Cómo surge Dios dentro de la nueva visión del universo

Leonardo Boff*

Esta cuestión de Dios dentro de la moderna visión del mundo (cosmogénesis) surge cuando nos interrogamos: ¿qué había antes de antes y antes del big-bang? ¿Quién dio el impulso inicial para que apareciese aquel puntito, menor que la cabeza de un alfiler que después explotó? ¿Quién sustenta el universo como un todo para que siga existiendo y expandiéndose así  como cada uno de los seres que existen en él, ser humano incluido? 

¿La nada? Pero de la nada nunca sale nada. Si a pesar de eso aparecieron seres es señal de que Alguien o Algo los llamó a la existencia y los sustenta permanentemente. 

Lo que podemos decir sensatamente, antes de formular inmediatamente una respuesta teológica, es: antes del big bang existía lo Incognoscible y estaba en vigor el Misterio. Sobre el Misterio y lo Incognoscible, por definición, nada puede decirse literalmente. Por su naturaleza, el Misterio y lo Incognoscible son anteriores a las palabras, a la energía, a la materia, al espacio, al tiempo y al pensamiento.

Pues bien, sucede que el Misterio y lo Incognoscible son precisamente los nombres con los que las religiones, incluido el judeocristianismo, designan a Dios. Dios es siempre Misterio e Incognoscible. Ante Él, vale más el silencio que las palabras. Sin embargo, puede ser intuido por la razón reverente y sentido por el corazón inflamado. Siguiendo a Pascal, yo diría: creer en Dios no es pensar a Dios, sino sentirlo desde la totalidad de nuestro ser. Él emerge como una Presencia que llena el universo, se muestra como entusiasmo (en griego: tener un Dios dentro) dentro de nosotros y hace surgir en nosotros el sentimiento de grandeza, de majestad, de respeto y de veneración.

Esta percepción es típica de los seres humanos. Es innegable, poco importa que sea religioso o no.

Situados entre el cielo y la tierra, al mirar los millares de estrellas, contenemos la respiración y nos llenamos de reverencia. Y surgen naturalmente las preguntas:

¿Quién hizo todo esto? ¿Quién se esconde detrás de la Vía Láctea y dirige la expansión aún en curso del universo? En nuestros despachos refrigerados o entre las cuatro paredes blancas de un aula o en un círculo de conversación informal, podemos decir cualquier cosa y dudar de todo. Pero inmersos en la complejidad de la naturaleza e imbuidos de su belleza, no podemos permanecer callados. Es imposible despreciar el irrumpir de la aurora, permanecer indiferente ante el brotar de una flor o no contemplar con asombro a un recién nacido. Cada vez que nace un niño nos convence de que Dios sigue creyendo en la humanidad. Casi espontáneamente decimos: es Dios quien puso todo en movimiento y es Dios quien lo sostiene todo. Él es la Fuente originaria y el Abismo que todo alimenta, como dicen algunos cosmólogos. Yo diría: Él es el Ser que hace ser a todos los seres.

Al mismo tiempo surge otra pregunta importante: ¿por qué existe exactamente este universo y no otro y por qué nosotros hemos sido puestos en él? ¿Qué quiso expresar Dios con la creación? Responder a esta pregunta no es sólo una preocupación de la conciencia religiosa, sino de la ciencia misma. 

Como dice Stephen Hawking, uno de los más grandes físicos y matemáticos, en su conocido libro Breve historia del tiempo (1992): «Si encontramos la respuesta a por qué existimos nosotros y el universo, tendremos el triunfo definitivo de la razón humana; porque entonces habremos alcanzado el conocimiento de la mente de Dios» (p. 238). Pero hasta el día de hoy, científicos y sabios siguen todavía  preguntándose y buscando el designio oculto de Dios.

Las religiones y el judeocristianismo se han atrevido a dar una respuesta dando reverentemente un nombre al Misterio,  llamándolo con mil nombres, todos insuficientes: Yavé, Alá, Tao, Olorum y principalmente Dios. 

El universo y toda la creación constituyen una especie de espejo en el que Dios se ve a sí mismo. Son  expansión de su amor, pues quiso  compañeros y compañeras a su lado. Él no es soledad, sino comunión de los Tres divinos –Padre, Hijo  y Espíritu Santo– y quiere incluir en esta comunión a toda la naturaleza y al hombre y a la mujer, creados a su imagen y semejanza.

Al decir esto, descansa nuestro preguntar cansado, pero ante el Misterio de Dios y de todas las cosas, continúa nuestro preguntar, siempre abierto a nuevas respuestas.

*Leonardo Boff ha escrito junto con el cosmólogo canadiense Mark Hathaway, El Tao de la liberación: explorando la ecología de la trasformación, Trotta 2012; La nueva visión del universo, Petrópolis 2022.

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Cómo surge Dios den tro de la nueva visión del universo

Leonardo Boff*

Esta cuestión de Dios dentro de la moderna visión del mundo (cosmogénesis) surge cuando nos interrogamos: ¿qué había antes de antes y antes del big-bang? ¿Quién dio el impulso inicial para que apareciese aquel puntito, menor que la cabeza de un alfiler que después explotó? ¿Quién sustenta el universo como un todo para que siga existiendo y expandiéndose así  como cada uno de los seres que existen en él, ser humano incluido? 

¿La nada? Pero de la nada nunca sale nada. Si a pesar de eso aparecieron seres es señal de que Alguien o Algo los llamó a la existencia y los sustenta permanentemente. 

Lo que podemos decir sensatamente, antes de formular inmediatamente una respuesta teológica, es: antes del big bang existía lo Incognoscible y estaba en vigor el Misterio. Sobre el Misterio y lo Incognoscible, por definición, nada puede decirse literalmente. Por su naturaleza, el Misterio y lo Incognoscible son anteriores a las palabras, a la energía, a la materia, al espacio, al tiempo y al pensamiento.

Pues bien, sucede que el Misterio y lo Incognoscible son precisamente los nombres con los que las religiones, incluido el judeocristianismo, designan a Dios. Dios es siempre Misterio e Incognoscible. Ante Él, vale más el silencio que las palabras. Sin embargo, puede ser intuido por la razón reverente y sentido por el corazón inflamado. Siguiendo a Pascal, yo diría: creer en Dios no es pensar a Dios, sino sentirlo desde la totalidad de nuestro ser. Él emerge como una Presencia que llena el universo, se muestra como entusiasmo (en griego: tener un Dios dentro) dentro de nosotros y hace surgir en nosotros el sentimiento de grandeza, de majestad, de respeto y de veneración.

Esta percepción es típica de los seres humanos. Es innegable, poco importa que sea religioso o no.

Situados entre el cielo y la tierra, al mirar los millares de estrellas, contenemos la respiración y nos llenamos de reverencia. Y surgen naturalmente las preguntas:

¿Quién hizo todo esto? ¿Quién se esconde detrás de la Vía Láctea y dirige la expansión aún en curso del universo? En nuestros despachos refrigerados o entre las cuatro paredes blancas de un aula o en un círculo de conversación informal, podemos decir cualquier cosa y dudar de todo. Pero inmersos en la complejidad de la naturaleza e imbuidos de su belleza, no podemos permanecer callados. Es imposible despreciar el irrumpir de la aurora, permanecer indiferente ante el brotar de una flor o no contemplar con asombro a un recién nacido. Cada vez que nace un niño nos convence de que Dios sigue creyendo en la humanidad. Casi espontáneamente decimos: es Dios quien puso todo en movimiento y es Dios quien lo sostiene todo. Él es la Fuente originaria y el Abismo que todo alimenta, como dicen algunos cosmólogos. Yo diría: Él es el Ser que hace ser a todos los seres.

Al mismo tiempo surge otra pregunta importante: ¿por qué existe exactamente este universo y no otro y por qué nosotros hemos sido puestos en él? ¿Qué quiso expresar Dios con la creación? Responder a esta pregunta no es sólo una preocupación de la conciencia religiosa, sino de la ciencia misma. 

Como dice Stephen Hawking, uno de los más grandes físicos y matemáticos, en su conocido libro Breve historia del tiempo (1992): «Si encontramos la respuesta a por qué existimos nosotros y el universo, tendremos el triunfo definitivo de la razón humana; porque entonces habremos alcanzado el conocimiento de la mente de Dios» (p. 238). Pero hasta el día de hoy, científicos y sabios siguen todavía  preguntándose y buscando el designio oculto de Dios.

Las religiones y el judeocristianismo se han atrevido a dar una respuesta dando reverentemente un nombre al Misterio,  llamándolo con mil nombres, todos insuficientes: Yavé, Alá, Tao, Olorum y principalmente Dios. 

El universo y toda la creación constituyen una especie de espejo en el que Dios se ve a sí mismo. Son  expansión de su amor, pues quiso  compañeros y compañeras a su lado. Él no es soledad, sino comunión de los Tres divinos –Padre, Hijo  y Espíritu Santo– y quiere incluir en esta comunión a toda la naturaleza y al hombre y a la mujer, creados a su imagen y semejanza.

Al decir esto, descansa nuestro preguntar cansado, pero ante el Misterio de Dios y de todas las cosas, continúa nuestro preguntar, siempre abierto a nuevas respuestas.

*Leonardo Boff ha escrito junto con el cosmólogo canadiense Mark Hathaway, El Tao de la liberación: explorando la ecología de la trasformación, Trotta 2012; La nueva visión del universo, Petrópolis 2022

Principio-bondad:

un proyecto de vida

Leonardo Boff*

En términos de ética, no se deben juzgar los actos tomados solo en sí  mismos. Ellos remiten a un proyecto de fondo. Son concretizaciones de ese proyecto fundamental.

Todo ser humano de forma explícita o implícita se orienta por una decisión básica. Ella es la que confiere valor ético y moral a los actos que pavimentan su vida. Por tanto, ese proyecto  fundamental es el que debe ser tomado en cuenta y juzgar si es bueno o malo. Como ambos vienen siempre mezclados, el dominante es el que se traduce por actos que definen una dirección en la vida. Preservada, queda la constatación de que bien y mal siempre andan juntos. Dicho en otras palabras: la realidad es siempre ambigua y acolitada por el bien y por el mal. Nunca están solo el bien por un lado y el mal por el otro.

La razón de esto reside en el hecho de que nuestra condición humana, por creación y no por deficiencia, es siempre sapiente y demente, sombría y luminosa, con pulsiones de vida y con pulsiones de muerte. Y esto simultáneamente, sin que podamos separar, como dice el Evangelio, la cizaña del trigo.

No obstante esta ambigüedad, lo que de verdad cuenta es la dimensión predominante, si es luminosa o sombría, bondadosa o malvada. Y aquí se funda el proyecto fundamental de la vida. Él define la dirección y el camino se hace caminando. Ese camino puede conocer desvíos, pues así es la condición ambigua humana, pero siempre puede volver a la dirección definida como fundamental.

Los actos adquieren valor ético y moral a partir de ese proyecto fundamental. Él se afirma ante el tribunal de la conciencia, y para personas religiosas, es juzgado por Aquel que conoce nuestras intenciones más secretas y confiere el correspondiente valor al proyecto fundamental.

Seamos concretos: a alguien se le mete en la cabeza que quiere ser, a toda costa, rico. Todos los medios para tal proyecto son considerados válidos: habilidad, engaños, rupturas de contratos, golpes financieros y apropiaciones de fondos públicos, falsificando datos, aumentándoles el valor real y haciendo las obras sin la calidad exigida. Su proyecto es acumular bienes y ser rico. Es el principio-maldad, aunque haga algún bien aquí y allá y cuando es muy rico ayude a proyectos  benéficos. Pero siempre que no comprometan su proyecto básico de ser rico.

Otro se propone como proyecto fundamental ser siempre bueno, buscar la bondad en las personas e  intentar que sus actos se   alineen en esta dirección de bondad. Como es humano, en él también puede haber actos malos. Son desvíos del proyecto pero no son de tal envergadura que destruyan el proyecto fundamental de ser bueno. Se da cuenta de sus malos actos, se corrige, pide perdón y retoma el camino   de vida definido: procurar ser bueno. Esto implica ser siempre, cada día, mejor y nunca desistir frente a las dificultades y caídas personales. Lo decisivo es reasumir el principio-bondad que puede crecer siempre indefinidamente. Nadie es bueno hasta cierto punto y después se para, por estimar que alcanzó su fin. La bondad así como otros valores positivos no conocen limitaciones.

En nuestro país hemos vivido, incluyendo multitudes, bajo el principio-maldad. A partir de ese principio todo valía: la mentira, las fake news, la calumnia y la destrucción de biografias que, notoriamente, eran buenas. Fueron usados     de forma abusiva los medios digitales, inspirados en el principio-maldad. Por  esta razón, muchos miles de personas fueron víctimas de la Covid-19 cuando podrían    haberse salvado. Indígenas, como los yanomami, fueron considerados infrahumanos e,  intencionadamente, abandonados a su propia suerte. En estos fatídicos años de vigencia del principio-maldad más de 500 niños    yanomami murieron de hambre y de enfermedades derivadas del hambre. Se desmontaron las principales instituciones de este país como la salud pública, la educación, la ciencia y el cuidado de la naturaleza. Finalmente, de forma insidiosa, se intentó un golpe de estado buscando destruir la democracia e imponer un régimen dictatorial, culturalmente retrógrado y éticamente perverso por exaltar claramente la tortura.

En ellos había también el principio-bondad pero fue reprimido o cubierto de cenizas por malas acciones  que impedían su vigencia, sin destruirlo nunca totalmente porque  forma parte de la esencia de lo humano.

Pero el principio-bondad, a fin de cuentas siempre acaba triunfando. La llama sagrada que arde dentro de cada persona jamás puede ser apagada. Ella es la que sustenta la resistencia, inflama la crítica y confiere la fuerza invencible de lo justo y de lo recto. Era el principio-bondad que venía bajo el signo de la democracia, del estado de derecho y del respeto a los valores fundamentales del ciudadano.

A pesar de todas las artimañas, violencias, atentados, amenazas y uso vergonzoso de los aparatos de estado, comprando literalmente la voluntad de las personas o impidiéndoles    manifestar su voto, los que se orientaban por el principio-maldad fueron derrotados. Pero nunca hasta hoy han reconocido la derrota. Ellos siguen con su acción destructiva, que hoy ha adquirido dimensiones planetarias con el ascenso de la extrema derecha. Pero deben ser contenidos y ganados por el despertar del principio-bondad que se encuentra en ellos. Juzgados y castigados tendrán que aprender la bondad de la vida y el bien de todo un pueblo y  aportar su contribución.

En la historia conocemos tragedias de los que se aferraron al principio-maldad hasta el punto de poner fin a su propia vida en vez de rescatar humildemente el principio-bondad y su humanidad más profunda.

En este final nos inspira tal vez la palabra poética de un autor anónimo de hacia el año 900, que se canta en la fiesta cristiana de Pentecostés. Se refiere al Espíritu que actúa siempre en la naturaleza y en la historia:

Lava lo que es sórdido/Riega lo que es árido/Sana lo que está enfermo.

Dobla lo que es rígido/Calienta lo que es gélido/Guía lo desorientado.

*Leonardo Boff ha escrito El Espíritu Santo: fuego interior, dador de vida y Padre de los pobres, lPAVSA, Managua 2014.

Traducción de María José Gavito Milano

La escasez de agua potable puede desencadenar guerras y amenazar la vida

Leonardo Boff*

La cuestión del agua dulce es indiscutiblemente tan importante como el cambio en el régimen climático (calentamiento global). De ella depende la supervivencia de toda la cadena de la vida y, en consecuencia, de nuestro propio futuro.

El agua puede ser motivo de guerras así como de solidaridad social y cooperación entre los pueblos. Más aún, como quieren  importantes grupos humanistas, en torno al agua será posible y seguramente habrá que crear un nuevo pacto social mundial que genere un consenso mínimo entre pueblos y gobiernos  con vistas a un destino común, nuestro y del sistema-vida. La creciente escasez de agua dulce podría poner en peligro la vida en el planeta.

En la reciente conferencia de Nueva York con motivo del Día del Agua (22/3) se dio la voz de alarma: “existe el riesgo de una inminente crisis mundial del agua que afecte a 2.000 millones de personas que no tienen acceso a una fuente de agua potable” . La ONU lanzó, en esta ocasión, una “Agenda: acción por el agua”. En palabras del secretario de la ONU, António Guterrez, “un ambicioso programa de acción sobre el agua que puede ofrecer a este elemento vital de nuestro mundo el compromiso que se merece”.

Independientemente de las discusiones en torno al tema del agua, podemos hacer una afirmación segura e indiscutible: el agua es algo muy natural, vital, insustituible y común. Ningún ser vivo, humano o no, puede vivir sin agua. Por ser vital e insustituible, el agua no puede tratarse como una mercancía que se comercializa en el mercado.

De la forma como tratamos al agua, como mercancía o como un bien vital e  insustituible,  dependerá en parte el futuro de la vida en el planeta.

            Pero antes, consideremos rápidamente los datos básicos sobre el agua.

            Hay alrededor de 1.360 millones de kilómetros cúbicos de agua en la Tierra. Si tomamos  toda el agua que está en los océanos, lagos, ríos, acuíferos y casquetes polares y la distribuimos equitativamente sobre la superficie de la Tierra, la Tierra quedaría sumergida en agua a tres kilómetros de profundidad.

El 97,5% es agua salada y el 2,5% es agua dulce. Más de 2/3 de esta agua dulce se encuentra en los casquetes polares y glaciares, en la cima de las montañas (68,9%) y casi todo el resto (29,9%) es agua subterránea. El 0,9% están en los pantanos y el 0,3% en los ríos y lagos de donde proviene la mayor parte del agua dulce para consumo humano y animal, riego agrícola y uso industrial De este 0,3% el 22% se destina a la industria, el 70% a la agricultura. El pequeño 0,3% restante es para los humanos y la comunidad viva. El 35% de la población mundial, lo que equivale a  1.200 millones de personas, carece de agua tratada.  1.800 millones (el 43% de la población) tienen acceso precario a saneamiento básico. Este hecho hace que unos diez millones de personas mueran anualmente como consecuencia del mal tratamiento del agua. 

El acceso al agua dulce es cada vez más precario debido a la creciente contaminación de lagos y ríos e incluso de la atmósfera, que provoca la lluvia ácida. Aguas servidas mal tratadas, uso de detergentes no biodegradables, uso abusivo de pesticidas contaminan las capas freáticas. Efluentes industriales vertidos a los cursos de agua, devuelven envenenamiento y muerte a los ríos, comprometiendo la frágil y compleja cadena de reproducción de la vida.

Hay mucha agua pero está distribuida de manera desigual: el 60% se encuentra en solo 9 países, mientras otros 80 enfrentan escasez. Algo menos de mil millones de personas consumen el 86% del agua existente, mientras que para 1.400 millones es insuficiente (ahora ya son 2.000 millones) y para  2.000 millones no está tratada, lo que genera el 85% de las enfermedades. Se supone que para 2032 cerca de  5.000 millones de personas se verán afectadas por la escasez de agua.

No hay problema de insuficiencia de agua sino de mala gestión de la misma para satisfacer las demandas de los humanos y de los demás seres vivos.

Brasil es la  potencia natural del agua, con el 13% de toda el agua dulce del Planeta  lo que supone 5,4 billones de metros cúbicos. Pero está desigualmente distribuida: el 70% en la región amazónica, el 15% en el Medio Oeste, el 6% en el Sur y Sudeste y el 3% en el Nordeste. A pesar de la abundancia, no sabemos cómo utilizar el agua, ya que se desperdicia el 46%, lo que daría para abastecer a toda Francia, Bélgica, Suiza y el norte de Italia. Por lo tanto, se necesita urgentemente un nuevo patrón cultural. No hemos desarrollado una cultura del agua.

Hay una carrera mundial para privatizar el agua. Surgen grandes empresas multinacionales como las francesas Vivendi y Suez-Lyonnaise, la alemana RWE, la inglesa ThamesWater y la estadounidense Bechtel. Se ha creado un mercado de agua de más de 100 mil millones de dólares. Allí, Nestlé y Coca-Cola tienen fuerte presencia en la comercialización de agua mineral, buscando comprar fuentes de agua en todo el mundo.

            El agua se está convirtiendo en un factor de inestabilidad en el Planeta. La exacerbación de la privatización del agua hace que ésta sea tratada sin el sentido de compartir y sin considerar su importancia para la vida y para el futuro de la naturaleza y de la existencia humana en la Tierra.

            Ante estos desmanes, la comunidad internacional representada por la ONU realizó reuniones en Mar del Plata (1997), Dublín (1992), París (1998), Río de Janeiro (1992) consagrando “el derecho de todos a tener acceso al agua potable en cantidad y calidad suficiente para las necesidades esenciales”.

El gran debate de hoy está en estos términos ya mencionados anteriormente:

¿Es el agua fuente de vida o fuente de ganancias? ¿El agua es un bien natural, vital, común e insustituible o un bien económico a ser tratado como un recurso hídrico y como una mercancía?

            Ambas dimensiones no son excluyentes entre sí, pero deben relacionarse rectamente.

 Fundamentalmente, el agua es el derecho a la vida, como insiste el gran experto en agua Ricardo Petrella (O Manifesto da Água,Vozes, Petrópolis 2002). En todo caso, el agua potable, para alimentación e higiene personal, debe ser gratuita (cf. Paulo Affonso Leme Machado, Recursos Hídricos. Derecho Brasileño e Internacional, Malheiros Editores, São Paulo 2002, 14-17). Así, dice en su artículo primero  la ley nº  9.433 (08/01/97) de la Política Nacional de Recursos Hídricos: “el agua es un bien de dominio público; el agua es un recurso natural limitado, de valor económico; en situación de escasez, el uso prioritario de   los  recursos hídricos es el consumo humano y el de los animales”. Vea el libro reciente con todos los hechos y leyes de João Bosco Senra, Água, elemento vital, 2022.

Sin embargo, dado que el agua es escasa y exige una compleja estructura de captación, conservación, tratamiento y distribución, esto implica una innegable dimensión económica. Esta última,  sin embargo, no debe prevalecer sobre la otra, por el contrario, debe hacerla accesible a todos y las ganancias deben respetar la naturaleza común, vital e insustituible del agua. Aunque implique altos costos económicos, estos deben ser cubiertos por el Poder Público.

            El agua no es un bien económico como cualquier otro. Está tan ligada a la vida que debe entenderse como vida. Y la vida, por su naturaleza vital y esencial, nunca puede transformarse en una mercancía. El agua está ligada a otras dimensiones culturales, simbólicas y espirituales del ser humano que la hacen preciosa y cargada de valores que son invaluables. San Francisco de Asís en su Cántico de las Criaturas se refiere al agua como “preciosa y casta”.

Para comprender la riqueza del agua que trasciende su dimensión económica, es necesario romper  con la constricción que el pensamiento racional-analítico y utilitarista de la modernidad impone a todas las sociedades. Él ve el agua como un recurso hídrico con fines de lucro.

El ser humano tiene otros ejercicios de su razón. Hay una razón sensible, una razón emocional y una razón espiritual. Son motivos vinculados al sentido de la vida y al universo simbólico. No ofrecen las razones para lucrar, sino las razones para vivir y dar excelencia a la vida. El agua es el nicho de donde hace miles de millones de años (3,8)  surgió la vida.

            Como reacción al dominio de la globalización del agua, se busca la republicanización del agua. Me explico: el agua es un bien común público mundial. Es patrimonio de la biosfera y vital para todas las formas de vida.

            En función de esta importancia decisiva del agua, se creó FAMA – el Foro Mundial Alternativo del Agua en marzo de 2003 en Florencia, Italia. Junto a  él   se planteó la creación de la Autoridad Mundial del Agua como una  instancia de gobierno público, cooperativo y solidario a nivel de las grandes cuencas fluviales internacionales y para una distribución más equitativa del agua según las demandas regionales.

            Una función importante es presionar a los gobiernos, empresas, asociaciones y ciudades en general para que respeten la naturaleza única e insustituible del agua.

 Dado que el 75% de nuestro cuerpo está compuesto por agua, todos deberían tener garantizados al menos 2 litros de agua potable gratuita y segura,  variando según las diferentes edades. Las tarifas de los servicios deben considerar los diferentes niveles de uso, ya sea doméstico, industrial, agrícola, recreativo. Para los usos industriales del agua y la agricultura, obviamente, el agua está sujeta a un precio.

            Fomentar la cooperación con todas las entidades públicas y privadas para evitar que tantas personas mueran por falta de agua o como consecuencia del agua mal tratada. Cada día mueren 6.000 niños de sed. Las noticias no dicen nada al respecto. Pero esto equivale a que 10 aviones Boeing se precipiten en el mar y mueran todos los pasajeros como ocurrió con Air France hace años. Evitaría que unos 18 millones de niños faltaran a la escuela porque se ven obligados a ir a buscar agua a 5-10 km de distancia.

            Paralelamente, se está articulando en todo el mundo un Contrato Mundial del Agua. Sería un contrato social mundial en torno a lo que todos necesitamos y que efectivamente nos une, que es la vida de las personas y de los demás seres vivos, inseparables del agua.

El hambre  cero en el mundo, como está previsto en los Objetivos del Milenio, debe incluir la sed cero, porque ningún alimento puede existir y consumirse sin agua.

            A partir del agua surge otra imagen de la planetización, hoy multipolar, humana, solidaria, cooperativa y orientada a garantizar a todos los medios mínimos de vida y de reproducción de la vida.

El agua es vida, generadora de vida y aparece como uno de los dos símbolos más poderosos de la vida eterna, según las palabras de Aquel que dijo: “Yo soy una fuente de agua viva, el que beba de este agua vivirá para siempre”.

*Leonardo Boff recibió el título de doctor honoris causa del Departamento de Aguas de la Universidad de Rosario en Argentina y participó en   el grupo de la ONU que estudió la cuestión del agua a nivel mundial.