Balance Ético Global para la COP30

Leonardo Boff

La Presidencia de la COP30 y el Círculo del Balance Ético Global, junto con el Movimiento Global de la Carta de la Tierra hicieron una invitación abierta a todos los interesados para contribuir al Balance Ético Global (BEG).

Por tanto, como miembro de la Carta de la Tierra Internacional, me propongo responder a las preguntas formuladas por la Presidencia de la COP30. Veo en la Carta de la Tierra y en la encíclica del Papa Francisco Cómo cuidar de la Casa Común fuentes inspiradoras para una Ética en nuestro turbulento tiempo.

Preguntas / Respuestas:

1. ¿Por qué tantas veces negamos o ignoramos lo que la ciencia y los saberes tradicionales dicen sobre la crisis climática y compartimos o toleramos la desinformación aun sabiendo que nuestras vidas están en peligro?

R/ La desinformación es voluntaria. Muchos jefes de estados ricos y CEOS de grandes corporaciones saben los peligros, pues están presentes y son innegables, como el calentamiento global, las crecidas de los ríos inundando ciudades enteras, los inmensos incendios en  California, en Amazonas, en España así como la presencia de varios virus, en particular el Coronavirus que alcanzó a toda la humanidad.

Niegan estos datos claros porque son antisistémicos. El sistema del capital hoy mundializado se concentra cada vez más (1% contra 99%). Tomar en serio estos datos obligaría a este capital a cambiar de lógica, cuidar de la naturaleza en lugar de superexplotarla, cultivar una justicia social y una justicia ecológica. No basta descarbonizar manteniendo la voracidad de acumulación. Como dice la Carta de la Tierra: «Adoptar patrones de producción y consumo que protejan las capacidades regenerativas de la Tierra, los derechos humanos y el bienestar comunitario» (§II,7). Ese sistema inhumano y falto de solidaridad jamás va a renunciar a sus ventajas y privilegios. De seguir la lógica del capital, tarde o temprano iremos al encuentro de una gran tragedia ecológico-social que podrá afectar a la biosfera y en el límite a la supervivencia de los seres humanos sobre este planeta que, siendo limitado, no soporta un proyecto de crecimiento/desarrollo ilimitado.

2. ¿Por qué seguimos con modelos de producción y de consumo que perjudican a los más vulnerables y no están alineados con la Misión 1,5°C?

R/ No le interesa al sistema dominante de producción que superexplota a la naturaleza y a los trabajadores, pues eso implicaría cambiar de paradigma de acumulación a paradigma de sostenimiento de toda la vida, humana y de la naturaleza (CT§ I.). Los representantes de este sistema ponen el lucro por encima de la vida, la violencia contra la naturaleza y los seres humanos y la competición por encima de la paz y de la colaboración de todos con todos. Desconocen el hecho científicamente comprobado del “espíritu de parentesco con toda la vida” (CT § Preámbulo c). Ese sistema impide “la justicia social y económica y erradicar la pobreza como un imperativo ético, social y ambiental” (CT III§9). Niega su lugar en el conjunto de los seres, pues todos son importantes para componer el Todo. El sistema de acumulación ya sea capitalista o de otra denominación va contra la lógica de la naturaleza y del proceso de cosmogénesis, pues “se debe  tratar a todos los seres con respeto y consideración” (CT § III,15), cosa que no hace. Aquí reside su vacío ético.

3. ¿Qué podemos hacer para garantizar que los países ricos, grandes productores y consumidores de combustibles fósiles, aceleren sus transiciones y contribuyan a financiar esas medidas en los países más vulnerables?

R/ Debemos alimentar indignación contra ese sistema que produce tantas víctimas. Debemos tener el valorde hacer todo tipo de presión  contra este sistema que mata y proponernos modificarlo. Usar los movimientos que “cuidan de la comunidad de vida con comprensión, compasión y amor” (CT § I,2) y presionar a los estados y las corporaciones. Saber usar las legislaciones existentes que protegen el medio ambiente y limitan la concentración de riqueza. Todo eso se consiguió gracias a la presión venida de abajo. Pero la indignación y la presión no bastan. Debemos comenzar con algo nuevo y alternativo. El camino más directo y con buenos resultados es vivir y fomentar el biorregionalismo. Dar valor a la región y al territorio. No a los establecidos con límites arbitrariamente por los estados, como por ejemplo, los municipios. Debemos asumir la región como la naturaleza la diseñó, con sus bosques y sus selvas, sus ríos, sus montañas, en fin, su naturaleza con la población que vive allí. Ella tiene su cultura singular, sus fiestas, sus personalidades notables que han existido: “se trata de proteger y restaurar los sistemas ecológicos de la Tierra con especial preocupación por la diversidad biológica y por los procesos que sustentan la vida” (CT § II,5). Se puede realizar un modo de producción con los bienes y servicios naturales locales, sin necesitar grandes fábricas, ni hacer grandes transportes. Sacar de la naturaleza lo que se necesita, respetar sus ritmos y darle tiempo para recuperarse (§ todo el número II: Integridad ecológica). Es posible y viable “construir sociedades democráticas que sean justas, participativas y pacíficas” (CT§ I,3), disminuyendo fuertemente la pobreza e incluso superándola. El centro es la comunidad humana y de vida, y todo lo demás al servicio de este centro. El resultado es alcanzar un modo sostenible de vida como afirma la Carta de la Tierra (§ El camino por delante) y con su desarrollo sostenible, adecuado a aquella región. Hoy hay en el mundo inumerables regiones que viven este proyecto con gran integración de todos. La Tierra entera podría ser como un tapete de biorregiones que se relacionan y se ayudan entre sí, y así salvan la sostenibilidad de todo el planeta Tierra.

4. ¿Qué tradiciones, historias o prácticas (culturales, espirituales) de su comunidad nos enseñan a vivir en mayor equilibrio con la naturaleza?

R/ Muchas ciudades replantan las calles y plazas con plantas nativas. Otras hacen campañas para arborizar espacios degradados o limpiar los ríos de residuos, especialmente plásticos y otros, asegurar la mata ciliar de todos los ríos y riachuelos, incentivar la agricultura agroecológtica en el campo y el cultivo de hortalizas y otros productos naturales en los espacios de tierra entre las construcciones o en las azoteas. Establecer también una relación amigable entre los consumidores de la ciudad y los productores del campo. Se visitan mutuamente e intercambian saberes. Entonces se crea una verdadera democracia de producción y consumo.

5. Teniendo en cuenta que necesitamos garantizar la diversidad en lo colectivo, ¿cómo podemos movilizar a más personas, líderes, corporaciones, empresas y naciones para que apoyen cambios justos y éticos en el combate contra la crisis climática? ¿Qué ideas y valores podrían inspirarnos en esta misión?

R/ En primer lugar es importante transmitir todo tipo de información sobre el estado de la Tierra y las amenazas que pesan sobre ella hasta el punto de poner en peligro la biosfera y la existencia del ser humano. Aquí es importante proporcionar datos sobre la Sobrecarga de la Tierra, es decir, cuánto suelo y mar necesitamos para garantizar la subsistencia de la humanidad. Resulta que la Tierra ha entrado en números rojos. En el año 2024, en los primeros meses del año, hemos consumido todos los bienes y servicios renovables de la Tierra que garantizan la vida. En el momento actual necesitamos casi dos Tierras  para atender el consumo humano, especialmente aquel suntuoso de los países ricos, en detrimento de gran parte de la humanidad que no posee alimentos suficientes y padece de falta de agua potable y de infra-estructura sanitaria (CT § III,10). Solo en el año 2024 hemos lanzado 40 mil millones de toneladas de CO² a la atmósfera, que permanecen allí unos cien años, a las que hay que añadir 20 mil millones de toneladas de metano que es 28 veces más dañino que el CO², aunque permanezca en la atmósfera unos 10 años. Toda esa contaminación produce un efecto invernadero que calienta cada vez más el planeta. Ahora ha superado la media tolerable de 1,5ºC. En este año 2025 está 1,7ºC por encima de lo que se postuló en el Acuerdo de París en 2015. El objetivo era alcanzar ese nivel solamente en el año 2030. El calor se ha  anticipado y ha tenido graves consecuencias humanas, con temperaturas por encima de 40-45ºC en los países europeos y fríos extremos en el Sur del mundo. La ciencia ha llegado atrasada y no puede contener ese calentamiento ni hacer que retroceda, sólo advertir su llegada y mitigar los efectos dañinos. ¿Cuándo estabilizará la Tierra su nuevo nivel climático? Si la temperatura alcanza los 38-40ºC, muchos seres vivos no podrán adaptarse y desaparecerán, tanto en la naturaleza como en la humanidad. Y no nos referimos a una eventual guerra nuclear con «destrucción mutua asegurada» que acabaría con la vida humana, u otro tipo de guerra utilizando la Inteligencia Artificial General, mediante la cual una potencia pueda inmovilizar a otra de tal forma que nada puede funcionar, energía, coches, aviones, cohetes, medios de comunicación hasta el punto de poner de rodillas a la otra nación. Esa guerra no es  imposible. No destruye nada pero somete a toda una nación o a toda la humanidad, un despotismo cibernético que controlaría todo hasta la vida privada. La IA autónoma puede decidir que la especie humana no le resulta conveniente y resolver exterminar la vida en la Tierra.

Todo este escenario sombrío nos lleva a proponer un nuevo paradigma, sugerido por la Carta de la Tierra y por las dos encíclicas del Papa Francisco:  Laudato Si: sobre el cuidado de la Casa Común (2015) y la Fratelli tutti (2020). En la Carta de la Tierra se dice así de claramente:

«Estamos en un momento crítico de la historia de la Tierra, en una época en que la humanidad debe escoger su futuro. Nuestra elección es o formar una alianza global para cuidar de la Tierra y unos de otros o arriesgarnos a nuestra nuestra destrucción y a la destrucción de la diversidad de la vida» (2003, Preámbulo).

Y el Papa Francisco dice:

«Estamos todos en el mismo barco, nadie se salva solo, o nos salvamos todos, o todos pereceremos» (Fratelli n.30,32).

La Carta de la Tierra reclama respeto y cuidado por todo lo que existe y vive y hacia la responsabilidad universal (§ I,1). El Papa apunta el paso del dominus o paradigma de la modernidad prevalente en el mundo–, el ser humano como dueño y señor de la naturaleza sin sentirse parte de ella, al frater, el ser humano hermano y hermana con todos los seres. Pues todos vienen del mismo polvo de la Tierra; todos tienen el  mismo código biológico de base (los 20 aminoácidos y las 4 bases nitrogenadas); el ser humano se siente parte de la naturaleza, no su dueño y señor, y su misión es cuidar y guardar el Jardín del Edén (la Tierra). “La fraternidad universal debe ser principalmente entre todos los seres humanos, formando la gran comunidad humana y terrenal” (Fratelli tutti,n.6)

Este sería el  paradigma nuevo. El centro sería la vida en toda su diversidad. La economía, la política y la cultura al servicio de la vida.

Es importante destacar que una ética del cuidado, de la responsabilidad general y de la fraternidad/sororidad universal no se garantiza por sí misma sin la espiritualidad natural. Esta no se deriva directamente de la religión, aunque pueda reforzarla, sino de la propia naturaleza humana. Esta espiritualidad natural es parte de la naturaleza humana como es la inteligencia, la voluntad y la sensibilidad. Ella se revela por el amor incondicional, por la solidaridad, por la empatía, por la compasión, por el cuidado y reverencia hacia la totalidad de la naturaleza y del universo y al Creador de todas las cosas. Es la vivencia de la espiritualidad natural con sus valores, que sustentan comportamientos éticos, necesarios para salvaguardar la vida en la Tierra.

Sólo este nuevo paradigma podrá garantizar el futuro de la vida en general, de la vida humana y de su civilización. En caso contrario podremos engrosar el cortejo de aquellos que caminan en dirección a su sepultura común. Pero cómo dice la Carta de la Tierra: «Nuestros desafíos ambientales, económicos, políticos, sociales y espirituales están interligados y juntos podremos forjar soluciones incluyentes» (CT§ Preámbulo c). Por aquí pasa la solución de nuestra crisis planetaria. Por eso prevalece la esperanza de que el ser humano puede cambiar de rumbo e inaugurar una nueva etapa de la aventura humana sobre el planeta Tierra.

La paz y la guerra con Trump

Leonardo Boff*

Jamil Chade, periodista brasilero e internacional, expresó muy bien el proyecto de geopolítica de Trump: “Él ha dejado claro que no va a hacer diplomacia. Actuará con la fuerza, tanto bélica como económica y comercial. Su construcción de un nuevo orden no pasa por la paz, sino por la capitulación del adversario”. Los acuerdos arancelarios con casi todos los países son más imposiciones suyas que el fruto de una negociación. Eso se llama capitulación. Es mérito del gobierno brasilero, reconocido por grandes nombres de la economía y de la política mundiales, no curvarse sino rechazar soberanamente la imposición del 50% sobre nuestros productos, por razones injustificables. Trump es militarista e imperialista.

Es necesario por tanto buscar las causas escondidas detrás de ese imperialismo y de la negación de la diplomacia así como amenazar con guerra y capitulación. Es su voluntad de dominación, según el mantra: “un mundo-un solo imperio” (el de USA). Hay que reconocer que hay un gran conflicto de intereses geopolíticos, étnicos, económicos y la existencia de profundas desigualdades especialmente en el Sul global frente al Norte global, que pueden amenazar al imperio establecido.

Es preciso identificar estas conexiones ocultas como condición para entender la geopolítica de Trump y también para conseguir una paz verdadera y duradera. La respuesta no es otra guerra, sino una paz desarmada y que desarma según el Papa actual. Esta paz desarmada utiliza medios políticos, diplomáticos, las articulaciones con otros gobiernos que también quieren la paz, los movimientos sociales, la movilización de las religiones e iglesias y la implicación con grupos con prácticas alternativas.

Chico Mendes en la Amazonia era un adepto de este tipo de paz desarmada. Movilizaba a los pueblos de la selva, los seringueros e indígenas para hacer frente a los puestos avanzados de deforestación, organizando los famosos “empates”, reuniones de todo tipo de personas (niños, mujeres, personas mayores y trabajadores con sus herramientas de trabajo) que se colocaban delante de los tractores que iban a derribar la selva.

Ese tipo de paz que se enfrenta a la violencia es simultáneamente una geopolítica, con su estrategia y táctica, y también un espíritu de paz profunda que renuncia al recurso de la violencia como forma de resolver conflictos y de lidiar con ellos, procurando que sean lo menos destructivos posibles. Así es anti- imperialista y excluye la guerra como medio de crear un nuevo orden entre las naciones, como quiere Trump. La guerra es perversa porque destruye vidas, especialmente inocentes, como sigue sucediendo en la Franja de Gaza. Ella se opone frontalmente al mandamiento transcultural: “no matarás”.

La paz armada no tiene como objetivo la paz, sino una pacificación impuesta por Trump. Presupone que la realidad es una arena donde se libran permanentemente conflictos y guerras. La convivencia entre las personas, las comunidades y los pueblos es posible pero está amenazada por rupturas permanentes. Los estados-naciones y los países centrales que hegemonizan el curso de la historia son campos de lucha por el poder para ver quién es el más fuerte con una eventual “destrucción mutua asegurada”.

El gran jurista y politólogo Carl Schmitt (1888-1986) en su O conceito do político, (Vozes,2003) sustenta la tesis de que la identidad de un pueblo se define y se reafirma en la medida en que es capaz de identificar a un enemigo y darle combate permanente, en forma de prejuicio, de difamación y de satanización del otro. No sin razón fue el ideólogo de Adolf Hitler. Carl von Clausewitz (1780-1831: Da guerra, 1976) da centralidad a la guerra como fuerza conductora de la historia y ve la política como la guerra llevaba a cabo por otros medios.

Tales visiones de violencia produjeron primeramente el asesinato administrativo practicado por el colonialismo europeo en  África, en América Latina y en Asia, acabando en pocos años con millones de indígenas, como fue el caso de México y del Caribe en el siglo XVI.

Con la guerra total, inaugurada por Hitler en la Segunda Guerra Mundial, vino acoplada a la “fabricación sistemática de cadáveres en los campos campos de exterminio nazi” (Hannah Arendt). Estas “fábricas de exterminio” no obedecían a ninguna necesidad militar. En ellas imperaba la ejecución banal, burocrática y técnica de la muerte sin ningún escrúpulo ni sentimiento moral. Era la pura expresión del racismo y del odio. Solamente en el siglo XX murieron  200 millones de personas en las muchas guerras que ha habido. Esto  representa un alto nivel de barbarie y la negación de todo principio  civilizatorio.

Ahora en los últimos años han surgido las armas de destrucción masiva, especialmente las que usan la Inteligencia Artificial General con sus miles de millones de algoritmos, capaces de poner fin a la especie humana y a gran parte de la biosfera.

Esta modalidad de guerra ha alterado profundamente la percepción que el ser humano tiene de sí mismo. Él puede acabar consigo mismo. Su fin no resulta de un cataclismo natural ni por voluntad divina, sino por la propia decisión humana o por delegación a la IA autónoma, cuyas decisiones escapan al control humano. Después de habernos apropiado del alfabeto genético de la vida, el ser humano acaba de apropiarse de su propia muerte.

Tal hecho adquiere dimensiones metafísicas que hacen pensar en quién es el ser humano y cuál es su lugar en el universo. Él fue el último de los seres mayores en entrar en el proceso evolutivo: ¿no será que fue para poner fin a este proceso, convirtiéndose en el gran asesino de nuestro sistema solar y afectando a todo el proceso cosmogénico?

Tales constataciones de alta perversidad están en la cabeza de Trump. Se ha comprobado que los Estados Unidos desde su fundación han estado siempre involucrados en alguna guerra, solo han tenido 17 años de paz.

No por eso dejamos de confiar en el ser humano, capaz de crear relaciones pacíficas y así dar espacio a la paz desarmada y no a la guerra.

*Leonardo Boff es exprofesor de la UERJ y profesor visitante en varias universidades extranjeras. También es autor de más de cien libros sobre distintas materias de filosofía,teología y ecología entre otras.

La comensalidad mínima negada en Gaza

Leonardo Boff*

Todos estamos presenciando el crimen contra la humanidad que comete el Israel de Netanyahu, negando agua y comida a los millones de palestinos de la Franja de Gaza: niños muriendo, mujeres desmayándose de hambre en las calles. Peor aún, 1200 personas han sido asesinadas mientras intentaban con sus cuencos recibir algún alimento. Entre estas, cientos fueron abatidas al azar, como si se tratase de un tiro al blanco, cuando se aglomeraban para recibir un poco de comida.

         Aún así queremos hablar de la comensalidad, fieles a las tradiciones utópicas de la humanidad, comensalidad que está siendo negada totalmente a la población de Gaza. Comensalidad es comer y beber juntos, pues es en este acto cuando los seres humanos celebramos más la alegría de vivir y convivir.

         Sin embargo vivimos en una humanidad flagelada, con más de 700 millones de hambrientos y más de mil millones con insuficiencia  alimentaria, con mil quinientos millones de personas sin agua potable suficiente y dos mil millones sin aguas tratadas.

         La comensalidad es tan central que está ligada a la esencia misma del ser humano en cuanto humano. Hace siete millones de años comenzó la separación lenta y progresiva entre los simios superiores y los humanos a partir de un ancestro común. La especificidad del ser humano surgió de forma misteriosa y de difícil reconstrucción histórica. Pero los etnobiólogos y arqueólogos nos señalan un hecho singular. Cuando nuestros antepasados antropoides salían a recoger frutos, semillas, caza y peces, no comían individualmente lo que conseguían reunir. Tomaban los alimentos y los llevaban al grupo. Y ahí practicaban la comensalidad: los distribuían entre ellos y comían grupal y comunitariamente (E.Morin, L’identité humaine, Paris 2001).

Por tanto fue la comensalidad, que supone la solidaridad y la cooperación de unos con otros, lo que permitió el primer salto de la animalidad hacia la humanidad. Fue solo un primerísimo paso, pero decisivo porque a él le cupo inaugurar la característica básica de la especie humana, diferente de otras especies complejas (entre los chimpancés y nosotros hay solo 1,6% de diferencia genética): la comensalidad, y con ella la solidaridad y la cooperación. Pero esta pequeña diferencia hace toda la diferencia.

Lo que fue verdadero ayer sigue siendo verdadero hoy. Urge rescatar esta comensalidad que antaño nos hizo humanos y que debe hoy hacernos humanos de nuevo. Si no está presente, nos hacemos inhumanos, crueles y sin piedad. ¿No es esta, lamentablemente, la situación de la humanidad actual?

Además de la comensalidad, nuestra humanidad se completa a través del lenguaje gramaticalizado. El ser humano es el único ser de lenguaje “con doble articulación” de las palabras y de los sentidos, ambos regidos por reglas gramaticales. No damos gruñidos. Hablamos. El lenguaje nos posibilita organizar el mundo y nuestro propio universo interior, el imaginario y el pensamiento. El lenguaje es uno de los elementos más sociales que existe, pues por su naturaleza es social y para surgir presupone la sociabilidad humana (cf. H. Maturana y F. Varela, A árvore do conhecimento, Campinas1995).

Otro dato ligado a la comensalidad es el arte culinario, es decir, la preparación de los alimentos. Bien escribió Claude Lévi-Strauss, eminente antropólogo que trabajó muchos años en Brasil: «el dominio de la cocina es una forma de actividad humana verdaderamente universal. Así como no existe sociedad sin lenguaje, tampoco existe ninguna sociedad que no cocine algunos de sus alimentos» (Cf.D. Pingaud y otros, La Scène primitive, Paris 1960: 40).

Hace 500 mil años el ser humano aprendió a hacer fuego. Y con su creatividad aprendió a domesticarlo y con ello a cocinar los alimentos. El “fuego culinario” es lo que diferencia al ser humano de otros mamíferos complejos. El paso de lo crudo a lo cocido equivale pasar de lo animal al ser humano civilizado. Con el fuego surgió la cocina propia de cada cultura y de cada región.

Cada pueblo posee algunos alimentos característicos que forman parte de su identidad histórica, como la feijoada de Brasil, los tacos de Méjico, la hamburguesa de los norteamericanos, la pizza de los italianos y muchos otros. No se trata solo de cocinar los alimentos sino de darles sabor. En los condimentos utilizados y en los sabores diferenciados se distinguen una culinaria y una cultura de otras. Las distintas culinarias crean hábitos culturales, que suelen estar vinculados a ciertas fiestas como la Navidad, la Pascua, el Año Nuevo, las fiestas patronales, San Juan u otras semejantes.

 La comensalidad está ligada a todos estos fenómenos tan complejos. La comensalidad incluye también una dimensión simbólica. Comer nunca es solo un gesto de nutrición grupal para saciar el hambre y sobrevivir. Es un rito comunitario, rodeado de símbolos y de significados que refuerzan la pertenencia del grupo y consolida el salto hacia lo específicamente humano.

En otras palabras, nutrirse nunca es una mecánica biológica individual. Consumir comensalmente es comulgar con los otros que comen conmigo. Es entrar en comunión con las energías escondidas en los alimentos, con su sabor, su olor, su belleza y su densidad. Es  comulgar con las energías cósmicas que subyacen en los alimentos,  la fertilidad de la tierra, la irradiación solar, los bosques, las aguas, la lluvia, los vientos. Y especialmente con las personas que hacen posible que los alimentos lleguen a nuestras mesas.

Gracias a este carácter numinoso de comer/consumir/comulgar, toda comensalidad es en cierta forma sacramental. Viene cargada de buenas energías, simbolizadas por ritos y representaciones plásticas. Se come también con los ojos. El momento de comer es el más esperado del día y de la noche. Tenemos la conciencia instintiva y refleja de que sin comer no hay vida ni supervivencia ni alegría.

Todo esto les está siendo negado a los habitantes de Gaza y a millones de personas hambrientas en todo el mundo. Nuestro desafío  es el del Gobierno de Lula: hambre cero.

*Leonardo Boff ha escrito Comer y beber juntos y vivir en paz, Sal Terrae 2007.

Traducción de MªJosé Gavito Milano

La América Latina y el Brasil que queremos

Leonardo Boff*

Estamos entrando en un mundo multipolar, cuestionado por la visión unipolar de Estados Unidos. En este contexto, América Latina y Brasil ocupan un lugar importante en el debate geopolítico. Aquí están los elementos esenciales que garantizan la continuidad de nuestra civilización y de la vida. Tanto Trump como China, en disputa, los han puesto bajo su mirarada codiciosa.

En lo que toca a los arancelazos, no se trata solo de una medida personalísima de Trump, sino de todo un sistema que ve en el Sur global un peligro para el dólar y para la hegemonía estadounidense. El arancelazo sobre Brasil quiere significar una lección de sumisión a los intereses imperiales para toda América Latina y para los BRICs. Brasil, como ningún otro país, está de forma soberana y serena, enfrentándose a esa pretensión imperialista de alineamento y de sometimiento. ¿Qué es finalmente lo que nosotros queremos? Queremos la América Latina y el Brasil que están en nuestros sueños. El gran sueño es este:

            En primer lugar no queremos la América Latina y el Brasil que los otros han querido siempre: una factoría permanente del capitalismo en sus varias formas de realización histórica, un espejo de los países metropolitanos, un eco de la voz de los patrones del mundo, una neocolonización, una porción exótica del mundo donde hay indígenas, pueblos ancestrales, papagayos y el infierno verde.

            Particularmente queremos una América Latina que recupere el sentido originario del nombre que los pueblos que viven aquí desde hace milenios le daban: Abya Ayala que significa Tierra Madura. Este nombre es profético para todas las tierras. Todas ellas deben aún madurar para que la Tierra como planeta sea realmente Abya Ayala, la Tierra Madura, la morada común de todos los humanos, hermanados entre sí y con todos los demás seres de la naturaleza como refiere la Carta de la Tierra (2003:Preámbulo) y la encíclica del Papa Francisco Laudato Sì:sobre el cuidado de la Casa Común (2015). Queremos una América Latina y un Brasil que sea una América indo-afro-asio-latino-americana, lugar donde se realiza seguramente el mayor ensayo histórico de sincretización de todas las razas, pues a esta porción de tierra vinieron representantes de casi todas las razas humanas. Sólo a Brasil vinieron representantes de 60 pueblos diferentes.

            Aquí en los trópicos está emergiendo una civilización sincrética como la propia naturaleza, de raíz multicultural, anticipación de lo que deberá ser la humanidad unificada en un único Planeta con la conciencia de un único destino común. Ella se asienta sobre una base ecológica prometedora: la mayor biodiversidad de la Tierra y la mayor riqueza hídrica del Planeta.

            Queremos una América y un Brasil que hagan de esta dotación natural e histórica suya una oferta de esperanza y de sueño de una humanidad más solidaria, más tolerante, más respetuosa de las diferencias, más benevolente y más espiritual. América del Sur es un continente místico. La realidad se vive empapada de energías divinas que acompañan al ser humano en su trayectoria dándole un sentido de transcendencia, de cordialidad, de humor y de levedad.

            Queremos una América y un Brasil que consideren la Tierra como la Pachamama, la gran Madre, la Tierra sin Males y la Gaia de los modernos, que la respeten y veneren como se venera y respeta a la propia madre.

            Queremos una América y un Brasil donde los seres humanos, hombres y mujeres, se sientan hijos e hijas de esa gran Madre y se propongan vivir en sinergia y en hermandad, el ideal andino del buen vivir y convivir.

            Queremos una América que no se sienta más América sino que se sienta como la propia Tierra que llegó aquí a esa conciencia universalista, cargada de fraternura y de voluntad de construir una única historia: la historia de la humanidad que ha encontrado su camino de vuelta a la patria común, al planeta Tierra, después de milenios de dispersión por los continentes, en los estados-naciones y en los límites de las culturas. Ahora es el tiempo de construcción de la Casa Común.

            Queremos una América y un Brasil que vean a los pueblos como tribus del único pueblo de los humanos, especie del homo sapiens sapiens en sintonía con las demás especies en la misma aventura histórica y cósmica sobre este Planeta: una fraternidad universal y terrenal.

            Queremos una América y un Brasil que se sientan bajo el  arco-iris de la nueva alianza (un contrato social planetario) que los humanos están fundando entre sí, alianza de convivencia en la sinergia, en la compasión de los unos hacia los otros y con los demás seres, convergente en las diversidades y diversa en la unidad, arco-iris que simboliza la permanente alianza de Dios con todo lo que existe y vive para que nunca más se produzca la devastación de los diluvios naturales e históricos sino que todos puedan vivir siempre más y mejor.

            Esa América y ese Brasil solo serán uno de los nombres de la propria Tierra si nosotros mismos, sus hijos e hijas, asumimos ese llamado y vivimos de acuerdo a ese imperativo. Es laTierra misma que habla y clama a través de nosotros para que inauguremos esa nueva fase de la historia planetaria. Que ese sueño ancestral, soñado por Bolívar, José Martí y Darcy Ribeiro se historice mientras aún tenemos tiempo y si no sucumbimos al calentamiento global o a alguna otra tragedia de dimensiones planetarias.

Leonardo Boff ha escrito Habitar la Tierra, Vozes 2022; Brasil:Concluir la refundación o prolongar la dependencia, Vozes 2018; Tierra Madura, Planeta, São Paulo 2023.*

Traducción de MªJosé Gavito Milano