Somos Tierra que piensa, siente, ama y cuida

Leonardo Boff*

Hoy 22 de abril se celebra el día de la Tierra. Ella se ha transformado en la actualidad en el grande y oscuro objeto de la preocupación humana. Nos damos cuenta de que podemos ser destruidos. No por algún meteoro rasante, ni por algún cataclismo natural de proporciones fantásticas, sino por causa de la irresponsable actividad humana, especialmente por el modo de producción capitalista dominante. Se han construido tres máquinas de muerte que pueden destruir la biosfera: el peligro nuclear, la sistemática agresión a los ecosistemas y el cambio climático. Debido a esta triple alarma, hemos despertado de un torpor ancestral. Somos responsables de la vida o de la muerte de nuestro planeta vivo. Depende de nosotros el futuro común, el nuestro y el de nuestra querida casa común: la Tierra que amamos entrañablemente.

Como medio de salvación de la Tierra se invoca la ecología. No solo en su sentido manifiesto y técnico como administración de los recursos naturales, sino como una visión del mundo alternativa, como un nuevo paradigma de relación respetuosa y sinérgica con la Tierra, considerada como un superorganismo vivo (Gaia) que se autorregula.

         Cada vez nos damos más cuenta de que la ecologia se ha transformado en el contexto general de todos los problemas, de la educación, del proceso industrial, de la urbanización, del derecho y de la reflexión filosófica y religiosa. A partir de la ecología se está elaborando e imponiendo un nuevo estado de conciencia en la humanidad que se caracteriza por más benevolencia, más compasión, más sensibilidad, más ternura, más solidaridad, más cooperación, más responsabilidad hacia la Tierra y su preservación.

         La Tierra puede y debe ser salvada. Y será salvada. Ella ya pasó por más de l5 grandes devastaciones y siempre sobrevivió y salvaguardó el principio de la vida. También va a superar los impasses actuales. Pero con una condición: que cambiemos de rumbo, que de amos y señores pasemos a ser hermanos y hermanas entre nosotros y con todas las criaturas. Esta nueva óptica implica una nueva ética de responsabilidad compartida, de cuidado y de sinergia para con la Tierra.

El ser humano, en las distintas culturas y fases históricas, ha revelado esta intuición segura: pertenecemos a la Tierra; somos hijos e hijas de la Tierra; somos Tierra, pues, como se dice en el Génesis, venimos del polvo de la Tierra (Gn 2,7). Por eso hombre viene de humus. Venimos de la Tierra y volveremos a la Tierra. La Tierra no está ante de nosotros como algo distinto de nosotros mismos. Tenemos la Tierra dentro de nosotros. Somos la propia Tierra que en su evolución llegó al momento de autorrealización y de autoconciencia.

         Inicialmente no hay, pues, distancia entre nosotros y la Tierra. Formamos una misma realidad compleja, diversa y única.

         Fue lo que testimoniaron varios astronautas, los primeros en contemplar la Tierra desde fuera de la Tierra. Lo dijeron enfáticamente: desde aquí, desde la Luna o a bordo de nuestras naves espaciales no notamos diferencia entre Tierra y humanidad, entre negros y blancos, demócratas o socialistas, ricos y pobres. Humanidad y Tierra formamos una única entidad espléndida, reluciente, frágil y llena de vigor. Esa percepción es radicalmente verdadera.

         Dicho en términos de la cosmología moderna: estamos formados con las mismas energías, con los mismos elementos físico-químicos dentro de la misma red de conexiones de todo con todo que actúan desde hace 13.700 millones de años, desde que el universo, dentro de una incomensurable inestabilidad (big bang = inflación y explosión), emergió en la forma que existe hoy. Conociendo un poco esta historia del universo y de la Tierra estamos conociéndonos a nosotros mismos y nuestra ancestralidad.

         Cinco grandes actos, nos enseñan los cosmólogos, estructuran el teatro universal del cual somos coactores.

         El primero es el cósmico: irrumpieron las energías y elementos primordiales que subyacen al universo. Comenzó un proceso de expansión y a medida en que se expandía, se autocreaba y se diversificaba. Nosotros estábamos allí en las virtualidades contenidas en ese proceso.

         El segundo es el químico: en el seno de las grandes estrellas rojas (los primeros cuerpos que se densificaron y se formaron hace por lo menos 5 mil millones de años) se formaron todos los elementos pesados que constituyen hoy cada uno de los seres, como el oxígeno, el carbono, el silicio, el nitrógeno etc. Con la explosión de estas grandes estrellas (se volvieron supernovas) tales elementos se esparcieron por todo el espacio, constituyeron las galaxias, las estrellas, los planetas, la Tierra y los satélites de la fase actual del universo. Aquellos elementos químicos circulan por todo nuestro cuerpo, sangre y cerebro.

          El tercer acto es el biológico: de la materia que se complejiza y se enrolla sobre sí misma en un proceso llamado de autopoiesis (autocreación y autoorganización) irrumpió hace 3.800 millones de años la vida en todas sus formas; atravesó gravísimas destrucciones pero siempre subsistió y llegó hasta nosotros en su inconmensurable diversidad.

         El cuarto es el humano, subcapítulo de la historia de la vida. El principio de complejidad y de autocreación encuentra en los seres humanos inmensas posibilidades de expansión. La vida humana surgió y floreció en África hace unos 8-10 millones de años. A partir de ahí, se difundió por todos los continentes hasta conquistar los confines más remotos de la Tierra. El humano mostró una gran flexibilidad; se adaptó a todos los ecosistemas, desde los más gélidos de los polos a los más tórridos de los trópicos, en el suelo, en el sub-suelo, en el aire y fuera de nuestro Planeta, en las naves espaciales y en la Luna.

Finalmente, el quinto acto es el planetario: la humanidad que estaba dispersa, está volviendo a la Casa Común, al planeta Tierra. Se descubre como humanidad, con el mismo origen y el mismo destino de todos los demás seres. Se siente como la mente consciente de la Tierra, un sujeto colectivo, más allá de las culturas singulares y de los estados-naciones. A través de los medios de comunicación globales, de la interdependencia de todos con todos, se está inaugurando una nueva fase de su evolución, la fase planetaria. A partir de ahora la historia será la historia de la especie homo, de la humanidad unificada e interconectada con todo y con todos.

         Sólo podemos entender al ser humano-Tierra si lo conectamos con todo ese proceso universal; en él los elementos materiales y las energías sutiles conspiraron para que él lentamente fuera gestado y, finalmente, pudiese nacer.      

¿Pero qué significa concretamente, más allá de nuestra ancestralidad, nuestra dimensión-Tierra?

Significa, en primer lugar, que somos parte y parcela de la Tierra. Somos producto de su actividad evolutiva. Tenemos en el cuerpo, en la sangre, en el corazón, en la mente y en el espíritu elementos-Tierra. De esta constatación resulta la consciencia de profunda unidad e identificación con la Tierra y con su inmensa diversidad. No podemos caer en la ilusión racionalista y objetivista de situarnos delante de la Tierra como delante de un objeto extraño o como sus amos y señores. En un primer momento hay una relación sin distancia, sin vis-a-vis, sin separación. Somos uno con ella.        

         En un segundo momento, podemos pensar la Tierra, distanciarnos de ella para verla mejor e intervenir en ella. Y entonces sí, nos distinguimos de ella para poder estudiarla y poder actuar en ella más acertadamente. Ese distanciamento no rompe nuestro cordón umbilical con ella. Por tanto, este segundo momento no invalida el primero.      

Haber olvidado nuestra unión con la Tierra fue el error del racionalismo en todas sus formas de expresión. Él generó la ruptura con la Madre-Tierra. Dio origen al antropocentrismo, en la ilusión de que, por el hecho de poder pensar la Tierra e intervenir en sus ciclos, podíamos colocarmos sobre ella para dominarla y para disponer de ella a nuestro antojo. Aquí reside la raiz de la actual crisis ecológica.

         Por sentirnos hijos e hijas de la Tierra, porque somos la propia Tierra pensante y amante, la vivimos como Madre. Ella es un principio generativo. Representa lo Femenino que concibe, gesta, y da a luz. Emerge así el arquetipo de la Tierra como Gran Madre, Pachamama, Tonantzin, Nana y Gaia. De la misma forma que genera todo y reproduce la vida, ella también acoge todo y lo recoge en su seno. Al morir, volvemos a la Madre Tierra. Regresamos a su útero generoso y fecundo. 

         Sentir que somos Tierra nos hace tener los pies en el suelo. Hace que percibamos todo de la Tierra, su frío y su calor, su fuerza que amenaza así como su belleza que encanta. Sentir la lluvia en la piel, la brisa que refresca, el huracán que avasalla. Sentir la respiración que entra en nosotros, los olores que nos embriagan o nos molestan. Sentir la Tierra es sentir sus nichos ecológicos, captar el espíritu de cada lugar (spiritus loci). Ser Tierra es sentirse habitante de cierta porción de tierra. Habitando, nos hacemos en cierta manera limitados a un lugar, a una geografía, a un tipo de clima, de régimen de lluvias y vientos, a una manera de vivir, de trabajar y de hacer historia. Configura nuestro enraizamiento.

Pero también significa nuestra base firme, nuestro punto de contemplación del Todo, nuestra plataforma para poder alzar el vuelo más allá de este paisaje y de este pedazo de Tierra, rumbo al Todo infinito.

         Por último, sentirse Tierra es percibirse dentro de una comunidad compleja junto con otros hijos e hijas de la Tierra. La Tierra no produce solo seres humanos. Produce una miríada de micro-organismos que componen el 90% de toda la red de la vida, los insectos que constituyen la biomasa más importante de la biodiversidad. Produce las aguas, la capa verde con la infinita diversidad de plantas, flores y frutos. Produce la diversidad incontable de seres vivos, animales, pájaros y peces, nuestros compañeros dentro de la unidad sagrada de la vida porque en todos están presentes los veinte aminoácidos y las cuatro bases nitrogenadas que entran en la composición de cada vida. Produce para todos las condiciones de subsistencia, de evolución y de alimentación, en el suelo, en el subsuelo y en el aire. Sentirse Tierra es sumergirse en la comunidad terrenal, en el mundo de los hermanos y de las hermanas, todos hijos e hijas de la grande y generosa Madre Tierra, nuestro Hogar común.

         Estos son los sentimientos de pertenencia que alimentamos en este día de la Madre Tierra.

*Leonardo Boff ha escrito El principio Tierra. La vuelta a la Tierra como matria y patria común, Vozes 1995: Opción Tierra. Record, RJ 2009/ Trotta 2010.

Somos Terra que pensa, sente, ama e cuida

Leonardo Boff                                      

         Hoje 22/4 celebra-se o dia da Terra. Ela se transformou atualmente no grande e obscuro objeto da preocupação humana. Damo-nos conta de que podemos ser destruidos. Não por alguma meteoro rasante, nem por algum cataclismo natural de proporções fantásticas. Mas por causa da irresponsável atividade humana especialmente pelo modo de produção capitalista dominante. Três máquinas de morte foram construidas e podem destruir a biosfera: o perigo nuclear, a sistemática agressão aos ecosistemas e a mudança climática.  Em razão deste triplo alarme, despertamos de um ancestral torpor. Somos responsáveis pela vida ou pela morte de nosso planeta vivo. Depende de nós o futuro comum, nosso e de nossa querida casa comum: a Terra que amamos entranhadamente.

Como meio de salvação da Terra é invocada a ecologia. Não apenas no seu sentido palmar e técnico como gerenciamento do recursos naturais, mas como uma visão do mundo alternativa, como um novo paradigma de relacionamento respeitoso e sinergético para com a Terra, tida como um super organismo vivo (Gaia) que se autorregula.

         Mais e mais entendemos que a ecologia se transformou no contexto geral de todos os problemas, da educação, do processo industrial, da urbanização, do direito e da reflexão filosófica e religiosa. A partir da ecologia se está elaborando e impondo um novo estado de consciência na humanidade que se caracteriza por mais benevolência, mais compaixão, mais sensibilidade, mais enternecimento, mais solidariedade,mais cooperação, mais responsabilidade para com a Terra e com  sua preservação.

         A Terra pode e deve ser salva. E será salva. Ela já passou por mais de l5 grandes devastações. E sempre sobreviveu e salvaguardou o princípio da vida. E irá superar também os atuais impasses. Entretanto sob uma condição: de mudarmos de rumo, de senhores e donos para irmãos e irmãs entre nós e com todas as criaturas. Essa nova de ótica implica numa nova ética de responsabilidade partilhada, de cuidado e de sinergia para com a Terra.

O ser humano, nas várias culturas e fases históricas, revelou essa intuição segura: pertencemos à Terra; somos filhos e filhas da Terra;  somos Terra, pois, como se diz no Gênesis, viemos do pó da Terra (Gn 2,7). Daí que homem vem de húmus. Viemos da Terra e voltaremos à Terra. A Terra não está à nossa frente como algo distinto de nós mesmos. Temos a Terra dentro de nós. Somos a própria Terra que na sua evolução chegou ao momento de autorrealização e de auto-consciência.

         Inicialmente não há, pois, distância entre nós e a Terra. Formamos uma mesma realidade complexa, diversa e única.

         Foi o  que testemunharam os vários astronautas, os primeiros a contemplar a Terra de fora da Terra. Disseram-no enfaticamente: daqui da Lua ou a bordo de nossas naves espaciais não notamos diferença entre Terra e humanidade, entre negros e brancos, democratas ou socialistas, ricos e pobres. Humanidade e Terra formamos uma única entidade esplêndida, reluzente, frágil e cheia de vigor. Essa percepção é radicalmente verdadeira.

         Dito em termos da moderna cosmologia: somos formados com as mesmas energias, com os mesmos elementos físico-químicos dentro da mesma rede de conexões de tudo com tudo que atuam há 13,7 bilhões de anos, desde que  o universo, dentro de uma incomensurável instabilidade (big bang= inflação e explosão), emergiu na forma que hoje existe. Conhecendo um pouco esta história do universo e da Terra estamos conhecendo a nós mesmos e a nossa ancestralidade.

         Cinco grandes atos, nos ensinam os cosmólogos, estruturam o teatro universal do qual nós somos coautores.

         O primeiro é o cósmico; irromperam as energias e elementos primordiais que subjazem ao universo.Começou o em processo de expansão; e na medida em que se expandia, se autocriava e se diversificava. Nós estávamos lá nas virtualidades contidas nesse processo.

         O segundo é o químico: no seio das grandes estrelas vermelhas (os primeiros corpos que se densificaram e  se formam  há pelo menos 5 bilhões de anos) formaram-se todos os elementos pesados  que hoje constituem cada um dos seres, como o oxigênio, o carbono, o silício, o nitrogênio etc. Com a explosão destas grandes estrelas (viraram super novas) tais elementos se espalharam por todo o espaço; constituiram as galáxias, as estrelas, os planetas, a Terra e os satélites da atual fase do universo. Aqueles elementos químicos circulam por todo o nosso corpo, sangue e cérebro.

          O terceiro ato é o biológico: da matéria que se complexifica e se enrola sobre si mesma, num processo chamado de autopoiese (auto-criação e auto-organização), irrompeu, há 3,8 bilhões de anos, a vida em todas as suas formas; atravessou gravíssimas dizimações mas sempre subsistiu e veio até nós em sua incomensurável diversidade..

         O quarto é o humano, subcapítulo da história da vida. O princípio de complexidade e de auto-criação  encontra nos seres humanos imensas possibilidades de expansão. A vida humana surgiu e floresceu na África cerca de 8-10 milhões de anos atrás.A partir dai, difundiu-se por todos os continentes até conquistar os confins mais remotos da Terra. O humano mostrou grande flexibilidade; adaptou-se a todos os ecosistemas, aos mais gélidos dos pólos aos mais tórridos dos trópicos, no solo, no sub-solo, no ar e fora de nosso Planeta, nas naves espaciais e na Lua.

Por fim, o quinto ato, é o planetário: a humanidade que estava dispersa, está voltando à Casa Comum, ao planeta Terra. Descobre-se como humanidade, com a mesma origem e o mesmo destino de todos os demais seres. Sente-se como a mente consciente da Terra, um sujeito coletivo, para além das culturas singulares e dos estados-nações. Através dos meios de comunicação globais, da interdependência de todos com todos, se está inaugurando uma nova fase de sua evolução, a fase planetária. A partir de  agora a história será a história da espécie homo, da humanidade unificada e interconectada com tudo e com todos.

         Só podemos entender o ser humano-Terra se o conectarmos com todo esse processo universal; nele os elementos materiais e as energias sutis conspiraram para que ele lentamente fosse sendo gestado e, finalmente, pudesse nascer. 

Mas que significa concretamente, além de nossa ancestralidade, a nossa dimensão-Terra? 

Significa, primeiramente, que somos parte e parcela da Terra. Somos produto de sua atividade evolucionária. Temos no corpo, no sangue, no coração, na mente e no espírito elementos-Terra. Dessa constatação resulta a consciência de profunda unidade e identificação com a Terra e com sua imensa diversidade. Não podemos cair na ilusão racionalista e objetivista de que nos situamos diante da Terra como diante de um objeto estranho ou como seus senhores e donos. Num primeiro momento vigora  uma relação sem distância, sem vis-a-vis, sem separação. Somos um com ela.  

         Num segundo momento, podemos pensar a Terra, distanciarmo-nos dela para vê-la melhoor e intervir nela. E então, sim, nos distinguimos dela para  podermos estudá-la e poder atuar nela mais acertadamente. Esse distanciamento não rompe nosso cordão umbilical com ela. Portanto, esse segundo momento não invalida o primeiro.       

Ter esquecido nossa união com a Terra foi o equívoco  do racionalismo em todas as suas formas de expressão. Ele gerou a ruptura com a Mãe-Terra. Deu origem ao antropocentrismo, na ilusão de que, pelo fato de pensarmos a Terra e podermos intervir em seus ciclos, podermos  nos colocar sobre ela para dominá-la e para   dispôr dela a nosso bel prazer. Aqui reside a raiz da atual crise ecológica.

Por sentirmo-nos filhos e filhas da Terra, por sermos a própria Terra pensante e amante, vivemo-la como Mãe. Ela é um princípio generativo. Representa o Feminino  que concebe, gesta, e dá a luz. Emerge assim o arquétipo da Terra como Grande Mãe, Pacha Mama, Tonantzin,Nana e Gaia. Da mesma forma que  tudo gera e reproduz a vida, ela também tudo acolhe e tudo  recolhe  em seu seio. Ao morrer, voltamos à Mãe Terra. Regressamos ao seu útero generoso e fecundo. 

         Sentir que somos Terra nos faz ter os pés no chão. Faz-nos perceber tudo da Terra, seu frio e calor, sua força que  ameaça bem  como sua beleza que encanta. Sentir a chuva na pele, a brisa que refresca, o tufão que avassala. Sentir a respiração que nos entra, os odores que nos embriagam ou nos enfastiam. Sentir a Terra é sentir seus nichos ecológicos, captar o espírito de cada lugar(spiritus loci).  Ser Terra é sentir-se habitante de certa porção de terra. Habitando, nos fazemos  de certa maneira limitados a um lugar, a uma geografia, a um tipo de clima, de regime de chuvas e ventos, de uma maneira de morar e de trabalhar e de fazer história. Configura o nosso enraizamento.

Mas também significa nossa base firme, nosso ponto de contemplação do Todo, nossa plataforma para poder alçar vôo para além desta paisagem e deste pedaço de Terra, rumo ao Todo infinito.

         Por fim, sentir-se Terra é perceber-se dentro de uma complexa comunidade  de outros filhos e filhas da Terra. A Terra não produz apenas a nós seres humanos. Produz a miríade de micro-organismos que compõem 90% de toda a rede da vida, os insetos que constituem a biomassa mais importante da biodiversidade. Produz as águas, a capa verde com a infinita diversidade de plantas, flores e frutos. Produz a diversidade incontável de seres vivos, animais, pássaros e peixes, nossos companheiros dentro da unidade sagrada da vida porque em todos estão presentes os vinte aminoácidos e as quatro bases nitrogenadas que entram na composição de cada vida. Para todos produz as condições de subsistência, de evolução e de alimentação, no solo, no sub-solo e no ar. Sentir-se Terra é mergulhar na comunidade terrenal, no mundo dos irmãos e das irmãs, todos filhos e filhas da grande e generosa Mãe Terra, nosso Lar comum.

         São estes sentimentos de pertença que nutrimos neste dia da Mãe Terra.

Leonardo Boff escreveu O princípio Terra.A volta à Terra como mátria e pátria comum, Vozes 1995:Opção Terra. Record,RJ 2009.

Causas da crise sistêmica:erosão da ética e asfixia da espiritualidade

Leonardo Boff

Seguramente vigora um complexo de causas que sub-jazem à atual crise sistêmica.Ela tomou todo o planeta e nos colocou numa encruzilhada: ou seguimos o caminho inaugurado pela modernidade a partir do século 17/18 com o advento do espírito científico que modificou a face da Terra e trouxe-nos incontáveis benefícios para a vida. Mas ao mesmo tempo deu-se a si mesma os meios de sua autodestruição.Vamos mais longe: a forma como decidimos habitar o planeta e organizar nossas sociedades com custos altíssimos para os ecossistemas e para as relações sociais,brutalmente desiguais, nos fizeram tocar nos limites da Terra. A seguir esse caminho,um abismo aterrador se apresenta à nossa frente. A Terra viva pode não nos querer mais sobre sua superfície por sermos demasiadamente violentos e destrutivos. Podemos sucumbir pelo antropoceno,pelo necroceno,pelo virusceno e por fim pelo piroceno, ocasionados por nós mesmo e também pela reação da própria Terra viva,ferida e vitalmente enfraquecida, que desta forma reage.

Ou então,num momento de aguda consciência face ao possível desaparecimento da espécie, o ser humano dê um salto quântico em seu nível de consciência, cai em si, dá-se conta de que pode realmente chegar ao fim de sua aventura planetária e mudar, forçosamente  e definir um novo rumo.

Certamente não se fará sem uma fenomenal crise que pode levar porções significativas da humanidade, começando pelos mais vulneráveis mas não poupando nem os mais apetrechados.Assim ocorreu em tempos pré-históricos do planeta, nos quais até 70% da carga biótica desapareceu definitivamente.

Qual será o rumo? Estimo que nem sábios, nem cientistas nem mestres espirituais saibam apontar a direção. A humanidade, agora unida pelo medo e pelo pavor,mais do que pelo amor ao futuro, perceberá que poderá ter chegado ao fim do caminho andado. Olhará ao redor e descobrirá uma senda a ser percorrida e construída pelo andar de todos. “Caminante,no hay camino, se hace camino al andar”nos ensinou um poeta desesperado espanhol, fugido da perseguição franquista.De dentro de nossa essência humana teremos que tirar as inspirações e sonhos que nos consolidam o novo caminho.Vale a frase de Einstein: a ideia que criou a crise atual não pode ser a mesma que nos vai sair dela. Temos que sonhar, criar,projetar utopias viáveis e abrir caminhos novos. As ciências da vida nos confirmaram que somos seres de amor, de solidariedade, de cuidado, apesar de uma sombra sempre nos acompanhar e que devemos colocá-la sob vigilância.

Mas antes nos interroguemos: por que chegamos a este ponto crítico global? Aqui mais que um saber científico socorre-nos um pensamento filosofante.

Entre outras causas, considero duas fundamentais: a erosão da ética e a asfixia da espiritualidade.

Recuperemos o sentido clássico de Ethos dos gregos pois nos iluminam ainda hoje. Ethos escrito em maísculo significa a casa humana. Vale dizer, separamos uma parte da natureza, a trabalhamos de forma a ser o espaço de viver bem. A outra forma é o ethos em minúsculo que são as formas como organizamos a casa para que nos sintamos bem nela e possamos dar hospitalidade a quem nos visitar: enfeitar a sala, colocar corretamente as mesas, cuidar da cozinha, alimentar o fogo sempre aceso, manter a dispensa abastecida e os quartos decentemente arrumados.São as virtudes éticas que dão concreção ao Ethos. Mas não só, pertence ao Ethos zelar pelo entorno da casa, do jardim,de estátuas de divindades. Só assim o Ethos (viver bem) ganha forma concreta (ethos).

Hoje o Ethos é a Casa Comum, o planeta Terra. Por séculos alimentou a humanidade. Mas com o advento da ciência e da técnica temos explorados de forma ilimitada e irresponsável seus bens e serviços de forma que hoje ultrapassamos sua capacidade suporte (The Earth Overshoot), a assim chamada Sobrecarga da Terra. Ele é finita e não suporta o projeto da modernidade de um crescimento infinito. O Ethos (viver bem na casa) e o ethos, as formas de organizá-la desestruturou tudo o que é importante para viver bem: poluimos as águas, sobrecarregamos os alimentos com agrotóxicos,envenenamos os solos, contaminamos dos ares a ponto de afetar o sistema da vida natural e da vida humana. Assistimos a erosão geral do Ethos, do ethos e da ética. A Casa Comum deixa de ser comum, e é apropriada por elites que detém terras, poder, dinheiro e a condução da política do mundo. Elas se transformaram no Satã da Terra.

Tão grave quanto à erosão do Ethos, do ethos e da ética em geral é a asfixia da espiritualidade humana. Deixemos claro: espiritualidade não é sinônimo de religiosidade, embora a religiosidade pode potenciar a espiritualidade. A espiritualidade nasce de outra fonte: do profundo do ser humano. A espiritualidade é parte essencial do ser humano, como a corporalidade, a psiqué, a inteligência, a vontade e a afetividade.

Neurolinguístas, os novos biólogos e eminentes cosmólogos como Brian Swimm, Bohm e outros reconhecem que a espiritualidade é da essência humana. Somos naturalmente seres espirituais, mesmo não sendo explicitamente religiosos. Essa porção espiritual em nós se revela pela capacidade de solidariedade, de cooperação, de compaixão, de comunhão e de uma total abertura ao outro, à natureza, ao universo,  numa palavra ao Infinito. A espiritualidade faz o ser humano intuir que por detrás de todas as coisas há uma Energia poderosa e amorosa que tudo sustenta e a mantém aberta a novas formas no processo da evolução. Alguns neurólogos identificaram um fenômeno excepcional. Sempre que se abordam existencialmente o Sagrado, a experiência de pertença a um Todo maior verifica-se numa parte do cérebro forte aceleração dos neurônios. Eles, não os teólogos, o chamaram de “ponto Deus no cérebro”. Como temos órgãos exteriores pelos quais captamos a realidade circundante, temos um órgão interior que é nossa vantagem evolutiva, de perceber Aquele Ser que faz ser todos os seres, aquela Energia misteriosa que penetra todos os seres e os vivifica.

Essa dimensão espiritual de nossa natureza foi sufocada por nossa cultura que venera mais o dinheiro que a natureza, o consumo individual que a repartição, que é mais competitiva que cooperativa, prefere o uso da violência do que o diálogo para resolver conflitos e criou a guerra nuclear e biológica como dissuasão, ameaça e eventual utilização, o que significaria o fim do sistema-vida e do sistema-humano. A violência e as guerras implicam a asfixia da espiritualidade, intrínseca à nossa essência.

Atualmente a eclipse da ética e a negação da espiritualidade humana poderão levar-nos a situações dramática, não excluindo tragicamente a extinção da espécie homo  depois de alguns milhões de anos, amados, nutridos pela Magna Mater que não soubemos retribuir-lhe cuidado, reverência e amor.

Nem por isso desesperamos. O universo guarda surpresas e o ser humano é um projeto infinito, capaz de criar soluções para erros que ele mesmo cometeu.

Leonardo Boff, escreveu com Mark Hathaway, O Tao da Libertação: uma ecologia da transformação, em várias linguas, Vozes 2010 que mereceu a medalha de ouro nos USA em ciência e nova cosmologia.

El necesario diálogo inter-religioso

Leonardo Boff*

El diálogo interreligioso es una de las demandas más urgentes en esta fase planetaria de la humanidad. El fundamentalismo y el terrorismo actuales se enraízan profundamente en convicciones religiosas más que en ideologías. Sólo motivaciones que se fundan en un sentido radical que trasciende los sentidos históricos inmediatos sustentan el valor de las personas, dispuestas a sacrificarse y a hacerse personas-bomba para destruir a otros, considerados como enemigos. Ese sentido normalmente lo producen las religiones. 

Trasfondo religioso de los conflictos actuales

Detrás de los principales conflictos del final del siglo XX y de principios del siglo XXI hay un trasfondo religioso, así en Irlanda, en Kosovo, en Kachemira en el pasado, y actualmente en Siria, en Afganistán, en el Congo y hoy dia de forma violenta entre Ucrania y Rusia, el ataque terrorista de Hamas de Gaza el 7 de octubre de 2023 y la represalia desproporcionada por parte del Estado de Israel, dirigido por un primer ministro de extrema derecha, contra los palestinos de la Franja de Gaza.

No sin razón escribió Samuel P. Huntington, uno de los observadores más atentos del proceso de globalización en su discutido libro El choque de civilizaciones (Planeta 2005): «en el mundo, la religión es una fuerza central, tal vez la fuerza central que motiva y moviliza a las personas… Lo que en última instancia cuenta para las personas no es la ideología política ni el interés económico. Aquello con lo que las personas se identifican son las convicciones religiosas, la familia y los credos. Por estas cosas combaten y hasta están dispuestas a dar su vida».

Efectivamente, no obstante el proceso de secularización y el eclipse de lo sagrado con la introducción de la razón crítica a partir del Iluminismo del siglo XVIII, la religión há sobrevido a todos los ataques. Y por el contrario, las últimas décadas están presenciando una vuelta poderosa del factor religioso y místico en todas las sociedades mundiales, vuelta propiciada principalmente por los hijos e hijas de los maestros de la sospecha y de la crítica devastadora de la religión, como Marx, Freud, Nietzsche, Popper y otros. 

La religión es la cosmovisión común de la mayoría de la humanidad. En ella encuentra orientación para la vida y de ella deriva actitudes éticas. Lo formuló bien Ernst Bloch, el filósofo marxista que rescató el sentido profundo del factor religioso y sentenció: “donde hay religión, ahí hay esperanza”. Y donde hay esperanza surgen incontables razones para luchar, para soñar, para proyectar utopías salvacionistas y dar sentido a la vida y a la historia.

Pluralismo religioso de hecho y de derecho

Entonces hay que partir del hecho incisivo de la religión, o mejor, del pluralismo religioso. Hay tantas religiones cuantas culturas hay en el mundo. Cuando una cultura produce su religión es señal de que ha llegado a su madurez. Ella ayuda a conferir identidad y cohesión cultural.

Todas las religiones trabajan con un sentido último y con valores que orientan la vida. Por eso poseen un alto valor humanizador y civilizatorio. Pero es importante no desconocer que ellas corren el riesgo permanente del fundamentalismo, de imaginarse absolutas y las mejores. Esta actitud está a un paso de la guerra religiosa, cosa que ha ocurrido con frecuencia en la historia. Las religiones necesitan, entonces, reconocerse mutuamente, entrar en diálogo y buscar convergencias mínimas que les permitan convivir pacíficamente. De aquí la importancia del diálogo entre todas.

Ante todo, es importante reconocer el pluralismo religioso, como de hecho y como de derecho. El hecho es innegable, basta constatarlo. La cuestión es su legitimación de derecho. En este punto hay divergencias profundas, especialmente en la Iglesia jerárquica católica, en otras iglesias cristianas, en ciertas tendencias del islam y de otras religiones. Aquí algunas iglesias cristianas muestran su fundamentalismo explícito, pues se juzgan las portadoras exclusivas de la revelación divina y las únicas herederas de la gesta salvadora de Dios en la historia por medio de la vida, muerte y resurrección de Jesús.

Pero la pluralidad no se puede negar. Por eso hay que defender el derecho a este pluralismo de hecho. Primero por una razón interna a la propia religión. Ninguna religión puede pretender encuadrar a Dios, el Misterio, la Fuente originaria de todo ser o cualquier nombre que se le quiera dar a la Suprema Realidad, en las redes de su discurso y de sus ritos. Si así fuera, Dios sería un pedazo del mundo, en realidad un ídolo. Perdería totalmente su trascendencia a cualquier objetivación humana. Él está siempre más allá de como podamos representarlo. Así pues, hay espacio para otras expresiones y otras formas de celebrarlo que no sean exclusivamente a través de esta iglesia o de esta religión concreta. Como decía un pensador franciscano del siglo XIII Duns Scoto: «Si Dios existe como las cosas existen, entonces Dios no existe». Él no está en el orden de las cosas sino del fundamento de su existencia y de la permanencia en esa existencia.

Así por ejemplo, las religiones de matriz africana presentes en Brasil, no son cartesianas y occidentales. Tienen otra forma propia de sentir, de interpretar y de vivir lo Sagrado. Son religiones profundamente ecológicas, ligadas a las energías de la naturaleza y del cosmos. El mismo AXÉ es una energía cósmica, presente en todos los seres y más fuertemente en personas carismáticas como los pais y mães de santo. Su modo de cultivar lo Sagrado debe ser acogido como una de las formas legítimas de caminar hacia Dios (Olorum) y de ser visitados por las divinidades.

El equívoco de la pretensión de exclusividad

En verdad no es el pluralismo religioso lo que debe ser cuestionado sino la pretensión de una de las religiones de considerarse la única verdadera. No vale el sofisma: si hay un solo Dios, debe haber una sola religión. Ahora bien, la naturaleza de Dios y la naturaleza de la religión son profundamente distintas. La naturaleza de Dios es el Misterio, lo Inefable, lo Infinito. La naturaleza de la religión es lo limitado, lo histórico, lo finito, aquello que fue creado por la cultura humana. Dios nunca podrá ser identificado con alguna doctrina. Él está dentro y también fuera y más allá, pues esta es su naturaleza. Además, si aceptamos que Dios es diversidad de divinas personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo en permanente relación de amor y de diálogo, esto proporciona mayor fundamento para justificar la diversidad religiosa.

Por eso es importante reconocer el hecho de las muchas religiones e iglesias, para que cada una de ellas pueda decir algo de lo Inefable y revele dimensiones que otra no puede expresar. Todas juntas sinfónicamente señalan a la Realidad Sagrada y todas se callan, reverentes, delante de Ella porque Ella las desborda por todos los lados y formas.

Esta última reflexión nos obliga a introducir una distinción de fundamental importancia para que el diálogo interreligioso sea posible y adquiera alguna eficacia: la distinción entre espiritualidad y religión.

Distinción entre religión y espiritualidad

Por espiritualidad entendemos el encuentro con el Misterio del mundo, con el Inefable, con el Tao, con Olorum, con lo Numinoso con aquello que se acordó llamar Dios (aunque haya tradiciones que no se sientan bien, como el budismo, que es antes una sabiduría que una religión). Ese encuentro no es inventado ni impuesto. Simplemente sucede como una experiencia originaria. El ser humano es un ser de apertura al otro, al mundo y al Infinito. Él es simplemente un sistema abierto y dialogante. Él plantea preguntas radicales sobre su origen y su destino, sobre el sentido del universo, sobre el significado de su vida, de su sufrimiento y de su muerte. Él es un grito lanzado al infinito. Experimentar esta realidad constituye aquello que llamamos espíritu. Es un modo de ser, de relacionarse, de sentirse dentro de un Todo mayor. Científicos contemporáneos la llaman “espiritualidad natural” por pertenecer a la naturaleza humana (Cf. Steven Rockefeller, Spiritual Democracy and Our Schools, N,York 2022).

Esta espiritualidad natural no es monopolio de las religiones o de algún camino espiritual. Es anterior a todo. Posee el mismo derecho de ciudadanía antropológica que la libido, la voluntad, la inteligencia y la sensibilidad. Así como existe la inteligencia intelectual y la inteligencia emocional, existe también la inteligencia espiritual mediante la cual captamos, más allá de los hechos y de las emociones, los contextos globales de nuestra vida, totalidades significativas, valores y nuestra inserción en un Todo mayor. 

Es propio de la espiritualidad captar visiones globales y orientarse por un sentido trascendental. Neurólogos y neurolingüistas detectaron una base empírica de esta inteligencia en la biología de las neuronas. Algunos neurocientíficos y el psiquiatra I.Marshall con su esposa, física cuántica, Danah Zohar entre otros (Cf.D. Zohar, QS,Inteligencia espiritual, Paza&Janes, Barcelona 2001) llegan a hablar del “punto Dios” en el cerebro. En una perspectiva evolutiva quiere decir que el universo evolucionó hasta el punto de producir un ser de inteligencia que dispone de una capacidad de percibir, a partir de cierta aceleración de las neuronas, el Misterio de este universo, Misterio que penetra y resplandece en todo. Ese “punto Dios” representa una ventaja evolutiva de la especie homo, presente en todos sus representantes. Lógicamente, Dios no está solo presente en un punto del cerebro, sino en todo el ser humano y cada una de sus dimensiones. Pero es a partir de un punto de las neuronas desde el que se deja percibir fenomenológicamente. 

Esta experiencia espiritual está en la base de todas las religiones y caminos espirituales. La forma como esta experiencia se expresó históricamente varía de acuerdo a las culturas en India, en China, en el Tibet, en Japón, entre los Mayas, Aztecas, Tupí-Guaraní, Yanomami entre otros. Las religiones son los constructos culturales, los más diversos intentos de expresar en una doctrina, en una celebración, en un texto sagrado, en un código ético, esta espiritualidad originaria.

Las religiones son diferentes y muchas, pero la espiritualidad originaria es la misma. Ella permite el entendimiento y el diálogo entre las religiones, porque todas beben de la misma fuente de aguas cristalinas: la espiritualidad natural. Las religiones son canalizaciones de esta fuente originaria. 

Importancia de las religiones para la paz mundial

Si tal es la importancia de las religiones en la configuración de la humanidad concreta, entonces son decisivas para la convivencia y la paz mundial. Por eso entendemos la relevancia que el Papa Francisco les da en las dos encíclicas ecológicas Laudato Sì: sobre el cuidado de la Casa Común (2015) y en la Fratelli tutti (2020) en el sentido de salvaguardar la vida y el futuro de la Madre Tierra. Es muy conocida y siempre citada la tesis fundamental del teólogo alemán Hans Küng, recientemente fallecido, el mejor estudioso de las religiones en fase planetaria, con el cual concordamos: 

«No habrá paz entre las naciones si no existe paz entre las religiones. No habrá paz entre las religiones, si no existe diálogo entre las religiones» (Religiões do mundo, São Paulo 2018, 280; L. Boff, Ethos mundial., Rio de Janeiro 2003, 137).

El diálogo entre las religiones sigue un camino singular. No puede empezar por la discusión de las doctrinas que pronto generan debates interminables y divisiones, sino por la toma de conciencia de la espiritualidad que une a todas. Y esto se hace mediante la oración o meditación. El diálogo empieza cuando todos comienzan a rezar juntos o a meditar. Rezar y meditar es sumergirse en la espiritualidad. Ahí las personas empiezan a reconocerse, a descubrir la bondad de uno y otro, la piedad, la reverencia y la búsqueda sincera del Misterio de todas las cosas, de “Dios”. 

Las doctrinas quedan relativizadas en nombre de la vida concreta, inspirada por la respectiva religión. Lógicamente, todo lo que es sano, puede enfermar. Todas las religiones pueden incorporar desvíos, endurecimientos, actitudes fundamentalistas de grupos. Aquí hay un vasto campo de crítica recíproca y de procesos de purificación. Así como la enfermedad remite a la salud, de forma semejante la experiencia espiritual devolverá salud a las religiones. De este diálogo orante nacen los puntos de convergencia que fundan la paz posible entre las religiones, uno de los factores de la paz mundial.

Pero hay iglesias, especialmente entre nosotros, las neopentecostales, que siguen la lógica del mercado y hacen de la religión un gran negocio, no raramente explotando a los pobres con la teología de la prosperidad y últimamente con la teología del dominio. Por buscar beneficios económicos, fácilmente se alían a partidos políticos de vertiente más conservadora. De esta forma desnaturalizan la religión y la iglesia, pues estas no han sido hechas para el mercado sino para atender las demandas espirituales de las personas.

Puntos de convergencia en el diálogo interreligioso

El diálogo continuado permitió establecer puntos comunes entre las religiones, enumerados ya en 1970 en la Conferencia Mundial de las Religiones en favor de la Paz en Kyoto. Esos puntos convergentes fueron así formulados y reforzados años después en el gran encuentro de Chicago.

1. Hay una unidad fundamental de la familia humana en igualdad y dignidad de todos sus miembros.

2. Cada ser humano es sagrado e intocable, especialmente en su conciencia.

3. Toda comunidad humana representa un valor.

4. El poder no puede ser igualado al derecho. El poder jamás se basta a sí mismo, jamás es absoluto y debe ser limitado por el derecho y por el control de la comunidad.

5. La fe, el amor, la compasión, el altruismo, la fuerza del espíritu y la veracidad interior son, en última instancia, muy superiores al odio, la enemistad y el egoísmo. 

6. Se debe estar, por obligación, del lado de los pobres y oprimidos y contra sus opresores.

7. Alimentamos la profunda esperanza de que al final triunfará la buena voluntad.

Como se deduce, este diálogo no se agota en sí mismo. Se ordena a algo mayor: la paz entre los pueblos, la paz con la Tierra, la paz con los ecosistemas, la paz del ser humano consigo mismo y la paz con la Fuente originaria de donde vino y adonde va. Esa paz es, como bien lo definió la Carta de la Tierra, «la plenitud creada por relaciones correctas consigo mismo, con otras personas, con otras culturas, con otras vidas, con la Tierra y con el Todo mayor del cual somos parte».

El diálogo abierto entre las religiones significa, por tanto, la convivencia pacífica y alegre entre los más distintos caminos espirituales que ven, en su diversidad, una riqueza del único y mismo Misterio fontal del cual venimos y hacia el cual nos dirigimos. Su contribución es fundamental para la paz entre los diversos pueblos que habitamos la misma Casa Común.

*Leonardo Boff, 1938, teólogo, filósofo y autor de cerca de cien libros en las áreas de teología, filosofía, ética, espiritualidad y ecología.

Traducción de MªJosé Gavito Milano