Somos Tierra que piensa, siente, ama y cuida

Leonardo Boff*

Hoy 22 de abril se celebra el día de la Tierra. Ella se ha transformado en la actualidad en el grande y oscuro objeto de la preocupación humana. Nos damos cuenta de que podemos ser destruidos. No por algún meteoro rasante, ni por algún cataclismo natural de proporciones fantásticas, sino por causa de la irresponsable actividad humana, especialmente por el modo de producción capitalista dominante. Se han construido tres máquinas de muerte que pueden destruir la biosfera: el peligro nuclear, la sistemática agresión a los ecosistemas y el cambio climático. Debido a esta triple alarma, hemos despertado de un torpor ancestral. Somos responsables de la vida o de la muerte de nuestro planeta vivo. Depende de nosotros el futuro común, el nuestro y el de nuestra querida casa común: la Tierra que amamos entrañablemente.

Como medio de salvación de la Tierra se invoca la ecología. No solo en su sentido manifiesto y técnico como administración de los recursos naturales, sino como una visión del mundo alternativa, como un nuevo paradigma de relación respetuosa y sinérgica con la Tierra, considerada como un superorganismo vivo (Gaia) que se autorregula.

         Cada vez nos damos más cuenta de que la ecologia se ha transformado en el contexto general de todos los problemas, de la educación, del proceso industrial, de la urbanización, del derecho y de la reflexión filosófica y religiosa. A partir de la ecología se está elaborando e imponiendo un nuevo estado de conciencia en la humanidad que se caracteriza por más benevolencia, más compasión, más sensibilidad, más ternura, más solidaridad, más cooperación, más responsabilidad hacia la Tierra y su preservación.

         La Tierra puede y debe ser salvada. Y será salvada. Ella ya pasó por más de l5 grandes devastaciones y siempre sobrevivió y salvaguardó el principio de la vida. También va a superar los impasses actuales. Pero con una condición: que cambiemos de rumbo, que de amos y señores pasemos a ser hermanos y hermanas entre nosotros y con todas las criaturas. Esta nueva óptica implica una nueva ética de responsabilidad compartida, de cuidado y de sinergia para con la Tierra.

El ser humano, en las distintas culturas y fases históricas, ha revelado esta intuición segura: pertenecemos a la Tierra; somos hijos e hijas de la Tierra; somos Tierra, pues, como se dice en el Génesis, venimos del polvo de la Tierra (Gn 2,7). Por eso hombre viene de humus. Venimos de la Tierra y volveremos a la Tierra. La Tierra no está ante de nosotros como algo distinto de nosotros mismos. Tenemos la Tierra dentro de nosotros. Somos la propia Tierra que en su evolución llegó al momento de autorrealización y de autoconciencia.

         Inicialmente no hay, pues, distancia entre nosotros y la Tierra. Formamos una misma realidad compleja, diversa y única.

         Fue lo que testimoniaron varios astronautas, los primeros en contemplar la Tierra desde fuera de la Tierra. Lo dijeron enfáticamente: desde aquí, desde la Luna o a bordo de nuestras naves espaciales no notamos diferencia entre Tierra y humanidad, entre negros y blancos, demócratas o socialistas, ricos y pobres. Humanidad y Tierra formamos una única entidad espléndida, reluciente, frágil y llena de vigor. Esa percepción es radicalmente verdadera.

         Dicho en términos de la cosmología moderna: estamos formados con las mismas energías, con los mismos elementos físico-químicos dentro de la misma red de conexiones de todo con todo que actúan desde hace 13.700 millones de años, desde que el universo, dentro de una incomensurable inestabilidad (big bang = inflación y explosión), emergió en la forma que existe hoy. Conociendo un poco esta historia del universo y de la Tierra estamos conociéndonos a nosotros mismos y nuestra ancestralidad.

         Cinco grandes actos, nos enseñan los cosmólogos, estructuran el teatro universal del cual somos coactores.

         El primero es el cósmico: irrumpieron las energías y elementos primordiales que subyacen al universo. Comenzó un proceso de expansión y a medida en que se expandía, se autocreaba y se diversificaba. Nosotros estábamos allí en las virtualidades contenidas en ese proceso.

         El segundo es el químico: en el seno de las grandes estrellas rojas (los primeros cuerpos que se densificaron y se formaron hace por lo menos 5 mil millones de años) se formaron todos los elementos pesados que constituyen hoy cada uno de los seres, como el oxígeno, el carbono, el silicio, el nitrógeno etc. Con la explosión de estas grandes estrellas (se volvieron supernovas) tales elementos se esparcieron por todo el espacio, constituyeron las galaxias, las estrellas, los planetas, la Tierra y los satélites de la fase actual del universo. Aquellos elementos químicos circulan por todo nuestro cuerpo, sangre y cerebro.

          El tercer acto es el biológico: de la materia que se complejiza y se enrolla sobre sí misma en un proceso llamado de autopoiesis (autocreación y autoorganización) irrumpió hace 3.800 millones de años la vida en todas sus formas; atravesó gravísimas destrucciones pero siempre subsistió y llegó hasta nosotros en su inconmensurable diversidad.

         El cuarto es el humano, subcapítulo de la historia de la vida. El principio de complejidad y de autocreación encuentra en los seres humanos inmensas posibilidades de expansión. La vida humana surgió y floreció en África hace unos 8-10 millones de años. A partir de ahí, se difundió por todos los continentes hasta conquistar los confines más remotos de la Tierra. El humano mostró una gran flexibilidad; se adaptó a todos los ecosistemas, desde los más gélidos de los polos a los más tórridos de los trópicos, en el suelo, en el sub-suelo, en el aire y fuera de nuestro Planeta, en las naves espaciales y en la Luna.

Finalmente, el quinto acto es el planetario: la humanidad que estaba dispersa, está volviendo a la Casa Común, al planeta Tierra. Se descubre como humanidad, con el mismo origen y el mismo destino de todos los demás seres. Se siente como la mente consciente de la Tierra, un sujeto colectivo, más allá de las culturas singulares y de los estados-naciones. A través de los medios de comunicación globales, de la interdependencia de todos con todos, se está inaugurando una nueva fase de su evolución, la fase planetaria. A partir de ahora la historia será la historia de la especie homo, de la humanidad unificada e interconectada con todo y con todos.

         Sólo podemos entender al ser humano-Tierra si lo conectamos con todo ese proceso universal; en él los elementos materiales y las energías sutiles conspiraron para que él lentamente fuera gestado y, finalmente, pudiese nacer.      

¿Pero qué significa concretamente, más allá de nuestra ancestralidad, nuestra dimensión-Tierra?

Significa, en primer lugar, que somos parte y parcela de la Tierra. Somos producto de su actividad evolutiva. Tenemos en el cuerpo, en la sangre, en el corazón, en la mente y en el espíritu elementos-Tierra. De esta constatación resulta la consciencia de profunda unidad e identificación con la Tierra y con su inmensa diversidad. No podemos caer en la ilusión racionalista y objetivista de situarnos delante de la Tierra como delante de un objeto extraño o como sus amos y señores. En un primer momento hay una relación sin distancia, sin vis-a-vis, sin separación. Somos uno con ella.        

         En un segundo momento, podemos pensar la Tierra, distanciarnos de ella para verla mejor e intervenir en ella. Y entonces sí, nos distinguimos de ella para poder estudiarla y poder actuar en ella más acertadamente. Ese distanciamento no rompe nuestro cordón umbilical con ella. Por tanto, este segundo momento no invalida el primero.      

Haber olvidado nuestra unión con la Tierra fue el error del racionalismo en todas sus formas de expresión. Él generó la ruptura con la Madre-Tierra. Dio origen al antropocentrismo, en la ilusión de que, por el hecho de poder pensar la Tierra e intervenir en sus ciclos, podíamos colocarmos sobre ella para dominarla y para disponer de ella a nuestro antojo. Aquí reside la raiz de la actual crisis ecológica.

         Por sentirnos hijos e hijas de la Tierra, porque somos la propia Tierra pensante y amante, la vivimos como Madre. Ella es un principio generativo. Representa lo Femenino que concibe, gesta, y da a luz. Emerge así el arquetipo de la Tierra como Gran Madre, Pachamama, Tonantzin, Nana y Gaia. De la misma forma que genera todo y reproduce la vida, ella también acoge todo y lo recoge en su seno. Al morir, volvemos a la Madre Tierra. Regresamos a su útero generoso y fecundo. 

         Sentir que somos Tierra nos hace tener los pies en el suelo. Hace que percibamos todo de la Tierra, su frío y su calor, su fuerza que amenaza así como su belleza que encanta. Sentir la lluvia en la piel, la brisa que refresca, el huracán que avasalla. Sentir la respiración que entra en nosotros, los olores que nos embriagan o nos molestan. Sentir la Tierra es sentir sus nichos ecológicos, captar el espíritu de cada lugar (spiritus loci). Ser Tierra es sentirse habitante de cierta porción de tierra. Habitando, nos hacemos en cierta manera limitados a un lugar, a una geografía, a un tipo de clima, de régimen de lluvias y vientos, a una manera de vivir, de trabajar y de hacer historia. Configura nuestro enraizamiento.

Pero también significa nuestra base firme, nuestro punto de contemplación del Todo, nuestra plataforma para poder alzar el vuelo más allá de este paisaje y de este pedazo de Tierra, rumbo al Todo infinito.

         Por último, sentirse Tierra es percibirse dentro de una comunidad compleja junto con otros hijos e hijas de la Tierra. La Tierra no produce solo seres humanos. Produce una miríada de micro-organismos que componen el 90% de toda la red de la vida, los insectos que constituyen la biomasa más importante de la biodiversidad. Produce las aguas, la capa verde con la infinita diversidad de plantas, flores y frutos. Produce la diversidad incontable de seres vivos, animales, pájaros y peces, nuestros compañeros dentro de la unidad sagrada de la vida porque en todos están presentes los veinte aminoácidos y las cuatro bases nitrogenadas que entran en la composición de cada vida. Produce para todos las condiciones de subsistencia, de evolución y de alimentación, en el suelo, en el subsuelo y en el aire. Sentirse Tierra es sumergirse en la comunidad terrenal, en el mundo de los hermanos y de las hermanas, todos hijos e hijas de la grande y generosa Madre Tierra, nuestro Hogar común.

         Estos son los sentimientos de pertenencia que alimentamos en este día de la Madre Tierra.

*Leonardo Boff ha escrito El principio Tierra. La vuelta a la Tierra como matria y patria común, Vozes 1995: Opción Tierra. Record, RJ 2009/ Trotta 2010.

Somos Terra que pensa, sente, ama e cuida

Leonardo Boff                                      

         Hoje 22/4 celebra-se o dia da Terra. Ela se transformou atualmente no grande e obscuro objeto da preocupação humana. Damo-nos conta de que podemos ser destruidos. Não por alguma meteoro rasante, nem por algum cataclismo natural de proporções fantásticas. Mas por causa da irresponsável atividade humana especialmente pelo modo de produção capitalista dominante. Três máquinas de morte foram construidas e podem destruir a biosfera: o perigo nuclear, a sistemática agressão aos ecosistemas e a mudança climática.  Em razão deste triplo alarme, despertamos de um ancestral torpor. Somos responsáveis pela vida ou pela morte de nosso planeta vivo. Depende de nós o futuro comum, nosso e de nossa querida casa comum: a Terra que amamos entranhadamente.

Como meio de salvação da Terra é invocada a ecologia. Não apenas no seu sentido palmar e técnico como gerenciamento do recursos naturais, mas como uma visão do mundo alternativa, como um novo paradigma de relacionamento respeitoso e sinergético para com a Terra, tida como um super organismo vivo (Gaia) que se autorregula.

         Mais e mais entendemos que a ecologia se transformou no contexto geral de todos os problemas, da educação, do processo industrial, da urbanização, do direito e da reflexão filosófica e religiosa. A partir da ecologia se está elaborando e impondo um novo estado de consciência na humanidade que se caracteriza por mais benevolência, mais compaixão, mais sensibilidade, mais enternecimento, mais solidariedade,mais cooperação, mais responsabilidade para com a Terra e com  sua preservação.

         A Terra pode e deve ser salva. E será salva. Ela já passou por mais de l5 grandes devastações. E sempre sobreviveu e salvaguardou o princípio da vida. E irá superar também os atuais impasses. Entretanto sob uma condição: de mudarmos de rumo, de senhores e donos para irmãos e irmãs entre nós e com todas as criaturas. Essa nova de ótica implica numa nova ética de responsabilidade partilhada, de cuidado e de sinergia para com a Terra.

O ser humano, nas várias culturas e fases históricas, revelou essa intuição segura: pertencemos à Terra; somos filhos e filhas da Terra;  somos Terra, pois, como se diz no Gênesis, viemos do pó da Terra (Gn 2,7). Daí que homem vem de húmus. Viemos da Terra e voltaremos à Terra. A Terra não está à nossa frente como algo distinto de nós mesmos. Temos a Terra dentro de nós. Somos a própria Terra que na sua evolução chegou ao momento de autorrealização e de auto-consciência.

         Inicialmente não há, pois, distância entre nós e a Terra. Formamos uma mesma realidade complexa, diversa e única.

         Foi o  que testemunharam os vários astronautas, os primeiros a contemplar a Terra de fora da Terra. Disseram-no enfaticamente: daqui da Lua ou a bordo de nossas naves espaciais não notamos diferença entre Terra e humanidade, entre negros e brancos, democratas ou socialistas, ricos e pobres. Humanidade e Terra formamos uma única entidade esplêndida, reluzente, frágil e cheia de vigor. Essa percepção é radicalmente verdadeira.

         Dito em termos da moderna cosmologia: somos formados com as mesmas energias, com os mesmos elementos físico-químicos dentro da mesma rede de conexões de tudo com tudo que atuam há 13,7 bilhões de anos, desde que  o universo, dentro de uma incomensurável instabilidade (big bang= inflação e explosão), emergiu na forma que hoje existe. Conhecendo um pouco esta história do universo e da Terra estamos conhecendo a nós mesmos e a nossa ancestralidade.

         Cinco grandes atos, nos ensinam os cosmólogos, estruturam o teatro universal do qual nós somos coautores.

         O primeiro é o cósmico; irromperam as energias e elementos primordiais que subjazem ao universo.Começou o em processo de expansão; e na medida em que se expandia, se autocriava e se diversificava. Nós estávamos lá nas virtualidades contidas nesse processo.

         O segundo é o químico: no seio das grandes estrelas vermelhas (os primeiros corpos que se densificaram e  se formam  há pelo menos 5 bilhões de anos) formaram-se todos os elementos pesados  que hoje constituem cada um dos seres, como o oxigênio, o carbono, o silício, o nitrogênio etc. Com a explosão destas grandes estrelas (viraram super novas) tais elementos se espalharam por todo o espaço; constituiram as galáxias, as estrelas, os planetas, a Terra e os satélites da atual fase do universo. Aqueles elementos químicos circulam por todo o nosso corpo, sangue e cérebro.

          O terceiro ato é o biológico: da matéria que se complexifica e se enrola sobre si mesma, num processo chamado de autopoiese (auto-criação e auto-organização), irrompeu, há 3,8 bilhões de anos, a vida em todas as suas formas; atravessou gravíssimas dizimações mas sempre subsistiu e veio até nós em sua incomensurável diversidade..

         O quarto é o humano, subcapítulo da história da vida. O princípio de complexidade e de auto-criação  encontra nos seres humanos imensas possibilidades de expansão. A vida humana surgiu e floresceu na África cerca de 8-10 milhões de anos atrás.A partir dai, difundiu-se por todos os continentes até conquistar os confins mais remotos da Terra. O humano mostrou grande flexibilidade; adaptou-se a todos os ecosistemas, aos mais gélidos dos pólos aos mais tórridos dos trópicos, no solo, no sub-solo, no ar e fora de nosso Planeta, nas naves espaciais e na Lua.

Por fim, o quinto ato, é o planetário: a humanidade que estava dispersa, está voltando à Casa Comum, ao planeta Terra. Descobre-se como humanidade, com a mesma origem e o mesmo destino de todos os demais seres. Sente-se como a mente consciente da Terra, um sujeito coletivo, para além das culturas singulares e dos estados-nações. Através dos meios de comunicação globais, da interdependência de todos com todos, se está inaugurando uma nova fase de sua evolução, a fase planetária. A partir de  agora a história será a história da espécie homo, da humanidade unificada e interconectada com tudo e com todos.

         Só podemos entender o ser humano-Terra se o conectarmos com todo esse processo universal; nele os elementos materiais e as energias sutis conspiraram para que ele lentamente fosse sendo gestado e, finalmente, pudesse nascer. 

Mas que significa concretamente, além de nossa ancestralidade, a nossa dimensão-Terra? 

Significa, primeiramente, que somos parte e parcela da Terra. Somos produto de sua atividade evolucionária. Temos no corpo, no sangue, no coração, na mente e no espírito elementos-Terra. Dessa constatação resulta a consciência de profunda unidade e identificação com a Terra e com sua imensa diversidade. Não podemos cair na ilusão racionalista e objetivista de que nos situamos diante da Terra como diante de um objeto estranho ou como seus senhores e donos. Num primeiro momento vigora  uma relação sem distância, sem vis-a-vis, sem separação. Somos um com ela.  

         Num segundo momento, podemos pensar a Terra, distanciarmo-nos dela para vê-la melhoor e intervir nela. E então, sim, nos distinguimos dela para  podermos estudá-la e poder atuar nela mais acertadamente. Esse distanciamento não rompe nosso cordão umbilical com ela. Portanto, esse segundo momento não invalida o primeiro.       

Ter esquecido nossa união com a Terra foi o equívoco  do racionalismo em todas as suas formas de expressão. Ele gerou a ruptura com a Mãe-Terra. Deu origem ao antropocentrismo, na ilusão de que, pelo fato de pensarmos a Terra e podermos intervir em seus ciclos, podermos  nos colocar sobre ela para dominá-la e para   dispôr dela a nosso bel prazer. Aqui reside a raiz da atual crise ecológica.

Por sentirmo-nos filhos e filhas da Terra, por sermos a própria Terra pensante e amante, vivemo-la como Mãe. Ela é um princípio generativo. Representa o Feminino  que concebe, gesta, e dá a luz. Emerge assim o arquétipo da Terra como Grande Mãe, Pacha Mama, Tonantzin,Nana e Gaia. Da mesma forma que  tudo gera e reproduz a vida, ela também tudo acolhe e tudo  recolhe  em seu seio. Ao morrer, voltamos à Mãe Terra. Regressamos ao seu útero generoso e fecundo. 

         Sentir que somos Terra nos faz ter os pés no chão. Faz-nos perceber tudo da Terra, seu frio e calor, sua força que  ameaça bem  como sua beleza que encanta. Sentir a chuva na pele, a brisa que refresca, o tufão que avassala. Sentir a respiração que nos entra, os odores que nos embriagam ou nos enfastiam. Sentir a Terra é sentir seus nichos ecológicos, captar o espírito de cada lugar(spiritus loci).  Ser Terra é sentir-se habitante de certa porção de terra. Habitando, nos fazemos  de certa maneira limitados a um lugar, a uma geografia, a um tipo de clima, de regime de chuvas e ventos, de uma maneira de morar e de trabalhar e de fazer história. Configura o nosso enraizamento.

Mas também significa nossa base firme, nosso ponto de contemplação do Todo, nossa plataforma para poder alçar vôo para além desta paisagem e deste pedaço de Terra, rumo ao Todo infinito.

         Por fim, sentir-se Terra é perceber-se dentro de uma complexa comunidade  de outros filhos e filhas da Terra. A Terra não produz apenas a nós seres humanos. Produz a miríade de micro-organismos que compõem 90% de toda a rede da vida, os insetos que constituem a biomassa mais importante da biodiversidade. Produz as águas, a capa verde com a infinita diversidade de plantas, flores e frutos. Produz a diversidade incontável de seres vivos, animais, pássaros e peixes, nossos companheiros dentro da unidade sagrada da vida porque em todos estão presentes os vinte aminoácidos e as quatro bases nitrogenadas que entram na composição de cada vida. Para todos produz as condições de subsistência, de evolução e de alimentação, no solo, no sub-solo e no ar. Sentir-se Terra é mergulhar na comunidade terrenal, no mundo dos irmãos e das irmãs, todos filhos e filhas da grande e generosa Mãe Terra, nosso Lar comum.

         São estes sentimentos de pertença que nutrimos neste dia da Mãe Terra.

Leonardo Boff escreveu O princípio Terra.A volta à Terra como mátria e pátria comum, Vozes 1995:Opção Terra. Record,RJ 2009.

Il silenzio di Dio e la morte degli innocenti: Dio, perché taci?

       Leonardo Boff

Viviamo a livello globale in un mondo tragico, pieno di incertezze, di minacce e di domande per le quali non abbiamo risposte che ci soddisfano. Nessuno può dirci dove stiamo andando: verso il prolungamento dell’attuale modo di abitare la Terra, devastandola in nome di un maggiore arricchimento di pochi. O cambieremo di direzione?

Nel primo caso, la Terra sicuramente non riuscirà a reggere la voracità della società dei consumi (già ora abbiamo bisogno di una Terra e mezza per far fronte agli attuali livelli di consumo dei paesi ricchi) e ci troveremo di fronte a una crisi dopo l’altra, come il Corona-virus e il riscaldamento globale già inarrestabile (ogni anno rilasciamo nell’atmosfera 40 miliardi di tonnellate di gas serra). Potremmo non avere alcuna via d’uscita e andremo incontro al peggio.

Oppure, costretti dalla situazione, recupereremo la ragione sensibile e sensata, in quanto è ormai impazzita, definiremo una nuova direzione più amichevole verso la natura e la Terra, più giusto e partecipativo verso tutti gli esseri umani. Lavoreremo a partire dal territorio, disegnato dalla natura, perché questo possa essere sostenibile e creare una vera partecipazione di tutti. Allora inizierà un nuovo tipo di storia con un futuro per il sistema-vita e per il sistema-Terra.

Avremo tempo, coraggio e saggezza per questa conversione ecologica? L’essere umano è flessibile, è cambiato molto e si è adattato a climi diversi. Inoltre la storia non è lineare. All’improvviso appare l’inaspettato e l’impensabile (un salto verso l’alto nella nostra coscienza) che inaugurerebbe una nuova direzione per la storia.

Nell’attesa soffriamo per i mali che si stanno verificando sulla Terra: sono 17 i luoghi di guerra. Papa Francesco ha detto molte volte che siamo già nella terza guerra mondiale a pezzi. Non è impossibile che possa scoppiare un conflitto nucleare planetario e portare alla perdita dell’intera umanità.

In questo contesto, ci mettiamo nei panni di Giobbe e gridiamo a Dio in mezzo a tante morti di innocenti, di genocidi e di guerre altamente letali.

“Dio, dov’eri in quei momenti terrificanti in cui la furia genocida di Netanyahu decimò 13 mila bambini innocenti e più di 34 mila persone e madri nella Striscia di Gaza? Perché non sei intervenuto se potevi farlo? Più di 500 mila case, ospedali, scuole, università, moschee e chiese sono state rase al suolo. Perché non hai fermato quell’abbraccio omicida? Il tuo Figlio prediletto Gesù, ha saziato circa 5mila persone affamate. Perché permetti che centinaia e centinaia di persone muoiano di sete e di fame?

Dov’è la tua pietà? Non sono anche queste vittime tuoi figli e figlie, soprattutto cari, perché rappresentano tuo Figlio crocifisso”.

Ricordo con dolore le parole di Papa Benedetto XVI quando visitò il campo di sterminio ebraico di Auschwitz-Birkenau:

Quante domande sorgono in questo luogo. Dovera Dio in quei giorni? Perché Egli è rimasto in silenzio? Come ha potuto tollerare questo eccesso di distruzione, questo trionfo del male?

Giobbe aveva ragione nel riconoscere che “Dio è così grande, che non lo comprendiamo” (Giobbe 36,26). Egli può essere e fare ciò che non capiamo, perché siamo limitati. Eppure Giobbe professa ostinatamente la sua fede, dicendo a Dio che, se anche lo avesse ucciso, avrebbe creduto ancora in lui (Giobbe 13,15). Indimenticabile è la testimonianza dell’ebreo prima di essere sterminato nel Ghetto di Varsavia nel 1943. Lasciò scritto su un pezzo di carta posto dentro una bottiglia: “Credo nel Dio d’Israele, anche se Egli ha fatto di tutto per non farmi credere in Lui. Ha nascosto il suo voltoSe, un giorno, qualcuno troverà questo foglietto e lo leggerà, capirà, forse, il sentimento di un ebreo che è morto abbandonato da Dio, il Dio in cui continuo a credere fermamente. .

Non pretendiamo di essere giudici di Dio. Ma possiamo amare il Figlio dell’Uomo nell’Orto degli Ulivi e sulla cima della croce. Gesù, quasi disperato, gridò: «Dio mio, Dio mio, perché mi hai abbandonato?” (Mc 15,34).

I nostri lamenti non sono bestemmie, ma un grido doloroso e insistente a Dio: “Sveglia! Non tollerare più la sofferenza, la disperazione e il genocidio di innocenti. Sveglia, vieni a liberare coloro che hai creato nell’amore. Sveglia e vieni, Signore, per salvarli.

In mezzo a questa malinconia, la nostra speranza prevale, perché attraverso la risurrezione del nostro fratello Gesù di Nazaret, si è anticipata la nostra buona fine. Questo è ciò che ci dà un senso e ci impedisce di disperare di fronte alla drammatica situazione dell’umanità e della Terra.

Leonardo Boff ha scritto Paixão de Cristo-paixão do mundo, Vozes 2012.

(tradotto dal portoghese da Gianni Alioti)

Causas da crise sistêmica:erosão da ética e asfixia da espiritualidade

Leonardo Boff

Seguramente vigora um complexo de causas que sub-jazem à atual crise sistêmica.Ela tomou todo o planeta e nos colocou numa encruzilhada: ou seguimos o caminho inaugurado pela modernidade a partir do século 17/18 com o advento do espírito científico que modificou a face da Terra e trouxe-nos incontáveis benefícios para a vida. Mas ao mesmo tempo deu-se a si mesma os meios de sua autodestruição.Vamos mais longe: a forma como decidimos habitar o planeta e organizar nossas sociedades com custos altíssimos para os ecossistemas e para as relações sociais,brutalmente desiguais, nos fizeram tocar nos limites da Terra. A seguir esse caminho,um abismo aterrador se apresenta à nossa frente. A Terra viva pode não nos querer mais sobre sua superfície por sermos demasiadamente violentos e destrutivos. Podemos sucumbir pelo antropoceno,pelo necroceno,pelo virusceno e por fim pelo piroceno, ocasionados por nós mesmo e também pela reação da própria Terra viva,ferida e vitalmente enfraquecida, que desta forma reage.

Ou então,num momento de aguda consciência face ao possível desaparecimento da espécie, o ser humano dê um salto quântico em seu nível de consciência, cai em si, dá-se conta de que pode realmente chegar ao fim de sua aventura planetária e mudar, forçosamente  e definir um novo rumo.

Certamente não se fará sem uma fenomenal crise que pode levar porções significativas da humanidade, começando pelos mais vulneráveis mas não poupando nem os mais apetrechados.Assim ocorreu em tempos pré-históricos do planeta, nos quais até 70% da carga biótica desapareceu definitivamente.

Qual será o rumo? Estimo que nem sábios, nem cientistas nem mestres espirituais saibam apontar a direção. A humanidade, agora unida pelo medo e pelo pavor,mais do que pelo amor ao futuro, perceberá que poderá ter chegado ao fim do caminho andado. Olhará ao redor e descobrirá uma senda a ser percorrida e construída pelo andar de todos. “Caminante,no hay camino, se hace camino al andar”nos ensinou um poeta desesperado espanhol, fugido da perseguição franquista.De dentro de nossa essência humana teremos que tirar as inspirações e sonhos que nos consolidam o novo caminho.Vale a frase de Einstein: a ideia que criou a crise atual não pode ser a mesma que nos vai sair dela. Temos que sonhar, criar,projetar utopias viáveis e abrir caminhos novos. As ciências da vida nos confirmaram que somos seres de amor, de solidariedade, de cuidado, apesar de uma sombra sempre nos acompanhar e que devemos colocá-la sob vigilância.

Mas antes nos interroguemos: por que chegamos a este ponto crítico global? Aqui mais que um saber científico socorre-nos um pensamento filosofante.

Entre outras causas, considero duas fundamentais: a erosão da ética e a asfixia da espiritualidade.

Recuperemos o sentido clássico de Ethos dos gregos pois nos iluminam ainda hoje. Ethos escrito em maísculo significa a casa humana. Vale dizer, separamos uma parte da natureza, a trabalhamos de forma a ser o espaço de viver bem. A outra forma é o ethos em minúsculo que são as formas como organizamos a casa para que nos sintamos bem nela e possamos dar hospitalidade a quem nos visitar: enfeitar a sala, colocar corretamente as mesas, cuidar da cozinha, alimentar o fogo sempre aceso, manter a dispensa abastecida e os quartos decentemente arrumados.São as virtudes éticas que dão concreção ao Ethos. Mas não só, pertence ao Ethos zelar pelo entorno da casa, do jardim,de estátuas de divindades. Só assim o Ethos (viver bem) ganha forma concreta (ethos).

Hoje o Ethos é a Casa Comum, o planeta Terra. Por séculos alimentou a humanidade. Mas com o advento da ciência e da técnica temos explorados de forma ilimitada e irresponsável seus bens e serviços de forma que hoje ultrapassamos sua capacidade suporte (The Earth Overshoot), a assim chamada Sobrecarga da Terra. Ele é finita e não suporta o projeto da modernidade de um crescimento infinito. O Ethos (viver bem na casa) e o ethos, as formas de organizá-la desestruturou tudo o que é importante para viver bem: poluimos as águas, sobrecarregamos os alimentos com agrotóxicos,envenenamos os solos, contaminamos dos ares a ponto de afetar o sistema da vida natural e da vida humana. Assistimos a erosão geral do Ethos, do ethos e da ética. A Casa Comum deixa de ser comum, e é apropriada por elites que detém terras, poder, dinheiro e a condução da política do mundo. Elas se transformaram no Satã da Terra.

Tão grave quanto à erosão do Ethos, do ethos e da ética em geral é a asfixia da espiritualidade humana. Deixemos claro: espiritualidade não é sinônimo de religiosidade, embora a religiosidade pode potenciar a espiritualidade. A espiritualidade nasce de outra fonte: do profundo do ser humano. A espiritualidade é parte essencial do ser humano, como a corporalidade, a psiqué, a inteligência, a vontade e a afetividade.

Neurolinguístas, os novos biólogos e eminentes cosmólogos como Brian Swimm, Bohm e outros reconhecem que a espiritualidade é da essência humana. Somos naturalmente seres espirituais, mesmo não sendo explicitamente religiosos. Essa porção espiritual em nós se revela pela capacidade de solidariedade, de cooperação, de compaixão, de comunhão e de uma total abertura ao outro, à natureza, ao universo,  numa palavra ao Infinito. A espiritualidade faz o ser humano intuir que por detrás de todas as coisas há uma Energia poderosa e amorosa que tudo sustenta e a mantém aberta a novas formas no processo da evolução. Alguns neurólogos identificaram um fenômeno excepcional. Sempre que se abordam existencialmente o Sagrado, a experiência de pertença a um Todo maior verifica-se numa parte do cérebro forte aceleração dos neurônios. Eles, não os teólogos, o chamaram de “ponto Deus no cérebro”. Como temos órgãos exteriores pelos quais captamos a realidade circundante, temos um órgão interior que é nossa vantagem evolutiva, de perceber Aquele Ser que faz ser todos os seres, aquela Energia misteriosa que penetra todos os seres e os vivifica.

Essa dimensão espiritual de nossa natureza foi sufocada por nossa cultura que venera mais o dinheiro que a natureza, o consumo individual que a repartição, que é mais competitiva que cooperativa, prefere o uso da violência do que o diálogo para resolver conflitos e criou a guerra nuclear e biológica como dissuasão, ameaça e eventual utilização, o que significaria o fim do sistema-vida e do sistema-humano. A violência e as guerras implicam a asfixia da espiritualidade, intrínseca à nossa essência.

Atualmente a eclipse da ética e a negação da espiritualidade humana poderão levar-nos a situações dramática, não excluindo tragicamente a extinção da espécie homo  depois de alguns milhões de anos, amados, nutridos pela Magna Mater que não soubemos retribuir-lhe cuidado, reverência e amor.

Nem por isso desesperamos. O universo guarda surpresas e o ser humano é um projeto infinito, capaz de criar soluções para erros que ele mesmo cometeu.

Leonardo Boff, escreveu com Mark Hathaway, O Tao da Libertação: uma ecologia da transformação, em várias linguas, Vozes 2010 que mereceu a medalha de ouro nos USA em ciência e nova cosmologia.