato a tiros.  

Sin  hablar de la guerra Russia-Ucrania (por detrás estan los USA y la NATO), toda la humanidad está presenciando la más terrible inhumanidad, a través de los medios  digitales, a cielo abierto: la destrucción de todo un pueblo, los palestinos de la Franja de Gaza, con miles de niños inocentes sacrificados por la furia vengativa del actual primer ministro israelí Benjamín Netanyahu. Su ministro de Defensa declaró explícitamente que los palestinos de la Franja de Gaza (especialmente el brazo militar de Hamas que perpetró un acto terrorista contra Israel el 7 de octubre de 2023 con más de mil víctimas) son como animales, son sub-humanos y así deben ser tratados, eventualmente, exterminados.

Cercados por todas partes, como en un campo de exterminio, los que viven en la Franja de Gaza están siendo  atacados permanentemente de día y de noche, por tierra, mar y aire por las fuerzas de guerra del gobierno israelí. Muchos mueren de sed, de hambre bajo los escombros y de sus heridas, pues les es  negado todo.

Ni de lejos se alimenta la idea de que todos somos humanos, del mismo género de seres y, por lo tanto, que existe un lazo innegable de hermandad entre todos. Todos respiramos, todos pisamos el mismo suelo, todos recibimos los mismos rayos de sol y las gotas de lluvia. Todos, por altos que sean sus cargos, tenemos que atender las necesidades de la naturaleza. El rey de Inglaterra no puede decir a su servidor: vete a hacer pipí por mi. En este punto reina la más radical democracia en grado cero, que incluye a reyes, reinas,  papas, millonarios, gente sencilla del pueblo, hombres y mujeres, niños y ancianos.

¿Por qué somos incapaces de tratarnos humanamente? Es decir, de acogernos  como miembros de la misma especie homo,  respetarnos en nuestras distintas formas de organizar la vida social y personal, los hábitos, tradiciones,  expresiones religiosas y prácticas  sexuales. ¿Qué existe en nosotros que nos hace  enemigos unos de otros, homicidas, fratricidas, etnocidas y últimamente biocidas? Hay algunos que afirman que el hombre de Neandertal, también un humano pensante, habría sido exterminado por el homo sapiens.

Los bioantropólogos ya han observado que somos una especie extremadamente activa, inquieta, violenta y posiblemente con poca duración sobre este planeta. Por otro lado, genetistas y neurólogos  (cf.Watson, Crik, Maturana) constatan que pertenece a nuestro ADN el amor, la solidaridad,  el sentimiento de pertenencia. ¿Hay cómo   encajar estos datos aparentemente contradictorios? ¿Por qué  hemos llegado a los niveles de inhumanidad actuales?

No conozco ninguna respuesta satisfactoria. Lo que podemos decir, como han sostenido tantos pensadores, es que el ser humano, por su condición existencial, es simultáneamente sapiens y demens. Está movido por impulsos contradictorios que conviven en la misma persona, uno de destrucción y otro de construcción. He trabajado con dos categorías:  la dimensión sim-bólica del ser humano (la que une y congrega) y la dimensión dia-bólica (la que desune y desagrega). Ambas conviven, se enfrentan y aportan dinamismo a la historia.

En ocasiones, por múltiples razones que no podemos exponer aquí, predomina la dimensión simbólica. Así surge una sociedad de convivencia pacífica y colaboradora. En otras, impera la dimensión dia-bólica que desgarra el tejido social, produce violencia e incluso guerras. Temo que estamos en este momento bajo el predominio de lo dia-bólico, pues prevalece el pensamiento fundamentalista, fascista y de uso de la violencia para resolver los problemas humanos.

No basta describir esta fenomenología de dualidad. Tenemos que cavar más hondo. Estimo que la causa principal de la inhumanidad actual e histórica reside en la erosión de la Matriz Relacional (Relational Matrix). Es decir, a lo largo de la historia, lentamente pero finalmente de forma cabal, rompemos el sentimiento de que todos estamos interligados, de que se instauran relaciones entre todos los seres, formando el gran todo de la naturaleza, de la Tierra e incluso del cosmos.

Con la irrupción de la razón y su uso como poder de dominación, hemos roto con la Matriz Relacional. Nos hemos considerado señores y dueños de las cosas. Podemos usarlas sin el menor escrúpulo en  benefício nuestro, con el falso supuesto de que ellas no poseen valor en sí mismas y, por eso, carecen de propósito, inclusive el planeta Tierra. Así se fundó el  paradigma de la modernidad.

Esa ruptura se muestra hoy extremadamente dañina, pues la naturaleza, o la Tierra, están volviéndose contra nosotros, enviándonos eventos extremos, una gama de virus letales y, en los últimos tiempos, el calentamiento global, que ya no tiene vuelta atrás. Ha iniciado una nueva y peligrosa fase del planeta Tierra y de la historia humana.

La ruptura de la Matriz Relacional con los seres de la naturaleza llevó a una ruptura con su origen, con el Creador de todas las cosas. Lo que se llamó “la muerte de Dios” significa que perdimos aquel Eslabón que daba cohesión y sentido de plenitud a nuestra vida y la existencia de un Sentido último de la vida y de la historia. La proclamación  de la muerte de Dios (su ausencia en nuestra  conciencia personal y colectiva) dio origen a seres humanos desenraizados y hundidos en una profunda soledad. Lo opuesto a una visión  humanístico-espiritual del mundo, que sustenta que la vida tiene sentido y la  historia no termina en el vacío, no  es el materialismo o el ateísmo: es el desenraizamiento y el sentimiento de que estamos solos en el universo y perdidos, cosa que una visión humano-espiritual del mundo impedía.

Hoy tenemos que volver a nuestra propia esencia para refundar un humanismo mínimo. Quiero decir,  colocar como marcos orientadores de nuestra existencia y coexistencia en este planeta  el cuidado de unos a otros y de la comunidad de vida, el amor como la mayor fuerza congregadora y humanizadora de todas las relaciones, desentrañar de nuestro interior nuestra potencia de solidaridad especialmente con los que quedaron atrás, una opción colectiva por la co-responsabilidad sobre el destino común, y, finalmente, abrirnos a aquella Energía poderosa y amorosa que intuimos en nuestro propio ser como razón y soporte de toda la realidad. Podemos darle mil nombres o ninguno. Las religiones la llaman Dios, los cosmólogos, Abismo alimentador de todos los seres, o lo que prefiero, “aquel Ser que hace ser a todos los seres”. Olvidemos los nombres y concentrémonos en esa Energía Inteligente y Suprema que sustenta y subyace a todos los seres y fenómenos. Es una visión humano-espiritual de las cosas.

Sobre estos presupuestos podremos fundar un humanismo mínimo, mediante el cual todos nos reconoceremos como compañeros del mismo  caminar en este planeta y como hermanos y hermanas de todas las cosas (pues tenemos la misma base genética) y unos de otros. Para ser realistas, el dato sim-bólico y dia-bólico estará presente, pero bajo la regencia de lo sim-bólico.

De esta forma construiremos una convivencia humana en la cual no será tan difícil acogernos los unos a los otros y en la que podrá florecer la solidaridad esencial y el amor “que mueve el cielo, todas las estrellas” y nuestros  corazones. O damos este paso o nos devoraremos unos a otros.

*Leonardo Boff ha escrito Tierra madura: una teología de la vida, São Paulo, Planeta 2023.

Traducción de María José Gavito Milano

La amenaza más sensible: el cambio climático

   Leonardo Boff*

Hay varias amenazas de destrucción de la vida, especialmente, la humana, en nuestro planeta: la amenaza nuclear, la del colapso mundial del sistema económico-social,  la de haber sobrepasado la Sobrecarga de la Tierra (insuficiencia de los bienes y servicios naturales que sostienen la vida), la de la escasez mundial de agua dulce, entre otras.

Tal vez la más sensible sea el cambio climático, pues está llegando a la piel de poblaciones enteras. Ligada a él está la crisis hídrica que ya afecta a buena parte de las naciones. Personalmente estoy viviendo este drama hídrico. En el límite de mi terreno corría un riachuelo con abundante agua. Se canalizaba una pequeña parte de él para producir una cascada frecuentada por muchos durante todo el año. Lentamente, sin embargo, el río fue disminuyendo y la cascada desapareciendo hasta que una gran extensión del río se secó totalmente, apareciendo después con visible disminución  de agua. El río nace en medio de una selva vecina, totalmente conservada. No habría razón para que sus aguas diminuyesen. Sin embargo,  sabemos, que el factor hídrico es sistémico, está todo interligado. Mundialmente crece la escasez de agua potable.

El peligro más cercano y con consecuencias dañinas es el cambio climático de origen antropogénico, es decir, producido por la forma como los seres humanos, especialmente los dueños de los grandes complejos industriales y financieros, han tratado la naturaleza en los tres últimos siglos. El proyecto que animaba y anima todavía ese modo de vivir en la tierra es el del crecimiento ilimitado de bienes y servicios dando por supuesto que la Tierra poseería también esos bienes de forma ilimitada. Sin embargo, desde que se publicó el informe Los límites del crecimiento en 1972 por el Club de Roma quedó claro que la Tierra es un planeta pequeño con bienes y servicios limitados. Ella no soporta un crecimiento ilimitado. Hoy para atender la demanda de los consumistas necesitamos más de una Tierra y media, lo que estresa totalmente al planeta. Él reacciona, pues es un super Ente que se rige  sistémicamente como un ser vivo, calentándose, produciendo eventos extremos y enviando más y más virus peligrosos, hasta letales, como hemos visto con el coronavirus.

Conclusión: Hemos sobrepasado el punto crítico. Ya estamos dentro del calentamiento global. Se ha producido una  desregulación ecológica. Aumentaron exponencialmente los gases de efecto invernadero, causantes del calentamiento. Veamos algunos datos. En 1950 se emitían anualmente 6 mil millones de toneladas de CO2. En 2000, 25 mil millones de toneladas. En 2015 ya eran  35.600 millones de toneladas. En 2022/23 llegamos a 37.500 millones de toneladas anuales. En total  circulan en la atmósfera cerca de 2,6 billones de toneladas de CO2, que permanecen en ella cerca de 100 años. Además, el hecho de que los analistas todavía no están incluyendo en el agravamiento del calentamiento global la interacción sinergética entre la comunidad de plantas, masas de tierra, océanos y hielo, torna dramática la situación climática. Hemos topado con los  límites infranqueables de la Tierra. De proseguir nuestro modo de actuar y consumir, la vida estará amenazada o la Tierra no nos querrá más sobre su superfície.

El acuerdo de París, firmado en 2015, de que todos los países se comprometieran en la reducción de gases de efecto invernadero para evitar que superásemos 1,5°C o hasta 2°C con relación a la era industrial, se ha frustrado. Los países no hicieron sus tareas en casa. Era necesaria la reducción inmediata del 60-80% de las emisiones de CO2. En caso contrario, existiría el peligro real de cambios irreversibles, lo que dejaría vastas regiones de la Tierra inhabitables. La última COP28 mostró que ha aumentado el uso de energía fósil, petróleo, gas y minerales.

Bien dijo el presidente Lula en la COP28 emn Dubai: “El planeta está harto de acuerdos climáticos no cumplidos. Necesitamos actitudes concretas. ¿Cuántos líderes mundiales están verdaderamente  comprometidos  en salvar el planeta?”

Lo que predomina es el negacionismo de interos gobiernos y de dirigentes de grandes empesas. Se dice que el calentamiento es efecto de El Niño. El Niño entra en la ecuación, pero no explica, solo agrava el proceso en curso ya iniciado y sin vuelta atrás.  Los mismos científicos del área confiesan: la ciencia y la técnica han llegado atrasadas; ellas no son capaces revertir ese cambio, solo advertir de su llegada y aminorar los efectos dañinos.

Así y todo se han propuesto dos maneras de proceder para hacer frente al calentamiento actual: la primera, usando organismos fotosintéticos para absorber el CO2 a través de la fotosíntesis de las plantas y transformarlo en biomasa. Es el camino correcto pero insuficiente. La segunda sería lanzar partículas de hierro en los océanos para aumentar su capacidad de fotosíntesis. Pero este método no está científicamente aconsejado por previsibles daños a la vida en los océanos.

A decir verdad no tenemos soluciones viables. Lo cierto es que tenemos que adaptarnos al cambio climático y organizar nuestra vida, las ciudades oceánicas, los procesos productivos, para aminorar los daños inevitables e algunos teribles. En el fondo, tenemos que volver al mito del cuidado de  nosotros y de todas las cosas como vengo insistiendo desde hace años, ya que el cuidado pertenece a la esencia del ser humano y de todos los vivientes.

Imaginemos que un día la humanidad toma conciencia de que la vida puede desaparecer y hace que toda la población  mundial se ponga un fin de semana a plantar árboles y así secuestrar el carbono y crear condicio es para que el sistema-vida y la humanidad sobrevivan. Sería un intento que podemos implementar y que quizá nos pueda salvar. Lo imponderable siempre puede suceder como ha mostrado la historia.

Es oportuna la advertencia de un eminente filósofo alemán Rudolf-Otto Apel: “Por primera vez en la historia del género humano, los seres humanos han sido puestos, en la práctica, delante de la tarea de asumir la responsabilidad solidaria de los efectos de sus acciones en un parámetro que incluye a todo el planeta” (O a priori da Comunidade de Comunicação, São Paulo: Editora Loyola, 2000 p. 410). O nos responsabilizamos, sin exceptuar a nadie, por nuestro futuro común o podrá suceder que no nos contemos más entre los vivientes del planeta Tierra.

*Leonardo Boff ha escrito: Saber cuidar: ética de lo humano-compasión  por la Tierra,Vozes 1999/2010; Trotta; Cuidar la Tierra-proteger la vida: cómo escapar del fin del mundo, Record, RJ 2010; Tierra madura: una teología de la vida, Planeta, São Paulo 2023.

Traducción de María José Gavito Milano
























































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Leonardo Boff*

Hay varias amenazas
de destrucción de la vida, especialmente, la humana, en nuestro planeta: la amenaza
nuclear, la del colapso mundial del sistema económico-social,  la de haber sobrepasado la Sobrecarga de la Tierra
(insuficiencia de los bienes y servicios naturales que sostienen la vida), la de
la escasez mundial de agua dulce, entre otras.

Tal vez la más sensible
sea el cambio climático, pues está llegando a la piel de poblaciones enteras.
Ligada a él está la crisis hídrica que ya afecta a buena parte de las naciones.
Personalmente estoy viviendo este drama hídrico. En el límite de mi terreno
corría un riachuelo con abundante agua. Se canalizaba una pequeña parte de él para
producir una cascada frecuentada por muchos durante todo el año. Lentamente, sin
embargo, el río fue disminuyendo y la cascada desapareciendo hasta que una gran
extensión del río se secó totalmente, apareciendo después con visible disminución  de agua. El río nace en medio de una selva
vecina, totalmente conservada. No habría razón para que sus aguas diminuyesen. Sin
embargo,  sabemos, que el factor hídrico es
sistémico, está todo interligado. Mundialmente crece la escasez de agua potable.

El peligro más
cercano y con consecuencias dañinas es el cambio climático de origen antropogénico,
es decir, producido por la forma como los seres humanos, especialmente los dueños
de los grandes complejos industriales y financieros, han tratado la naturaleza en los tres últimos siglos. El proyecto
que animaba y anima todavía ese modo de vivir en la tierra es el del crecimiento
ilimitado de bienes y servicios dando por supuesto que la Tierra poseería también
esos bienes de forma ilimitada. Sin embargo, desde que se publicó el informe Los límites del crecimiento en 1972 por
el Club de Roma quedó claro que la Tierra es un planeta pequeño con bienes y
servicios limitados. Ella no soporta un crecimiento ilimitado. Hoy para atender
la demanda de los consumistas necesitamos más de una Tierra y media, lo que
estresa totalmente al planeta. Él reacciona, pues es un super Ente que se rige  sistémicamente como un ser vivo, calentándose,
produciendo eventos extremos y enviando más y más virus peligrosos, hasta letales,
como hemos visto con el coronavirus.

Conclusión: Hemos sobrepasado el punto crítico.
Ya estamos dentro del calentamiento global. Se ha producido una  desregulación ecológica. Aumentaron exponencialmente
los gases de efecto invernadero, causantes del calentamiento. Veamos algunos datos.
En 1950 se emitían anualmente 6 mil millones de toneladas de CO2. En 2000, 25 mil
millones de toneladas. En 2015 ya eran  35.600 millones de toneladas. En 2022/23
llegamos a 37.500 millones de toneladas anuales. En total  circulan en la atmósfera cerca de 2,6 billones de toneladas de CO2, que
permanecen en ella cerca de 100 años. Además, el hecho de que los analistas todavía
no están incluyendo en el agravamiento del calentamiento global la interacción sinergética
entre la comunidad de plantas, masas de tierra, océanos y hielo, torna
dramática la situación climática. Hemos topado con los  límites infranqueables de la Tierra. De
proseguir nuestro modo de actuar y consumir, la vida estará amenazada o la Tierra
no nos querrá más sobre su superfície.

El acuerdo de París,
firmado en 2015, de que todos los países se comprometieran en la reducción de
gases de efecto invernadero para evitar que superásemos 1,5°C o hasta 2°C con
relación a la era industrial, se ha frustrado. Los países no hicieron sus
tareas en casa. Era necesaria la reducción inmediata del 60-80% de las emisiones
de CO2. En caso contrario, existiría el peligro real de cambios irreversibles, lo
que dejaría vastas regiones de la Tierra inhabitables. La última COP28 mostró
que ha aumentado el uso de energía fósil, petróleo, gas y minerales.

Bien dijo el
presidente Lula en la COP28 emn Dubai: “El planeta está harto de acuerdos
climáticos no cumplidos. Necesitamos actitudes concretas. ¿Cuántos líderes
mundiales están verdaderamente  comprometidos  en salvar el planeta?”

Lo que predomina es
el negacionismo de interos gobiernos y de dirigentes de grandes empesas. Se
dice que el calentamiento es efecto de El Niño. El Niño entra en la ecuación,
pero no explica, solo agrava el proceso en curso ya iniciado y sin vuelta atrás.  Los mismos científicos del área confiesan: la
ciencia y la técnica han llegado atrasadas; ellas no son capaces revertir ese
cambio, solo advertir de su llegada y aminorar los efectos dañinos.

Así y todo se han
propuesto dos maneras de proceder para hacer frente al calentamiento actual: la
primera, usando organismos fotosintéticos para absorber el CO2 a través de la
fotosíntesis de las plantas y transformarlo en biomasa. Es el camino correcto pero
insuficiente. La segunda sería lanzar partículas de hierro en los océanos para aumentar
su capacidad de fotosíntesis. Pero este método no está científicamente aconsejado
por previsibles daños a la vida en los océanos.

A decir verdad no
tenemos soluciones viables. Lo cierto es que tenemos que adaptarnos al cambio
climático y organizar nuestra vida, las ciudades oceánicas, los procesos productivos,
para aminorar los daños inevitables e algunos teribles. En el fondo, tenemos que
volver al mito del cuidado de  nosotros y
de todas las cosas como vengo insistiendo desde hace años, ya que el cuidado
pertenece a la esencia del ser humano y de todos los vivientes.

Imaginemos que un día
la humanidad toma conciencia de que la vida puede desaparecer y hace que toda
la población  mundial se ponga un fin de
semana a plantar árboles y así secuestrar el carbono y crear condicio es para que
el sistema-vida y la humanidad sobrevivan. Sería un intento que podemos
implementar y que quizá nos pueda salvar. Lo imponderable siempre puede suceder
como ha mostrado la historia.

Es oportuna la advertencia de
un eminente filósofo alemán Rudolf-Otto Apel: “Por
primera vez en la historia del género
humano, los seres humanos
han sido puestos,
en la práctica, delante de la tarea de asumir la responsabilidad solidaria de los efectos de sus acciones en un parámetro
que incluye a todo el planeta
(
O a priori da Comunidade de Comunicação, São Paulo: Editora Loyola, 2000 p. 410). O nos responsabilizamos, sin exceptuar a nadie, por nuestro
futuro común o podrá suceder que no nos contemos más entre los vivientes del
planeta Tierra.

 

*Leonardo Boff ha escrito: Saber
cuidar: ética de lo humano-compasión  por
la Tierra,
Vozes 1999/2010; Trotta; Cuidar
la Tierra-proteger la vida: cómo escapar del fin del mundo
, Record, RJ 2010;
Tierra madura: una teología de la vida,
Planeta, São Paulo 2023.

Traducción
de María José Gavito Milano

 

Solo nos quedala esperanza: un árbol que se dobla pero no se quiebra

 Leonardo Boff*

En 2023 han ocurrido hechos que nos asombran y nos obligan a pensar: en Brasil hubo un intento frustrado de golpe de estado, dos eventos extremos sobrecogedores: grandes inundaciones en el Sur y  sequías devastadoras en el Norte, seguidas de inmensos incendios. Todo indica que esta situación se va a repetir con frecuencia.

A nivel internacional la prolongación de la guerra Rusia-Ucrania, el atentado terrorista del brazo armado de Hamas de la Franja de Gaza que provocó un reacción violentísima por parte del gobierno de extrema-derecha de Israel y sus aliados sobre toda la población de la Franja de Gaza, con visos de genocidio. Y lo más grave, con el apoyo ilimitado del presidente católico Joe Biden.

Un hecho que tal vez no puede en modo alguno ser pasado por alto es la Sobrecarga de la Tierra (The Earth Overshoot), anunciado por la ONU a finales de agosto. Esto quiere decir que todos los  bienes y servicios naturales que la Tierra ofrece para la continuidad de la vida llegaron a su límite. Necesitamos más de una Tierra y media para atender el consumo humano, muy especialmente el de los países ricos y consumistas. Como está viva, la Tierra reacciona a su modo,  enviándonos más enfermedades víricas, más eventos extremos y calentándose cada vez más. Este último hecho es de consecuencias imprevisibles, pues hemos sobrepasado el punto crítico. El año 2023 ha sido el más caliente desde hace miles de años. La ciencia y la técnica solo nos ayudan a prevenir y aminorar los efectos dañinos, pero ya no pueden evitarlos. Este cambio climático es responsabilidad de los países industrialistas y consumistas y poquísimo de las grandes mayorías pobres del mundo. Por tanto, es un grave problema ético.

Existe además el peligro de un conflicto nuclear, pues Estados Unidos no renuncia a ser el único polo que controle todos los espacios del planeta, no aceptando la multipolaridad. Si esa guerra nuclear generalizada ocurriera, sería el fin de la especie humana y de gran parte de la biosfera. Algunos analistas piensan que será inevitable; va a ocurrir no sabemos cuándo ni cómo, pero las condiciones ya están dadas.

Además hay que reconocer que está en auge la crisis del modo de habitar el planeta (devastándolo) y de organizar las sociedades, en las cuales reinan injusticias inhumanas. Bien nos lo ha advertido innumerables veces el Papa Francisco: tenemos que cambiar, en caso contrario, estando todos en el mismo barco, nadie se salvará.

Estos escenarios tenebrosos han llevado a una buena parte de la humanidad al desamparo y a la conciencia del fracaso de la especie humana, particularmente con el ocaso completo del  sentido ético y humanístico que permite presenciar, a cielo abierto y a la vista todos, el exterminio de un pueblo en la Franja de Gaza, principalmente miles de niños asesinados bajo los bombardeos ininterrumpidos de las fuerzas de guerra de la ocupación israelí. No son pocos los que se preguntan: ¿merecemos aún estar sobre la faz de la Tierra a la que destruimos sistemáticamente  violentando  sin escrúpulos a sus humanos hijos e hijas así como a los  organismos de la naturaleza que nos sustentan? ¿no es eso el  preaviso de nuestro fin como especie? Cabe recordar que nosotros entramos en los ultimísimos momentos en el  largo proceso evolutivo, dotados de gran agresividad. ¿Será que entramos para destruir trágicamente nuestro mundo?

En este contexto enmudecen las grandes utopías. La razón moderna se ha mostrado irracional al construir el principio de autodestrucción. Las propias religiones, fuentes naturales de sentido, participan de la crisis de nuestro  paradigma civilizatorio y en muchas de ellas está vigente el fundamentalismo violento.

¿A qué agarrarse? El espíritu humano rechaza el absurdo y busca siempre un sentido que vuelva la vida apetecible. Nos queda un único  soporte: la esperanza. Ella es como un árbol: se dobla pero no se quiebra. Como nos fue mostrado antropológicamente, la esperanza es más que una virtud junto a otras virtudes. Ella representa, independientemente del espacio y del tiempo histórico, ese motor interior que nos hace proyectar sin cesar sueños de días mejores, utopías viables, caminos aún no recorridos que pueden significar una salida hacia otro tipo de mundo.

Se atribuye a San Agustín, el mayor genio intelectual y cristiano de Occidente, africano del siglo V de la era cristiana, la siguiente afirmación que eventualmente puede animarnos:

Todo ser humano está habitado por tres virtudes: la fe, el amor y la esperanza. Dice el sabio: si perdemos la fe no por eso morimos. Si fracasamos en el amor, siempre podemos encontrar otro. Lo que no podemos es perder la esperanza, pues la alternativa a la esperanza es el suicidio por la absoluta falta de sentido de vivir.

Entre tanto, la esperanza tiene dos hermosas hermanas: indignación y  coraje. Por la indignación rechazamos todo lo que nos parece malo y perverso. Mediante el coraje, empeñamos todas nuestras fuerzas para cambiar lo malo en bueno y lo que es perverso en benéfico.

No tenemos más alternativa que  enamorarnos de estas dos hermosas hermanas de la esperanza:  indignarnos  y rechazar firmemente ese tipo de mundo que impone tantos sufrimientos a la Madre Tierra y a toda la humanidad y la naturaleza. Si no podemos superarlo, por lo menos resistir y desenmascarar su deshumanización. Y tener el coraje de abrir caminos, sufrir por el parto de algo nuevo y alternativo. Y creer que la vida tiene sentido y  que le cabe a ella escribir la última página de nuestra peregrinación por esta Tierra.

*Leonardo Boff ha escrito Tierra madura una teología de la vida, São Paulo, Editora Planeta, 2023; Cuidar de la Tierra- proteger la vida: cómo evitar el fin del mundo, Rio de Janeiro, Record y Madrid, Nueva Utopía 2010.

Traducción de María José Gavito Milano

NOTA: Vale la pena leer la reacción de mi traductora, María José Gavito Milano, desde Londres, sobre la situación actual de injusticias. LB

Yo ya no entiendo nada. Los derechos 
humanos que valen para la Ucrania 
ocupada desde hace 3 años, no valen 
para Palestina, ocupada desde hace 75. 
¿Son universales o solo se aplican a los 
“amigos”? En La ONU , dos países contra 
todos los demás bloquean el cese al 
fuego. ¿Es esto democracia?

Un presidente católico lleva tres meses 
seguidos dando el permiso y 
suministrando la munición para matar  
día y noche a 22.600 civiles palestinos, 
sus viviendas, hospitales, escuelas, 
lugares de culto…  ¡Y nadie le dice nada! 

Veo que muchos rabinos judíos 
protestan contra el sionismo, dicen que 
es contrario a los valores judíos; los jefes 
católicos, ni una palabra a este 
presidente católico… nunca hacen las 
guerras en su país, siempre guerras 
delegadas, se meten en los países de los 
demás, que ponen la destrucción y los 
muertos. 

Los pueblos no quieren guerras. Eso por 
lo menos anima un poco.

María José Gavito Milano