La crisis política brasilera: ni llorar ni reír, tratar de entender

Hay un desgarro en la sociedad brasileña que no puede continuar, pues comprometerá nuestra frágil democracia y la convivencia mínimamente pacífica. Se deriva de la ola de odio, de intolerancia y de abusos por parte del poder judicial que ha perdido su centro, que es la imparcialidad, y que, en algunos, revela rasgos innegables de persecución y de deseo de destruir al otro y a su partido.

La campaña electoral en 2014 desencadenó un proceso de rechazo e inconformismo. Hubo errores en ambos lados: por parte del poder dominante y por parte de la oposición. Todos de alguna manera víctimas de los expertos en marketing, especialistas en inventar metáforas, ocultar errores, exagerar verdades y distorsionar la visión del otro. No debería haber marketistas. Ellos hacen lo que Henry Kissinger, el discutido secretario de Estados Unidos en tiempo de guerra fría, dijo: «Nuestros embajadores son personas que enviamos a varios países para mentir a nuestro favor». El marketista hace más o menos lo siguiente: inventa cuando no distorsiona a favor de su candidato que le paga millones de dólares para hacer un trabajo ambiguo y a veces sucio.

Las elecciones fueron democráticas, pero dentro de ese marco deteriorado. Sin embargo, en un régimen democrático, gana quien tiene mayoría de votos. Normalmente, el perdedor muestra elegancia de manera pública, incluso por respeto a los votantes, felicita al ganador y le manifiesta buenos deseos. Pero no ocurrió esto. El candidato de la oposición no reconoció la derrota. No le manifestó buenos deseos. Por el contrario, trató de recontar los votos y fue derrotado; trató de impedir la toma de posesión y no lo consiguió; continuó con un proceso de destitución que todavía está en marcha y no está claro que prospere.

Con esto dio inició una estrategia de oposición que hace que sea imposible gobernar el país. Coincidentemente saltó la corrupción de Petrobras, donde la mayoría de los partidos se ha visto comprometida, pues era tradición que la empresa y los grandes contratistas que trabajan para ella, alimentasen la caja dos de los partidos, del PT y también de los de la oposición Todo el peso de las acusaciones cayó prácticamente en el PT, con acusaciones premiadas, fugas de datos sensibles a la gran prensa, empeñada desde hace tiempo en hacer una oposición férrea al gobierno del PT por adoptar un proyecto político elitista y neoliberal.

Los millones de la corrupción por parte del PT son tan escandalosos que suscitan con razón la indignación de cualquier persona sensata. Este hecho ha creado consternación entre los miembros del PT e ira y deseo de proponer un juicio político contra la presidenta por ciertos sectores de la población. De repente todo el PT era y es corrupto, lo cual no es cierto. Desafiando a la ley, las sospechas eran suficientes para que el juez encarcelase a los sospechosos, incluso antes de oírlos o de confirmar la objetividad de las denuncias. Así vimos, asombrados, el exceso judicial de llevar bajo coacción al expresidente Lula a interrogatorio cuando la sensatez aconsejaba hacer como se hizo con otro expresidente, Fernando Henrique Cardoso, que fue oído en casa. Y culminó, llegando al borde de la insensatez y de falta de percepción de las consecuencias sociales violentas, cuando un juez y tres procuradores jóvenes, de escasa experiencia y menos cultura, decretaron su prisión preventiva. La reacción de líderes mundiales, de renombrados juristas nacionales e incluso del Supremo Tribunal Federal denunció el carácter persecutorio de la medida.

En esta atmósfera encarnizada cabe pedir moderación para salvaguardar la democracia y no favorecer el comportamiento fascista por parte de los políticos y de los funcionarios judiciales.

Pero hay que tomar en cuenta un hecho esclarecedor. La oposición, cuya base social está formada por las élites económicas e intelectuales, nunca aceptó que un metalúrgico sin cultura académica (aunque extremadamente inteligente y políticamente hábil) asumiese el cargo más alto de la nación. He oído personalmente a líderes de la oposición decir «nosotros somos los que estamos preparados para administrar el país; la presidencia es nuestro sitio». Y yo respondía: «¿administrar qué país?, ¿el que todavía tiene como sustrato la Casa Grande y la Senzala?». Ese proyecto nunca dio centralidad al pueblo, aceite quemado de la historia. Pero con el PT triunfó otro proyecto que consiguió lo que nunca antes había ocurrido: incluir a millones de personas en la ciudadanía, que muchos miles puedan llegar a la universidad, que tengan dignidad y casa con luz eléctrica.

La raíz del conflicto es la siguiente: los estratos tradicionales y poderosos no aceptan esta inflexión en la historia de Brasil en favor de los humillados y ofendidos. Nos quieren como sus servidores baratos, ejército de reserva.

Nunca pertenecí al PT, pero siempre he apoyado su causa. Lo esencial de la teología de la liberación es la opción por los pobres contra su pobreza y a favor de la justicia social. Por esta razón, he apoyado y sigo apoyando al PT, porque lo veo como un instrumento para lograr este gran sueño. Los que cometieron delitos deben ser procesados y castigados. Sin embargo, su mayor líder, Lula, nunca ha olvidado las razones por las que le eligieron: crear condiciones mínimas de dignidad y de vida para los oprimidos del país. Hasta el juicio final vale esta causa sagrada.

*Leonardo Boff es columnista del JB online y escribió: Sostenibilidad: qué es y qué no es, 2002.

Traducción de MJ Gavito Milano

Deixe um comentário