En Brasil hemos vivido en los dos últimos años dos grandes golpes: primero fue el juicio y la deposición de la presidenta Dilma Rousseff y este año de 2018 el ascenso de la extrema derecha con la elección de Jair Bolsonaro como presidente de Brasil.
Bolsonaro no ganó. Perdió el PT y, con él, Brasil.
1. Vivimos tiempos sombríos e inciertos
Vivimos tiempos sombríos e inciertos. Internacionalmente somos motivo de vergüenza y de escarnio. No sabemos siquiera qué futuro nos espera. La estructura de gobierno que se ha montado hasta ahora, particularmente en el Ministerio de Relaciones Exteriores y en el de Educación, nos dibujan un cuadro perturbador. En lugar de la asignación a partidos de los cargos del Estado está ocurriendo una militarización de sus principales puestos.
Los militares no han tenido que dar un golpe. El ex capitán Bolsonaro los llamó para el Gobierno. Como estamos sin horizonte, nos hemos quedado perplejos y muchos llenos de desesperanza.
2. Rescate de la utopía y de las utopías minimalistas
En un contexto así, antes de hablar de esperanza, tenemos que rescatar la dimensión de la utopía. La utopía no se opone a la realidad, sino que pertenece a ella, porque ésta no se hace sólo por lo que está hecho y dado, por lo que está ahí palpable, sino por lo que todavía puede ser hecho y dado, por lo que es potencial y viable, aunque no sea todavía visible.
La utopía nace de este trasfondo de potencialidades presentes en la historia, en cada pueblo y en cada persona. El renombrado filósofo alemán Ernst Bloch introdujo la expresión principio-esperanza. Es más que la virtud de la esperanza; emerge como una fuente generadora de sueños y de acciones. El principio esperanza representa el inagotable potencial de la existencia humana y de la historia que permite decir no a cualquier realidad concreta, a las limitaciones de nuestra condición humana, a los modelos políticos y a las barreras que cercenan el vivir, el saber, el querer y el amar. Y decir sí a formas nuevas o alternativas de organización social o de plasmación de cualquier proyecto. El no es fruto de un sí previo y anterior.
Hoy podemos afirmar que las grandes utopías, las utopías maximalistas, del iluminismo (dar cultura letrada a todos), del socialismo (hacer que el nosotros prevalezca sobre el yo) y también del capitalismo (que el yo prevalezca sobre el nosotros) han entrado en una profunda crisis. Nunca realizaron lo que prometían: no todos participan de la cultura letrada, la mayoría no presenció la distribución equitativa y justa de los bienes, y la riqueza fue sólo de pequeños grupos y no de las mayorías. Más aún: todas estas utopías han degradado la Casa Común por la superexplotación, y han producido un mar de pobreza, de injusticia social y de sufrimiento evitable, en lugar de beneficios para todos.
Nos vemos obligados a volvernos hacia las utopías minimalistas, aquellas que no pudiendo cambiar el mundo, pueden sin embargo mejorarlo.
Las utopías minimalistas son aquellas que fueron implementadas por los gobiernos Lula-Dilma y sus aliados con base popular que ahora seguramente serán desmontadas por el gobierno de ultraderecha.
A nivel de las grandes mayorías son verdaderas utopías mínimas viables: recibir un salario que atienda las necesidades de la familia, tener acceso a la salud, llevar a los hijos a la escuela, conseguir un transporte colectivo que no quite tanto tiempo de vida, contar con servicios sanitarios básicos, disponer de lugares de ocio y de cultura y de una jubilación suficiente para enfrentar los achaques de la vejez.
La consecución de estas utopías minimalistas crea la base para utopías más altas: aspirar a que la nación supere relaciones de odio y de exclusión, que los pueblos se abracen en la fraternidad, que no guerreen entre ellos, que todos se unan para preservar este pequeño y hermoso planeta Tierra, sin el cual ninguna otra utopía sería posible.
3. Recuperar la fuerza política de la esperanza
La victoria de Bolsonaro es fruto de un inmenso y bien tramado fraude: suscitando el anti-petismo, presentando la corrupción endémica en el país como si fuera cosa del PT, defendiendo algunos valores de nuestra cultura tradicionalista y atrasada, ligada a un tipo de familia moralista y a una comprensión distorsionada de la cuestión de género, alimentando prejuicios contra los indígenas, los quilombolas, los homoafectivos, los LGTB y divulgando millones y millones de fake news calumniando y difamando al candidato Fernando Haddad. Informaciones seguras constataron que cerca del 80% de las personas que recibieron tales noticias falsas creyeron en ellas
Detrás del triunfo de la extrema derecha actuaron fuerzas del Imperio, particularmente de la CIA, como lo han mostrado varios analistas del área internacional, la clase de los adinerados, herederos de la Casa Grande, con vistas a preservar sus privilegios, parte del Ministerio Público, del grupo ligado al Lava-Jato, parte del STF y con fuerza expresiva la prensa empresarial conservadora que siempre ha apoyado los golpes y se siente mal con la democracia.
La consecuencia es el descalabro político, jurídico e institucional. Es falaz decir que las instituciones funcionan. Funcionan selectivamente para algunos. Todas ellas están contaminadas por la corrupción y la voluntad de apartar a Lula y al PT de la escena política. La justicia fue vergonzosamente parcial, especialmente lo fue el justiciero juez federal de primera instancia Sérgio Moro, que hizo todo lo posible para meter a Lula en la cárcel, incluso sin materialidad criminal para tanto. Él siempre se movió no por el sentido del derecho, sino por el law fare (distorsión del derecho para condenar al acusado), por un impulso de rabia y por convicción subjetiva. Se dice que estudió en Harvard. Allí estuvo solo cuatro semanas, en el fondo para encubrir el entrenamiento que recibió en los órganos de seguridad de los EEUU sobre el uso del law fare.
Consiguió impedir que Lula fuera candidato a la presidencia ya que contaba con la intención de voto de la mayoría y hasta le secuestraron el derecho de votar. La victoria fraudulenta de Bolsonaro (a causa de los millones de fake news) legitimó una cultura de la violencia. Ella ya existía en el país en niveles insoportables (más de 62 mil asesinatos anuales), pero ahora se siente legitimada por el discurso de odio que el candidato y ahora presidente Bolsonaro supo alimentar durante la campaña. Tal realidad siniestra ha traído como consecuencia un fuerte desamparo y un sufrido vacío de esperanza.
Este escenario, contrario al derecho y a todo lo que es justo y recto, ha afectado a nuestras mentes y corazones de forma profunda. Vivimos en un régimen de excepción, en un tiempo de post-democracia (juez de Río, Rubens Casara). Ahora importa rescatar el carácter político-transformador de la esperanza y de la resiliencia, las únicas que nos podrán sostener en el marco de una crisis sin precedentes en nuestra historia. Tenemos que dar la vuelta por encima, no considerar la actual situación como una tragedia sin remedio, sino como una crisis fundamental que nos obliga a resistir, a aprender de las contradicciones y a salir más maduros, experimentados y seguros para trazar un nuevo camino más justo, democrático, popular e incluyente para Brasil.
Nos referimos al principio esperanza, ya citado antes, que es aquel impulso que nos lleva a movernos siempre, a proyectar sueños y utopías y nos permite sacar sabias lecciones de los fracasos y hacernos más fuertes en la resiliencia, en la resistencia y en la lucha.
4. Las dos hermosas hijas de la esperanza
De San Agustín (353-450 de la era cristiana), tal vez el mayor genio cristiano y africano de Hipona, hoy Argelia, gran formulador de sentencias, nos viene esta máxima: la esperanza tiene dos bellas y queridas hijas: la indignación y el coraje. La indignación para rechazar las cosas tal como están; y el coraje, para cambiarlas.
En esta fase de nuestra historia, debemos evocar, en primer lugar, a la hija-indignación contra lo que el futuro gobierno de Bolsonaro está y aún va a perpetrar criminalmente contra el pueblo, contra los indígenas, contra los negros, contra los quilombolas, contra la población del campo, contra las mujeres, contra los sin techo, y los sin tierra (MST) criminalizándolos como terroristas, contra los trabajadores y los ancianos, quitándoles derechos y rebajando a millones de personas, que de la pobreza están pasando a la miseria.
No escapa la autonomía nacional, pues el gobierno, ofendiendo nuestra soberanía, está permitiendo vender tierras nacionales a extranjeros y muestra un humillante alineamiento con la estrategia derechista y militarista del gobierno norteamericano de Trump.
Si el gobierno ofende al pueblo, éste tiene derecho de evocar a la hija indignación y no darle paz. Debe denunciar, resistir y presionar lo más que pueda para cambiar los rumbos de la política.
La hija-coraje se muestra en la voluntad de cambio, a pesar de los enfrentamientos que pueden ser intensos. Es ella la que nos mantendrá animados, nos sustentará en la lucha y podrá llevarnos a cambios sustantivos. Es imperativo volver a las bases populares, donde nació el PT, crear escuelas de formación política, pasar de beneficiarios de proyectos gubernamentales de inclusión a ciudadanos activos que se organizan, ejercen presiones, salen a las calles y presentan proyectos alternativos a los oficiales que den centralidad a los más pobres y vulnerables y se decidan por otro tipo de democracia participativa y ecológica.
Recordemos el consejo de Don Quijote: “no hay que aceptar las derrotas sin antes dar todas las batallas”.
Hay un dato que debemos siempre tener en cuenta y es evocar el primer artículo de la constitución que reza: “todo el poder emana del pueblo”. Gobernantes, diputados y senadores son sólo delegados del pueblo. Cuando éstos traicionan y ya no representan los intereses generales, sino los del mercado voraz, y de grandes grupos corporativos nacionales e internacionales que sólo conocen la competencia y desconocen lo que es más humano en nosotros, como es la colaboración y la solidaridad, el pueblo tiene derecho de reclamar un impeachment y buscar formas legales de alejarlos del poder.
Las dos bellas hijas de la esperanza podrán hacer suya la frase del escritor argelino-francés Albert Camus, autor de la famosa novela La Peste: “En medio del invierno, aprendí que dentro de mí vivía un verano invencible”.
El pueblo brasileño, en su momento, así esperamos, hará sentir dentro de sí este verano invencible, fruto de una rebelde esperanza. Será el rescate de la democracia contra la impostura del gobierno Bolsonaro y de sus seguidores y un pilar para refundación de nuestro país sobre otros valores y sobre bases más humanitarias y participativas
La esperanza no es sólo un principio, es decir, un dato de la esencia humana. Es también una virtud cristiana, junto con la fe y el amor. La esperanza, en cierto modo, está en la base de la vida. Podemos perder la fe y continuamos viviendo. Podemos perder el amor de nuestra vida y realizarnos en otro. Pero cuando perdemos la esperanza estamos a un paso del suicidio porque la vida ha perdido sentido y el futuro no tiene ningún horizonte con una luz orientadora. Dominan las tinieblas.
5. La esperanza en el Nuevo Testamento
Curiosamente los Evangelios nunca hablan de esperanza. Lógicamente en el pueblo elegido existía la esperanza de la venida del Mesías liberador. Se encuentra una vez en la epístola de San Juan (1 Jn, 3,3), 4 veces en la epístola a los Hebreos y 3 veces en la primera epístola de San Pedro. Pero es una virtud muy presente en los Hechos de los Apóstoles (7 veces) y frecuentemente en las cartas de San Pablo. Bien escribe en la Epístola a los Romanos que Abraham tuvo “una esperanza contra toda esperanza, de ser padre de muchas naciones” (4,18). En otro pasaje dice que “la esperanza nunca engaña, pues el amor está en nuestros corazones” (5,5).
Cristo nos salvó, pero peregrinamos en el mundo lejos de Dios. Por eso afirma San Pablo: “es en la esperanza que somos salvados” (Rom 8,24). A los Efesios les dice que en un cierto tiempo “vivíamos sin esperanza y sin Dios” (2,12) y ahora por la sangre de Cristo pertenecemos al Mesías.
Aunque no se use a menudo la palabra esperanza, la realidad de la esperanza para los cristianos fue, es y será Jesucristo vivo, muerto y resucitado. Por él Dios mostró que la promesa de salvación y de liberación de la creación y de la humanidad nunca se desvaneció. En él, por la resurrección, estamos seguros de que la esperanza jamás nos defraudará y que por ella se ha adelantado el fin bueno de la creación, del destino humano y del universo.
Debemos sumar las energías de la esperanza, de la que está siempre presente en nuestro ser, con aquella que es una virtud cristiana. Ambas se dan las manos. Ellas nos enriquecen dándonos energía para soportar las aflicciones del tiempo presente pero mucho más nos dan el coraje para enfrentarlas e inaugurar un nuevo camino.
Tal vez nunca en nuestra historia hayamos necesitado tanto de las dos formas de esperanza como ahora, pues los tiempos son malos y estamos gobernados por fuerzas poderosas del odio, de la exclusión, de la falsedad, de la violencia y de la mentira.
Que el Espíritu que es esperanza de los pobres no nos deje desanimarnos sino que nos acompañe con su Energía divina para ser fieles al sueño de Jesús. Él vino para enseñarnos a vivir los bienes del Reino: el amor, la justicia, la compasión con los pobres, el perdón y la total confianza en el poder de Dios, “apasionado amante de la vida” (Sb 11,26).
(Conferencia dada el día 2 de diciembre de 2018 en Belo Horizonte a un numeroso grupo de políticos que asumen la fe cristiana como fuente de ética y de inspiración para los ideales democráticos, grupo este organizado por el ex-diputado Durval Angelo de Andrade, actualmente miembro del Tribunal de Cuentas del Gobierno de Minas Gerais).
Leonardo Boff, teólogo y asesor de movimientos sociales.
Traducción de Mª José Gavito Milano