Llegó la factura: la tragedia climática en Río Grande del Sur-Brasil

Leonardo Boff*

Interrumpo mi reflexión sobre los vectores de la crisis sistémica actual y las eventuales salidas de la crisis, debido a la tragedia ambiental ocurrida en Río Grande del Sur. Las intensas lluvias y las catastróficas inundaciones, con las aguas invadiendo ciudades  enteras, destruyéndolas en parte, desplazando a centenares de familias, causando miles de desplazados o de desaparecidos y muertos, nos hacen pensar.

Ante todo nuestra profunda solidaridad con las poblaciones alcanzadas por esta calamidad de proporciones bíblicas. Les expresamos nuestra com-pasión, pues como enseñaba Santo Tomás en la Suma Teológica “la compasión en sí es la virtud mayor. Pues hace parte de la compasión derramarse sobre los otros – y lo que es aún más– ayudar en la flaqueza y el dolor de los otros”. Todo el país se movilizó. El pueblo brasilero mostró lo mejor de sí, su capacidad de solidaridad y disposición de ayuda, a pesar de los malvados que explotan la desgracia para fines particulares y mediante mentiras y calumnias.

Sería erróneo pensar que solo se trata de una catástrofe natural, dado que cada cierto tiempo ocurren fenómenos semejantes. Esta vez la naturaleza de la tragedia tiene otro origen. Tiene que ver con la nueva fase en la que ha entrado el planeta Tierra: el establecimiento de una nueva etapa, caracterizada por el aumento del calentamiento global. Todo esto es de origen antropogénico, es decir, producido por los seres humanos y más específicamente por el capitalismo anglo-sajón, devastador de los equilibrios naturales.

Hay negacionistas en todas las esferas, especialmente entre los CEOS de las grandes empresas y en aquellos que se sienten bien en una posición de privilegio, asentados sobre una situación de confort. Pero la avalancha de trastornos en los climas, la irrupción de eventos extremos, las oleadas de calor intenso y de sequías severas, los grandes incendios, los tornados y la inundaciones pavorosas constituyen fenómenos innegables. Está tocando la piel de los más resistentes. Ellos también han comenzado a pensar.

Considerando la historia del planeta, que existe ya desde hace más de 4 mil millones de años, constatamos que el calentamiento global participa de la evolución y del dinamismo del universo; este está siempre en movimiento y adaptándose a las circunvoluciones energéticas que vienen sucediendo a lo largo del proceso cosmogénico. Así el planeta Tierra conoció muchas fases, algunas de frío extremo, otras de extremo calor como hace 14 millones de años. En esta época de calor extremo todavía no existía el ser humano que solamente irrumpió en África hace 7-8 millones de años y el homo sapiens actual hace solo 200 mil años.

El propio ser humano pasó por varias etapas en su diálogo con la naturaleza: inicialmente predominaba una interacción pacífica con ella; luego pasó a una intervención activa en sus ritmos, desviando cursos de ríos para la irrigación, cortando territorios para carreteras; después pasó a una verdadera agresión a la naturaleza, precisamente a partir del proceso industrialista que se aprovechó de los recursos naturales para la riqueza de algunos a costa de la pobreza de las grandes mayorías; esta agresión ha conducido, mediante tecnologías eficientes, a una verdadera destrucción de la naturaleza, al devastar ecosistemas enteros por la deforestación, en función de la producción de commodities, por el mal uso del suelo impregnándolo de agrotóxicos, contaminando las aguas y los aires. Estamos en plena fase de destrucción de las bases naturales que sustentan nuestra vida. Digamos el nombre: es el modo de producción/devastación del sistema capitalista anglosajón hoy globalizado, con sus mantras: maximización del lucro a través de la superexplotación de los bienes y servicios naturales, en el marco de una feroz competición sin el más mínimo atisbo de colaboración.

Este proceso ha tenido un gran coste, que ni siquiera ha sido tenido en cuenta por los operadores de este sistema. Los daños naturales y sociales han sido considerados como efectos colaterales que no entraban en la contabilidad de las empresas. Al estado y no a ellos cabía enfrentar tales tasas de iniquidad.

La Tierra viva empezó a reaccionar enviando virus, bacterias, todo tipo de enfermedades, huracanes, fuertes tempestades y finalmente un aumento de su temperatura natural, que ha entrado en ebullición. Hemos iniciamos un camino sin vuelta. Son los gases de efecto invernadero: el CO2, el metano (28 veces más dañino que el CO2), el óxido nitroso y el azufre, entre otros. Sólo en 2023 fueron lanzados a la atmósfera 40,8 millones de toneladas de dióxido de carbono, según consta en el informe de la COP 28, realizada en el Cairo.

Veamos los niveles de crecimiento de ese gas: en 1950 las emisiones eran de 6 mil millones de toneladas; en 2000 ya eran 25 mil millones; en 2015 subieron a 35.600 millones; en 2022 fueron 37.500 millones y finalmente en 2023, como referimos, fueron 40.900 millones de toneladas anuales. Ese volumen de gases funciona como una estufa, impidiendo que los rayos del sol retornen al universo, creando una capa caliente que ocasiona el calentamiento de todo el planeta. Hay que añadir que el dióxido de carbono, CO2, permanece en la atmósfera cerca de 100 a 110 años.

¿Cómo puede la Tierra digerir semejante contaminación? El acuerdo de París en la COP de 2015 establecía cotas de reducción de esos gases con la creación de energías alternativas (eólica, solar, de las mareas). Nada sustancial se ha hecho. Ahora ha llegado la factura a ser pagada por toda la humanidad: un calentamiento irreversible que volverá inhabitables algunas regiones del planeta en África, en Asia y también entre nosotros.

Lo que estamos presenciando en Río Grande del Sur es solo el comienzo de un proceso que, al mantenerse el tipo actual de civilización dilapidadora de la naturaleza, tiende a empeorar. Los propios climatólogos alertan: la ciencia y la técnica han despertado demasiado tarde ante este cambio climático. Ahora no podrán evitarlo, solo advertir la llegada de eventos extremos y mitigar sus efectos dañinos.

Tierra y Humanidad deberán adaptarse a este cambio climático. Los mayores y los niños así como muchos organismos vivos tendrán dificultad para hacerlo, van a sufrir mucho y tal vez morir. La Madre Tierra de aquí en adelante conocerá transformaciones nunca antes habidas. Algunas podrán destruir las vidas de miles de personas. Si no lo cuidamos, el planeta entero podrá volverse hostil a la vida de la naturaleza y a nuestra vida. Al final, podríamos hasta desaparecer. Sería el precio de nuestra irresponsabilidad, inhumanidad y descuido de la naturaleza que nos da todo para vivir. No hemos conseguido pagar la factura.

*Leonardo Boff ha escrito Cómo cuidar de la Casa Común: cómo aplazar el fin del mundo, Vozes 2024; El doloroso parto de la Madre Tierra, Vozes 2021; La búsqueda de la justa medida: cómo equilibrar el planeta Tierra, Vozes 2021.

Traducción de MªJosé Gavito Milano

Somos Tierra que piensa, siente, ama y cuida

Leonardo Boff*

Hoy 22 de abril se celebra el día de la Tierra. Ella se ha transformado en la actualidad en el grande y oscuro objeto de la preocupación humana. Nos damos cuenta de que podemos ser destruidos. No por algún meteoro rasante, ni por algún cataclismo natural de proporciones fantásticas, sino por causa de la irresponsable actividad humana, especialmente por el modo de producción capitalista dominante. Se han construido tres máquinas de muerte que pueden destruir la biosfera: el peligro nuclear, la sistemática agresión a los ecosistemas y el cambio climático. Debido a esta triple alarma, hemos despertado de un torpor ancestral. Somos responsables de la vida o de la muerte de nuestro planeta vivo. Depende de nosotros el futuro común, el nuestro y el de nuestra querida casa común: la Tierra que amamos entrañablemente.

Como medio de salvación de la Tierra se invoca la ecología. No solo en su sentido manifiesto y técnico como administración de los recursos naturales, sino como una visión del mundo alternativa, como un nuevo paradigma de relación respetuosa y sinérgica con la Tierra, considerada como un superorganismo vivo (Gaia) que se autorregula.

         Cada vez nos damos más cuenta de que la ecologia se ha transformado en el contexto general de todos los problemas, de la educación, del proceso industrial, de la urbanización, del derecho y de la reflexión filosófica y religiosa. A partir de la ecología se está elaborando e imponiendo un nuevo estado de conciencia en la humanidad que se caracteriza por más benevolencia, más compasión, más sensibilidad, más ternura, más solidaridad, más cooperación, más responsabilidad hacia la Tierra y su preservación.

         La Tierra puede y debe ser salvada. Y será salvada. Ella ya pasó por más de l5 grandes devastaciones y siempre sobrevivió y salvaguardó el principio de la vida. También va a superar los impasses actuales. Pero con una condición: que cambiemos de rumbo, que de amos y señores pasemos a ser hermanos y hermanas entre nosotros y con todas las criaturas. Esta nueva óptica implica una nueva ética de responsabilidad compartida, de cuidado y de sinergia para con la Tierra.

El ser humano, en las distintas culturas y fases históricas, ha revelado esta intuición segura: pertenecemos a la Tierra; somos hijos e hijas de la Tierra; somos Tierra, pues, como se dice en el Génesis, venimos del polvo de la Tierra (Gn 2,7). Por eso hombre viene de humus. Venimos de la Tierra y volveremos a la Tierra. La Tierra no está ante de nosotros como algo distinto de nosotros mismos. Tenemos la Tierra dentro de nosotros. Somos la propia Tierra que en su evolución llegó al momento de autorrealización y de autoconciencia.

         Inicialmente no hay, pues, distancia entre nosotros y la Tierra. Formamos una misma realidad compleja, diversa y única.

         Fue lo que testimoniaron varios astronautas, los primeros en contemplar la Tierra desde fuera de la Tierra. Lo dijeron enfáticamente: desde aquí, desde la Luna o a bordo de nuestras naves espaciales no notamos diferencia entre Tierra y humanidad, entre negros y blancos, demócratas o socialistas, ricos y pobres. Humanidad y Tierra formamos una única entidad espléndida, reluciente, frágil y llena de vigor. Esa percepción es radicalmente verdadera.

         Dicho en términos de la cosmología moderna: estamos formados con las mismas energías, con los mismos elementos físico-químicos dentro de la misma red de conexiones de todo con todo que actúan desde hace 13.700 millones de años, desde que el universo, dentro de una incomensurable inestabilidad (big bang = inflación y explosión), emergió en la forma que existe hoy. Conociendo un poco esta historia del universo y de la Tierra estamos conociéndonos a nosotros mismos y nuestra ancestralidad.

         Cinco grandes actos, nos enseñan los cosmólogos, estructuran el teatro universal del cual somos coactores.

         El primero es el cósmico: irrumpieron las energías y elementos primordiales que subyacen al universo. Comenzó un proceso de expansión y a medida en que se expandía, se autocreaba y se diversificaba. Nosotros estábamos allí en las virtualidades contenidas en ese proceso.

         El segundo es el químico: en el seno de las grandes estrellas rojas (los primeros cuerpos que se densificaron y se formaron hace por lo menos 5 mil millones de años) se formaron todos los elementos pesados que constituyen hoy cada uno de los seres, como el oxígeno, el carbono, el silicio, el nitrógeno etc. Con la explosión de estas grandes estrellas (se volvieron supernovas) tales elementos se esparcieron por todo el espacio, constituyeron las galaxias, las estrellas, los planetas, la Tierra y los satélites de la fase actual del universo. Aquellos elementos químicos circulan por todo nuestro cuerpo, sangre y cerebro.

          El tercer acto es el biológico: de la materia que se complejiza y se enrolla sobre sí misma en un proceso llamado de autopoiesis (autocreación y autoorganización) irrumpió hace 3.800 millones de años la vida en todas sus formas; atravesó gravísimas destrucciones pero siempre subsistió y llegó hasta nosotros en su inconmensurable diversidad.

         El cuarto es el humano, subcapítulo de la historia de la vida. El principio de complejidad y de autocreación encuentra en los seres humanos inmensas posibilidades de expansión. La vida humana surgió y floreció en África hace unos 8-10 millones de años. A partir de ahí, se difundió por todos los continentes hasta conquistar los confines más remotos de la Tierra. El humano mostró una gran flexibilidad; se adaptó a todos los ecosistemas, desde los más gélidos de los polos a los más tórridos de los trópicos, en el suelo, en el sub-suelo, en el aire y fuera de nuestro Planeta, en las naves espaciales y en la Luna.

Finalmente, el quinto acto es el planetario: la humanidad que estaba dispersa, está volviendo a la Casa Común, al planeta Tierra. Se descubre como humanidad, con el mismo origen y el mismo destino de todos los demás seres. Se siente como la mente consciente de la Tierra, un sujeto colectivo, más allá de las culturas singulares y de los estados-naciones. A través de los medios de comunicación globales, de la interdependencia de todos con todos, se está inaugurando una nueva fase de su evolución, la fase planetaria. A partir de ahora la historia será la historia de la especie homo, de la humanidad unificada e interconectada con todo y con todos.

         Sólo podemos entender al ser humano-Tierra si lo conectamos con todo ese proceso universal; en él los elementos materiales y las energías sutiles conspiraron para que él lentamente fuera gestado y, finalmente, pudiese nacer.      

¿Pero qué significa concretamente, más allá de nuestra ancestralidad, nuestra dimensión-Tierra?

Significa, en primer lugar, que somos parte y parcela de la Tierra. Somos producto de su actividad evolutiva. Tenemos en el cuerpo, en la sangre, en el corazón, en la mente y en el espíritu elementos-Tierra. De esta constatación resulta la consciencia de profunda unidad e identificación con la Tierra y con su inmensa diversidad. No podemos caer en la ilusión racionalista y objetivista de situarnos delante de la Tierra como delante de un objeto extraño o como sus amos y señores. En un primer momento hay una relación sin distancia, sin vis-a-vis, sin separación. Somos uno con ella.        

         En un segundo momento, podemos pensar la Tierra, distanciarnos de ella para verla mejor e intervenir en ella. Y entonces sí, nos distinguimos de ella para poder estudiarla y poder actuar en ella más acertadamente. Ese distanciamento no rompe nuestro cordón umbilical con ella. Por tanto, este segundo momento no invalida el primero.      

Haber olvidado nuestra unión con la Tierra fue el error del racionalismo en todas sus formas de expresión. Él generó la ruptura con la Madre-Tierra. Dio origen al antropocentrismo, en la ilusión de que, por el hecho de poder pensar la Tierra e intervenir en sus ciclos, podíamos colocarmos sobre ella para dominarla y para disponer de ella a nuestro antojo. Aquí reside la raiz de la actual crisis ecológica.

         Por sentirnos hijos e hijas de la Tierra, porque somos la propia Tierra pensante y amante, la vivimos como Madre. Ella es un principio generativo. Representa lo Femenino que concibe, gesta, y da a luz. Emerge así el arquetipo de la Tierra como Gran Madre, Pachamama, Tonantzin, Nana y Gaia. De la misma forma que genera todo y reproduce la vida, ella también acoge todo y lo recoge en su seno. Al morir, volvemos a la Madre Tierra. Regresamos a su útero generoso y fecundo. 

         Sentir que somos Tierra nos hace tener los pies en el suelo. Hace que percibamos todo de la Tierra, su frío y su calor, su fuerza que amenaza así como su belleza que encanta. Sentir la lluvia en la piel, la brisa que refresca, el huracán que avasalla. Sentir la respiración que entra en nosotros, los olores que nos embriagan o nos molestan. Sentir la Tierra es sentir sus nichos ecológicos, captar el espíritu de cada lugar (spiritus loci). Ser Tierra es sentirse habitante de cierta porción de tierra. Habitando, nos hacemos en cierta manera limitados a un lugar, a una geografía, a un tipo de clima, de régimen de lluvias y vientos, a una manera de vivir, de trabajar y de hacer historia. Configura nuestro enraizamiento.

Pero también significa nuestra base firme, nuestro punto de contemplación del Todo, nuestra plataforma para poder alzar el vuelo más allá de este paisaje y de este pedazo de Tierra, rumbo al Todo infinito.

         Por último, sentirse Tierra es percibirse dentro de una comunidad compleja junto con otros hijos e hijas de la Tierra. La Tierra no produce solo seres humanos. Produce una miríada de micro-organismos que componen el 90% de toda la red de la vida, los insectos que constituyen la biomasa más importante de la biodiversidad. Produce las aguas, la capa verde con la infinita diversidad de plantas, flores y frutos. Produce la diversidad incontable de seres vivos, animales, pájaros y peces, nuestros compañeros dentro de la unidad sagrada de la vida porque en todos están presentes los veinte aminoácidos y las cuatro bases nitrogenadas que entran en la composición de cada vida. Produce para todos las condiciones de subsistencia, de evolución y de alimentación, en el suelo, en el subsuelo y en el aire. Sentirse Tierra es sumergirse en la comunidad terrenal, en el mundo de los hermanos y de las hermanas, todos hijos e hijas de la grande y generosa Madre Tierra, nuestro Hogar común.

         Estos son los sentimientos de pertenencia que alimentamos en este día de la Madre Tierra.

*Leonardo Boff ha escrito El principio Tierra. La vuelta a la Tierra como matria y patria común, Vozes 1995: Opción Tierra. Record, RJ 2009/ Trotta 2010.

Factores de la crisis sistémica: erosión de la ética y 

        Leonardo Boff*

Seguramente existe un cúmulo de causas que subyacen a la actual crisis sistémica. Ella se ha apoderado de todo el planeta y nos ha puesto en una encrujiada: o seguimos el camino inaugurado por la modernidad a partir de los siglos XVII/XVIII con la llegada del espíritu científico que modificó la faz de la Tierra y nos ha traído incontables beneficios para la vida. Pero al mismo tiempo ésta se ha dado a sí misma los medios para su autodestrucción. Vamos más allá: la forma como hemos decidido habitar el planeta y organizar nuestras sociedades (el capitalismo) con costos altísimos para los ecosistemas y para las relaciones sociales, brutalmente desiguales, nos han llevado a tocar los límites de la Tierra. De seguir por ese camino se nos presenta por delante un abismo aterrador. La Tierra viva tal vez no nos quiera más sobre su superficie porque somos demasiado violentos y destructivos. Podemos sucumbir por el antropoceno, por el necroceno, por el virusceno y finalmente por el piroceno, ocasionados por nosotros mismos y también por la reacción de la propia Tierra viva, herida y vitalmente debilitada, que reacciona de esta forma. 

O si no, en un momento de aguda conciencia ante la posible desaparición de la especie, el ser humano da un salto cuántico en su nivel de conciencia, cae en sí, se da cuenta de que puede realmente llegar al fin de su aventura planetaria y cambia forzosamente y define un nuevo rumbo.

Ciertamente esto no se hará sin una crisis fenomenal que se puede llevar porciones significativas de la humanidad, comenzando por los más vulnerables pero sin exceptuar a los más pertrechados. Así ocurrió en tiempos prehistóricos del planeta, en los que hasta el 70% de la carga biótica desapareció definitivamente.

¿Cuál será el rumbo? Estimo que ni sabios, ni científicos ni maestros espirituales sabrían indicar la dirección. La humanidad, unida ahora por el miedo y por el pavor, más que por el amor al futuro, percibirá que puede haber llegado al fin del camino andado. Mirará alrededor y descubrirá una senda a ser recorrida y construida por el andar de todos. “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar” nos enseñó un poeta español desesperado, huido de la persecución franquista. Desde dentro de nuestra esencia humana tendremos que sacar las inspiraciones y sueños que nos consoliden el nuevo camino.Viene a propósito esta frase de Einstein: la idea que creó la crisis actual no puede ser la misma que vaya a sacarnos de ella. Tenemos que soñar, crear, proyectar utopías viables y abrir caminos nuevos. Las ciencias de la vida nos confirmaron que somos seres de amor, de solidaridad, de cuidado, a pesar de que siempre nos acompaña una sombra, y debemos ponerla bajo vigilancia. 

Pero antes preguntémonos: ¿por qué hemos llegado a este punto crítico global? Aquí más que un saber científico nos ayuda el pensamiento filosofante. 

Considero, entre otros, dos factores fundamentales: la erosión de la ética y la asfixia de la espiritualidad.

Recuperemos el sentido clásico del Ethos de los griegos pues nos iluminan todavía hoy. Ethos con mayúscula significa la casa humana, es decir, una parte de la naturaleza que separamos y la trabajamos de manera que sea el espacio donde vivir bien. La otra forma es el ethos con minúscula que son las formas de organizar la casa para que nos sintamos bien en ella y podamos dar hospitalidad a quien nos visita: adornar la sala, colocar correctamente las mesas, cuidar la cocina, alimentar el fuego siempre encendido, mantener la despensa abastecida y los cuartos decentemente arreglados. Son las virtudes éticas que dan concreción al Ethos. Pero no sólo, pertenece al Ethos cuidar el entorno de la casa, los vecinos, el jardín, las estatuas de las divinidades. Solo así el Ethos (vivir bien) adquiere forma concreta (ethos). 

Hoy el Ethos es la Casa Común, el planeta Tierra. Durante siglos ha alimentado a la humanidad. Pero con la llegada de la ciencia y la técnica hemos explotado de forma ilimitada e irresponsable sus bienes y servicios de forma que hoy hemos sobrepasado su capacidad de soporte (The Earth Overshoot), la llamada Sobrecarga de la Tierra. Ella es finita y no soporta un crecimiento infinito. El Ethos (vivir bien en la casa) y el ethos, las formas de organizarla, han sidodesestructurados, todo lo que es importante para vivir bien: hemos contaminado las aguas, hemos sobrecargado los alimentos con pesticidas, hemos envenenado los suelos y contaminado los aires hasta el punto de afectar al sistema de la vida natural y de la vida humana. Presenciamos la erosión general del Ethos, del ethos y de la ética. La Casa Común deja de ser común, y se han apropiado de ella élites que tienen tierras, poder, dinero y la dirección de la política mundial. Ellas se han transformado en el Satán de la Tierra.

Tan grave como la erosión del Ethos, del ethos y de la ética en general es la asfixia de la espiritualidad humana. Dejemos claro que espiritualidad no es sinónimo de religiosidad, aunque la religiosidad pueda potenciar la espiritualidad. La espiritualidad nace de otra fuente: de lo profundo del ser humano. La espiritualidad es parte esencial del ser humano, como la corporalidad, la psique, la inteligencia, la voluntad y la afectividad.

Neurolingüistas, los nuevos biólogos y eminentes cosmólogos como Brian Swimme, Bohr y otros reconocen que la espiritualidad pertenece a la esencia humana. Somos por naturaleza seres espirituales, aunque no seamos explícitamente religiosos. Esa parte espiritual en nosotros se revela por la capacidad de solidaridad, de cooperación, de compasión, de comunión y de una apertura total al otro, a la naturaleza, al universo, en una palabra al Infinito. La espiritualidad hace intuir al ser humano que detrás de todas las cosas hay una Energía poderosa y amorosa que sustenta todo y lo mantiene abierto a nuevas formas en el proceso de la evolución. Algunos neurólogos han identificado un fenómeno excepcional. Siempre que se aborda existencialmente lo Sagrado, la experiencia de pertenencia a un Todo mayor, en una parte del cerebro se verifica una fuerte aceleración de las neuronas. Ellos, no los teólogos, lo llamaron el “punto Dios en el cerebro”. Igual que tenemos órganos exteriores a través de los cuales captamos la realidad circundante, tenemos un órgano interior, que es una ventaja evolutiva nuestra, para percibir a Aquel Ser que hace ser a todos los seres, esa Energía misteriosa que penetra todos los seres y los vivifica.

Esa dimensión espiritual de nuestra naturaleza ha sido sofocada por nuestra cultura que venera más al dinero que a la naturaleza, más el consumo individual que el reparto, que es más competitiva que cooperativa, prefiere el uso de la violencia al diálogo para resolver conflictos y ha creado la guerra nuclear y biológica como disuasión, amenaza y eventual utilización, lo que significaría el fin del sistema-vida y del sistema-humano. La violencia y las guerras implican la asfixia de la espiritualidad, intrínseca a nuestra esencia.

Actualmente el eclipse de la ética y la negación de la espiritualidad humana podrán llevarnos a situaciones dramáticas, no excluyendo trágicamente la extinción de la especie homo, después de algunos millones de años de ser amados y nutridos por la Magna Mater, a quien que no hemos sabido retribuirle cuidado, reverencia y amor.

No por eso desesperamos. El universo guarda sorpresas y el ser humano es un proyecto infinito, capaz de crear soluciones para los errores que él mismo cometió.

*Leonardo Boff ha escrito con Mark Hathaway, El Tao de la Liberación: una ecología de la transformación, en varias lenguas,Vozes 2010, que mereció en USA la medalla de oro en ciencia y nueva cosmología

Traducción por José María Gavito Milano

asfixia de la espiritualidad

El silencio de Dios y la muerte de los inocentes:Dios por qué te callas?

Leonardo Boff*

Vivimos globalmente en un mundo trágico, lleno de inseguridades, de amenazas y de preguntas para las cuales no tenemos respuestas que nos satisfagan. Nadie puede decirnos hacia dónde estamos yendo: ¿hacia la prolongación del modo  actual de habitar la Tierra, devastándola en nombre de un mayor enriquecimiento de pocos? ¿O cambiaremos de rumbo?

En el primer caso, seguramente la Tierra no aguantará la voracidad de los consumistas (ya ahora necesitamos Tierra y media para atender el actual nivel de consumo de los países ricos) y tendremos que hacer frente a crisis y más crisis, como el Coronavirus y el calentamiento global, imparable ya (lazamos en la atmósfera 40 mil millones de toneladas de gases de efecto invernadero al año). Es posible que no tengamos más retorno e iremos al encuentro de lo peor.

O, forzados por la situación, recuperaremos la razón sensible y sensata, pues ahora está enloquecida, definiremos un nuevo rumbo más amigable para con la naturaleza y la Tierra, más justo y participativo de todos los humanos. Trabajaremos a partir del territorio, diseñado por la naturaleza, pues él puede ser sostenible y crear una verdadera participación de todos. Entonces empezará un nuevo tipo de historia con un futuro para el sistema-vida y el sistema-Tierra.

¿Tendremos tiempo, valor y sabiduría para esta conversión ecológica? El ser humano es flexible, ha cambiado mucho y se ha adaptado a distintos climas. Además la historia no es lineal. De repente surge lo inesperado y lo impensable (un salto hacia arriba en nuestra conciencia) que inaugurarían un nuevo rumbo para la historia.

Mientras esperamos, sufrimos por los males que están ocurriendo en la Tierra: hay 17 lugares en guerra. El Papa Francisco ha dicho muchas veces que estamos ya en una tercera guerra mundial por partes. No es imposible que irrumpa un conflicto nuclear total y lleve a la pérdida de toda la humanidad.

En este contexto nos ponemos en el lugar de Job y clamamos a Dios en medio de tantas muertes de inocentes, de genocidios y de guerras altamente letales.

“Dios, ¿dónde estabas en aquellos momentos aterradores en que la furia genocida de Netanyahu mató a 13 mil niños inocentes y a más de 80 mil personas y madres en la Franja de Gaza? ¿Por qué no interviniste, si podías hacerlo? Más de 500 mil casas, hospitales, escuelas, universidades, mezquitas e iglesias fueron arrasadas. ¿Por qué no detuviste ese brazo asesino? Tu querido hijo Jesús sació a cerca de cinco mil pesonas con hambre. ¿Por qué permites que cientos y cientos de personas mueran de sed y de hambre?

¿Dónde está tu piedad? ¿Estas víctimas no son también tus hijas e hijos especialmente queridos porque representan a tu Hijo crucificado?”

Recuerdo con dolor las palabras del Papa Benedicto XVI cuando visitó el campo de exterminio de judios en Auschwitz-Birkenau:

“Cuántas preguntas surgen en este lugar. ¿Dónde estaba Dios en esos días? ¿Por qué hizo silencio? ¿Cómo puede tolerar este exceso de destrucción, este triunfo del mal?

Job tenía razón al reconocer queDios es demasiado grande para que podamos conocerlo” (Job 36,26). Él puede ser y hacer aquello que no entendemos, pues somos limitados. No obstante tercamente Job profesa su fe, diciendo a Dios. “Aunque me mates, aún así creo en ti” (Job 15,13). Es inovidable el testimonio de un judío antes de ser exterminado en el Gueto de Varsovia en 1943. Dejó escrito en un papelito que puso dentro de una botella: “Creo en el Dios de Israel, aunque haya hecho todo para que no crea en Él. Escondió su rostro… Si un día alguien encuentra este papelito y lo lee tal vez va a entender el sentimiento de un judío que murió abandonado por Dios, ese Dios en quien sigo creyendo firmemente”.

No pretendemos ser jueces de Dios. Pero podemos como el Hijo del Hombre en el Monte de los Olivos y en lo alto de la cruz, Jesús, casi desesperado, clamar: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Marcos 15,34)

Nuestros lamentos no son blasfemias, sino un grito doloroso e insistente a Dios: “¡Despierta! No toleres más el sufrimiento, la desesperación y el genocidio de inocentes. Despierta, ven a liberar a aquellos que creaste en amor. Despierta y ven, Señor, para salvarlos.

En medio de esta profunda tristeza, nuesta esperanza prevalece, porque por la resurrección de un hermano nuestro, Jesús de Nazaret, se anticipó nuestro fin bueno. Eso es lo que nos da sentido y no nos permite desesperar ante la dramática situación de la humanidad y de la Tierra.

Leonardo Boff escribió: Jesucristo Liberador, Dabar/Trotta 2022; Nuestra resurrección en la muerte DABAR/Trotta 2012.